jueves, 31 de mayo de 2018
TARASCA DE MI VIDA
TARASCA DE MI VIDA
Tito Ortiz.-
A tan solo unas horas de verla de nuevo por las calles de Granada, me hacía mucha ilusión tener una cita con ella, por eso me puse manos a la obra, y dejé el asunto en los buenos auspicios de mi primo, Enrique Cabrera, que la guarda, conserva y custodia durante todo el año. No ha sido una cita a ciegas, porque ella sabía de mí y yo de ella, pero por fin hemos tenido unas horas para hablar de nuestras cosas a solas, sin que nadie nos molestara. Cabrera nos citó anoche a las doce, en el zaguán de la casa consistorial, y allí acudimos los dos, como dos enamorados en su primera vez. A esas horas de la madrugada, paseamos por la Granada nocturna, con la Luna por testigo, y mientras ella me hablaba de su temor un año más a ser criticada por su estilismo al salir a la calle, yo alababa su valentía de no cejar en el empeño de mostrarnos cada Corpus la moda, por muy feroces que sean las críticas. A mí me parece que es tener mucho valor. Dice que pasan los siglos y, sigue teniendo los mismos nervios a flor de piel como el primer día. Ser la Tarasca en Granada no es nada fácil, vaya por delante que el Corpus no se entendería sin ella, así que el asunto se complica cuando de un mensaje estético a la ciudadanía se trata, y esta lo recibe a veces de uñas, por su vanguardismo, o por su ñoñería, que de todo nos parece. Me dice que a veces siente pena por, los diseñadores de sus vestidos y complementos, que ponen el mayor de sus empeños y mejor sabiduría en llevar a cabo su trabajo, y luego se encuentran con la incomprensión de la gente. No obstante, para ellos también constituye un desafío el, llevar a cabo esta tarea anual a riesgo de ser incomprendidos, pero así lo marca el ritual y, así debe seguir para no perder nuestras tradiciones. Una de las cosas que mas le gustan es que el recorrido es siempre el mismo, con los toldos que, para ella, es como Granada viste a la ciudad de Corpus. Nuestra Real Feria no se entendería sin esos toldos protectores de los rayos solares, que entre rendijas se cuelan hasta la alfombra de romero, juncia y mastranzo, para que al ser calentados por el astro rey y, pisados por los integrantes del cortejo, dejen a la ciudad perfumada de su aroma más histórico. Así es como Granada huele a Corpus. La Tarasca me habló de su soledad mientras la visten, peinan y maquillan, para que luego la admiremos todos. Dice que, en esos instantes, necesita tener muy cerca a Enrique Cabrera, que es quién le trasmite las fuerzas necesarias para salir a la calle. Ella es tímida, pero teniéndolo cerca y animándola como él lo hace, le insufla el valor necesario para pasar el examen anual, encabezando la Pública de Las Fiestas. Mañana estas horas, ya habrá pasado todo, estará más tranquila, y el Corpus seguirá desgranando sus actos, a la espera de que pasen doce meses, como doce soles, los que ella pasa bajo el cuidado y los mimos de mi primo, su eterno y fiel enamorado, que no permite que ella salga a la calle sin su toque personal, sin su cariño y cuidados. Ha sido una noche inolvidable, la que he pasado en compañía de La Tarasca, un honor recorrer nuestras calles de su mano cuando nadie nos ha visto. Ha merecido la pena volver del otro mundo para vivirlo. Mañana nuestro amor será público, pero yo te amo, aunque seas un dragón.
lunes, 28 de mayo de 2018
PREGÓN OFICIAL DE LAS REALES FIESTAS DEL CORPUS GRANADINO DEL AÑO DE GRACIA DE 2018
PREGÓN OFICIAL DEL CORPUS 2018
Tito Ortiz.-
A veces las cosas que para nosotros son más sencillas, se nos convierten en las más difíciles. Hay que ver lo trabajoso que se nos hace a veces, explicarle a un forastero que es una barreta. Mire usted, es un dulce que solo comemos en Corpus, que viene de una tradición de siglos atrás, en concreto nazarí, que contiene miel y azúcar, frutos secos, y además para acabarlo de volver loco, le decimos: Ah, y las hay duras, y también blandas y las mejores son de la pastelería “El Sol” o de “López Mezquita”, y ahí ya es cuando el otro entra en cortocircuito y comienza a soltar chispazos hasta convulsionar. Y es que el Corpus, y sus cosas, como no seas granaíno, hay que darlo masticao, porque es difícil de entender. Mire usted, el Corpus es sufrimiento, pies doloridos, rozaduras y dedos sangrando, si tus padres te han comprado para que estrenes esa mañana, unas sandalias de Segarra, donde el calzado es irrompible, para toda la vida, pero tus pies no.
Todo parece que empezó porque los reyes católicos al reconquistar Granada asumieron la festividad religiosa como propia y, además, recomendaron a los paisanos divertirse como locos. Y ya desde entonces, el Corpus granatensis fue diferente a los demás. Aquí danzaban alrededor de la custodia los llamados “Diablillos”, que no eran más que mahometanos convertidos al cristianismo, que de alguna manera expiaban sus culpas ante los vencedores. Después vendrían los seises de Granada, que, como el Guadiana, aparecen y desaparecen, a cuya formación perteneció en su día el cantaor Enrique Morente, cuando contaba nueve años. Pero no olvidemos, que la Feria Real del Corpus en Granada, tuvo sus inicios como tantas otras, en lo que era llana y simplemente, una feria de ganado, alrededor de la cual, se producían toda clase jolgorios y distensiones sociales, una vez al año. Ya lo dejó grabado Emilio “El Moro” … Granada, tierra soñada por mí, en tu feria vestío de gitano dos burros vendí… Aquí nunca hubo un Corpus sin sus corridas de toros. Primero se alancearon por los nobles en la Plaza de Bibarrambla, después en el mismo recinto alhambreño, desmochando medio bosque para la empalizada, y así debe continuar la tradición de la que como muestra, refiero la tarde del 23 de junio de 1973. Aquel Corpus mágico, comenzó con la caída del cartel de, Paco Camino, que anunciaba retirada de los ruedos, y a don Luís Miranda, no se le ocurrió otra cosa que sustituirlo por su paisano y rival en los ruedos, Curro Romero. Pero es que el cartel lo encabezaba, nada más y nada menos que Luís Miguel Dominguín, que llevaba más de una docena de años sin torear en Granada, y venía con tal fuerza, que recibió a su primero de, Juan Pedro Domecq, con dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, como si de un novillero debutante se tratara. Vestía un terno, verde manzana y blanco, con los bordados diseñados por Picasso, y calzaba medias blancas. Solo verlo vestido para torear de aquella manera, ya valía la pena haber pagado la entrada. Curro Romero en su primero recibió una de sus acostumbradas broncas, y se le arrojaron algunos royos de papel higiénico, como era costumbre, pero en el segundo, puso literalmente la plaza bocabajo, con el delirio en los tendidos que yo no he vuelto a vivir nunca, lo mismo que no he vuelto a ver a los tres espadas, dar la vuelta al ruedo juntos y a la vez, con la plaza puesta en pie, las palmas echando humo y las gargantas rotas del clamor. Y remató la tarde nuestro José Julio Granada, que en su primero destapó todos los tarros de las esencias, cuya fragancia viaja aún por los aires de Granada. No hay tarde, como aquella tarde.
Y para que usted siga sin entender nada, aquí en Corpus, subimos a santa Marta encima de un dragón para que venza el bien sobre el mal, pero la obligamos a que nos enseñe la moda de más rabiosa actualidad, con la mala suerte de que casi nunca estamos conformes con los modelos que saca, salvo honrosas excepciones, y ya la utilizamos como muletilla todo el año, cuando alguien o algo no nos gusta. Aquí no nos conformamos con decir que alguien es feo, en Graná soltamos con gran desahogo aquello famoso de… Anda ya… si eres más feo que la tarasca… y nos quedamos más a gusto que un marrano en un charco. Porque el Corpus en Granada es humor, y del bueno. Aquí nunca faltaron a su cita con la festividad, las mejores compañías de teatro con sus mejores revistas y humoristas del momento, dejándonos los cuerpos esculturales de sus vedettes, y la gracia de unos cómicos, que han quedado para la historia. El teatro Cervantes, el Isabel La Católica, o el teatro cine Regio, acogían lo mejor de la cartelera española, en materia de revistas, que, por razones de la censura, en alguna ocasión había que llamarlas, comedia musical. Desde mediados del siglo XIX, España ha tenido su personalísimo music hall. La revista, con mayúsculas, donde engarzar un buen número de baile, una buena canción y un número cómico, con la gracia que solo un país que dio a luz la zarzuela puede contener en sus creadores. Para muestra, la de este año, Agua, azucarillos y aguardiente, con el maestro Ruzafa en la batuta. La revista ha cumplido siglo y medio de existencia, sin que aún la hayamos valorizado, sin que rindamos tributo a tanto libretista, músico o artista, que nos ha hecho pasar momentos inolvidables, y que hoy están olvidados. Recuerdo con fervor aquella primera entrevista que mi redactor jefe me encargó. Estrenaba obra en el Isabel La Católica, Addy Ventura, y me tocaba suplir a Emilio Prieto, que era el crítico oficial de Patria, mientras él estaba de gira por Rusia con Pepe Tamayo y su Antología de La Zarzuela. Addy me recibió en su camerino, minutos antes de salir a escena, en albornoz y maquillándose. Nunca había estado ante una mujer de aquel tamaño, y con tan poca ropa. Creo que más que decir mis preguntas, las balbuceaba, menos mal que pronto nos interrumpió el cómico, Luis Cuenca, para decir que ya era la hora, de lo contrario me hubiera desmayado allí mismo. Addy era una mujer de armas tomar, con un encanto personal que pocas veces he encontrado. Pili se va a la Mili, con Ángel de Andrés, era la obra, y recuerdo que me lo pasé pipa entre bambalinas. Florinda Chico, que se vestía en Granada, en el Hit Parade de Miguel, Queta Claver, Tania Doris, Silvia Gambino, y tantas otras herederas de la gran Celia Gámez, lucían su palmito en el escenario con la gracia y el picante, que solo esta tierra da para el género. Mary Santpere, Lina Morgan o Gracita Morales, eran vedettes, pero con la comicidad en las venas, que eso no lo han tenido muchas, y, a fin de cuentas, más que el palmito - que también - en la revista, la risa es lo que cuenta. Aunque Pajares y Esteso, han sido de los últimos, pero la lista de cómicos de revista española es inagotable. Yo no me he reído más que con, Zorí, Santos y Codeso, en el Regio, cuando me llevaron mis padres a ver, Un, dos tres, cásate otra vez. O aquella vez que los vi en Madrid junto a Lina Morgan y Esperanza Roy, en La Señora es el Señor. Un astro de la escena como José Sazatornil. Saza, también gozó de la popularidad por sus extraordinarias apariciones en la revista española, por ejemplo, junto a Concha Velasco, en Dígame. Y en Granada cosechó éxitos clamorosos, con esa bis cómica que solo los elegidos poseen. Alfonso del Real, Kin y Kiko, Franz Johan, Gustavo Ré, Alady, Los hermanos Calatrava, Herta Frankel con sus marionetas, que después llevaría a la televisión a su perrita Marilyn, Antonio Riquelme, Corita Viamonte, Roberto Rey, Wenceslao Moreno con su búho, y tantos ilustres de la revista, aún hoy por reconocer. A veces en Corpus, la competencia era dura, y había que echarle unos días a la revista porque, coincidían en varios teatros, incluidos El Chino del ferial. Manolita Chen era toda una vedette, que cada año traía a Granada lo mejor de su repertorio, arropada por cómicos de la talla de, Juanito Navarro. Quique Camoiras, podía recorrer el escenario en una obra unas cien veces, y en cada una de ellas, soltaba un chiste para desternillarte. Él era otro de los elegidos para este arte musical, de puro divertimento, tan del agrado de la España de la época. Tito Medrano fue un portento, junto con Antonio Casal o Toni Leblanc. Éste último llevó al cine la famosa revista, El Sobre Verde, junto a Esperanza Roy. Se estrenó en el Madrigal, en la carrera de La Virgen, y todavía recuerdo, las colas para entrar que llegaban a la basílica de La Patrona. Mi homenaje eterno hoy al granadino, Ramón Moreno, con el que tantos corpus disfrutamos de un teatro divertido para todos los públicos, por las plazas y teatros de una Granada en Corpus.
Pero el Corpus granadino también se utiliza como amenaza para frenar impulsos, que pudieran dar lugar a escenas no queridas o escándalos vecinales. Las carocas son una tradición exclusivamente granadina, que ya se está copiando en otros lugares. Se trata como todos sabemos de sacarle el humor, el picante o la malafollá, a aquellos sucesos o situaciones que han ocurrido a lo largo del año anterior, y ponerlo en quintillas con dibujos al estilo tebeo en la Plaza de Bibarrambla, para que, de manera pública, nos divirtamos todos. Ozeluí eres un artista. Bueno pues esto se utiliza en la intimidad de las criaturas, para evitar un desmadre. En no pocas ocasiones, muchos de nosotros hemos dicho o hemos oído a otros advertir con vehemencia: ¡Chiquillo, como hagas eso; vamos a salir en las carocas!
Pero mi Corpus comienza en la carrera de La Virgen, con una sucesión de puestos a ambos lados, en los que comprar turrones, partidos ante ti de una pieza enorme, barretas, de las duras y las blandas, bastones de caramelo y caramelos que yo llamaba de salchichón, por su parecido a una rodaja de este embutido. Se alternaban los puestos en los que comprar los sombreros de feria, esos de cartón, de vida corta, las pelotas con goma extensible, que no son más que un globo, forrado por bandas alternativas de colores vivos, a modo de rodajas de sandía o melón. En ese trayecto no faltaba el moro de las colonias, con su chilaba y el Fez, que pregonaba sin cesar: Para la calora, para la sudora. Y te vendía las colonias a granel medidas en un matraz. Frente a él los espumosos de El Támesis, con jarabes de todos los sabores y esa soda vertida de grandes grifos helados. Siguiendo el paseo hasta el Humilladero, la parada de los tranvías, los puestos se convertían en los de coco a rodajas, camarones en cartucho de papel, chufas fresquitas conservadas entre grandes terrones de hielo, churros y patatas fritas. El paseo del Salón, con su monumento a Colón y la reina católica, rodeado de barquilleros con sus cilindros y la ruleta en la tapa, servía de pórtico a las casetas, entre las que destacaban, la de la Renfe, la del SEU, de los estudiantes, la del Real Aeroclub, El Palustre, El Compadre, la de la Policía Armada, con su electricista, Pepe Álvarez, que cada año se inventaba una iluminación, destacando la edición en que unas hélices pintadas de gris, como era lógico, servían de soporte a unos fluorescentes, y la de la Guardia Civil, que fue el asombro de todos, al instalar el año que el hombre llegó a la luna, un enorme cohete espacial en su interior. Las casetas competían en originalidad a la hora de la decoración, y todas tenían música en vivo, con los conjuntos musico vocales de aquí y la provincia. El año que Gelu cantó en la de la Renfe, fue todo un acontecimiento, con Eduardo y Los Windys, en la de los universitarios. Los componentes de La Real Sociedad de Tenis, y la del Tiro de Pichón, tenían un protagonismo especial en este ferial, donde su presencia era imprescindible, como la Asociación de La Prensa con su histórica Verbena en el Carmen de Los Mártires. El ocio y la diversión de este ferial se extendía hasta los jardines de la Biblioteca Pública Municipal, y los cercanos kioscos de Las Titas. No menos ambientado estaba el bar, El Rancho Grande, en el vértice del Humilladero con la entonces, avenida de José Antonio, y en él, la eterna sonrisa para sus clientes de Rafael, el padrino de bautizo de mi hermano, Falo. Al otro lado del puente de Genil, Gregorio servía el mejor bacalao frito, con permiso del de La Paguana, al inicio de la avenida Cervantes. Y en el Violón, todas las atracciones para los más pequeños. La Noria, los coches de choque, el látigo, el infierno, el tío vivo, y al tresbolillo, los kioscos del algodón de azúcar color chicle, y el Teatro Circo Chino de Manolita Chén, o el de Antonio Encinas. En el teatro portátil, aquellas noches de Corpus, cantaban los mejores de la época. Juanito Valderrama, Rafael Farina, La Paquera de Jerez, junto a los humoristas del momento como, Juanito Navarro y Lina Morgan, Toni Leblanc, y unos jovencísimos, Arévalo o Manolo de Vega. Los bomberos hacían guardia con sus camiones autobombas en el lugar para evitar cualquier incidente. También estaban los voluntarios de la Cruz Roja con su uniforme militar, y los empleados de la Compañía Sevillana, por si se producía algún corte de suministro. Era un Corpus de Miércoles a Domingo, en el que no faltaba el castillo de fuegos artificiales en el embovedado, el concierto de la banda militar de la IX Región Militar, dirigida por Julio Marabotto Brocco, y la retreta militar para que al grito de: ¡catetos a su pueblo!, los capitalinos echáramos a los forasteros que, durante estos días, habían disfrutado de un Corpus inolvidable. Y durante todo el recorrido, decenas de fotógrafos que te salían al paso para inmortalizar el momento de alegría, y que después te pedían las señas para llevarte las fotos a casa. En la mía se coleccionaban la de todos los años. Desde aquella primera en la que, mis padres siendo novios, están paseándose en el látigo, hasta la de mis hermanos y yo en los caballos del tio vivo o en el coche de bomberos tocando la campana.
Aquel Corpus de mis recuerdos era una fiesta que también se vivía en los barrios, donde se celebraban actividades contenidas en el programa oficial. En mil novecientos sesenta, hubo Campeonato de Andalucía en la Real Sociedad de Tenis, exposiciones de floricultura, peces y pájaros en el patio de la Plaza del Carmen, de pintura en La Casa de América, y en El Liceo, lanzamiento de paracaidistas en el Aeródromo de Armilla, concurso de albañilería en el paseo del salón y tiro al plato en Las Conejeras, teatro en las Pasiegas, Baloncesto femenino en el salón, teatro en el Paseo de Los Tristes, festival ciclista de La Unión Velocipédica, teatro Popular en la plaza del Realejo, castillo de fuegos artificiales en la Plaza de San Nicolás, teatro en la plaza Aliatar del Albayzín, carreras de velomotores y microbólidos en el Paseo del Salón, más un concurso de balcones y patios repartidos por todos los barrios, sin olvidar el de altares al paso de la custodia, de tal manera, que en cualquier barrio de la ciudad se olía a Corpus y se sentía el Corpus. Hasta mi casa de La Calderería, en el bajo Albayzín, llegaba el olor inconfundible de las almendras garrapiñadas, que el buen artesano, removía sin parar, en aquel perol de buen cobre sacromontano, realizando la maniobra a la vista de su público, en la misma esquina de los almacenes, La Paz, en la Gran Vía, donde un autómata vestido de botones, metía y sacaba de un cajoncito, el anuncio de los “Créditos La Paz”, mientras sonreía y levantaba y bajaba las cejas. Todos los días no son días de fiesta, decía mi padre. Así que no podía darme una peseta, para bajar a por las garrapiñadas, todo lo más, un par de “perragordas”, tal vez un real, para comprarle al hombre un cartucho de garbanzos tostados, con los que había que tener mucho cuidado para no partirte un diente, si dabas con el que camuflado entre los demás, con el mismo color blanquecino harinoso, no había recibido los rigores del fuego, y por lo tanto, crudo como cuando lo sacaron de la mata, estaba esperando que tú, de improviso, te confiaras en masticarlo, para devolverte la mandíbula a su posición de partida, como tocada por un resorte, con un dolor propio de la visita obligada a Travesí.
Y bajo la Alhambra iluminada, el Dauro, y sobre el, un escenario por el que pasaron desde Antonio Mairena, Alberto Cortés, Mocedades o, Dexter Gordon, con su cuarteto de saxofones, que cada vez que terminaba una pieza, se volvía hacia la Alhambra iluminada, y le ofrecía su saxo en actitud reverente. Zarzuelas y teatro formaron parte del programa, y todavía hay quién recuerda, una actuación extraordinaria de Fernando Delgado y Charo López, haciendo “Maribel y la Extraña Familia, y “Tres Sombreros de Copa”, que estarán en la retina para siempre, en ese lugar privilegiado bajo la torre de Comares. Con los camerinos en el Hotel Reuma, del que se contaban historias de fantasmas nocturnos a la moda de almas en pena. Pues en este lugar, en el Carmen del Granadillo, nació un año antes que García Lorca, Marino Antequera García, testigo hasta su muerte nonagenaria, de toda la historia concerniente al Hotel Reúma. Don Marino, quizás por el lugar donde nació, fue un excelente pintor paisajista, especializado en el Generalife y sus alrededores, casi siempre pintando del natural, acarreando estuche de pinturas y caballete, con permiso de los Marqueses de Mondéjar, para entrar cuando quisiera al recinto. Profesor de Historia del Arte, se implicó en toda la actividad cultural de Granada, desde el Festival Internacional de Música y Danza, El Centro Artístico, La Fundación Rodríguez Acosta, La Asociación de La Prensa, y nuestro periódico Ideal, al que perteneció desde su fundación, hasta su muerte con casi cien años. Presidió La Academia de Bellas Artes, y durante su actividad como crítico de pintura, siempre encontró las palabras exactas para aconsejar a los que empezaban en el difícil mundo de los pinceles, y eran muy celebradas sus intervenciones en las muchas subastas de arte que dirigió. Aquel niño que hizo sus primeros dibujos en el colegio de Cristo Rey, y que en la Primera Guerra Mundial ya era ayudante de la clase de pintura en Artes y Oficios, fue un hombre de agradable conversación, que un día me confesó su secreto, para llegar a la vejez con toda la lucidez necesaria. Lo primero, que desde niño no había dejado de tomar sus diarias, sales de magnesio, y lo segundo y más importante, que jamás había corrido, ni para coger el tranvía. Se jactaba de no haber hecho deporte nunca, y a eso achacaba el estar cerca de los cien años. Él fue el primero y quién mejor me explicó el Corpus, nuestra tradición más importante, nuestra fiesta de la historia y la cultura en Granada, y a él quiero rendirle homenaje hoy de admiración y respeto eternos. Estábamos sentados en la Plaza de Bibarrambla, en una de esas farolas con patas siniestras, donde muchas generaciones de granadinos aprendimos a gritar desaforadamente: ¡Chacolín, chacolín, coge la estaca y ven aquí!, para que librara a la princesa del malvado lobo. La de Bibarrambla es la plaza de “Los Cristobicas”, lorquianos, o la de la tómbola benéfica que tuvo a Francis Dumond, señor de las ondas y la palabra, que me enseñó a querer ser locutor, hablando durante 24 horas sin parar, para recoger fondos a favor de los niños hospitalizados en San Rafael, cuando él era la estrella de EAJ-16.
Es Corpus en Granada, y las calles huelen a juncia, mastranzo y romero, alfombra divina para que sobre ella pase la custodia, portada por la flor y nata de la costaleria granadina, precedidos por los gigantes y cabezudos que con tanto primor cuida y mima mi primo, Enrique Cabrera, que desde hace años les entregó su vida a los cuatro nobles de la realeza granadina y a los personajes populares que vejiga en mano los acompañan. Dice mi primo, que, en la soledad del estudio en las antiguas hermanitas de los pobres, donde le rodean durante todo el año, a veces, solo a veces, habla con ellos, y lo que es mejor, que le mantienen la conversación, y que, si él no les dice nada, ellos le preguntan, porque los gigantes y cabezudos del corpus granaino, no son como muchos creemos seres inanimados. Son tan granainos, tan nuestros, tan imprescindibles, que yo mismo los he empadronado esta mañana, para que no se nos vayan nunca de aquí. La pública de las fiestas, sin ellos, no sería lo mismo. Son como la plaza del Campillo y su fuente, ¿sabéis cuanto corpus hay en esa plaza? Bajo uno de sus monumentales árboles, las miro y recuerdo protegido el recinto por unas celosías de madera, para que el personal no viera lo que ocurría dentro. Eran las señoritas vocalistas, acompañadas de su orquesta. También se observaba desde aquí, sin temor a las varas de los cohetes ardiendo, el castillo de fuegos artificiales del embovedado, por la protección de las ramas enormes plataneras. En tiempos anteriores a mí, aquel rinconcito del Café Alameda donde actuaba la orquestina, daba al lugar el toque de modernidad necesarios, para que fuera el sitio donde se daban cita los que en esta ciudad eran algo, en aquellos años en los que el Charlestón y el Foxtrot, iban ganando adeptos en el mundo del pasodoble. Por la tertulia, “El Rinconcillo” pasaban no solo los poetas y escritores, sino, los aspirantes. A los que se unían, músicos, políticos, pintores, rentistas, niños de papá, vividores, periodistas, artistas en general, y actores en busca de un autor. La lista de los asiduos que ha trascendido a nuestros días no hace justicia, pero se me antoja que, de todos los lugares de Granada, éste es el adecuado para colocar a Federico García Lorca, dada la diversidad de la fauna concurrente, el tufillo a Ateneo libertario que desprendía el local, y la proximidad a otros recintos habituales en el poeta. “Pepiniqui” y su hermano Luís Rosales, son asiduos, junto a Falla, Juan José Santa Cruz, Ismael González de la Serna, El cuñado del poeta y posterior alcalde, Manuel Fernández Montesinos, Soriano Lapresa, Andrés Segovia, Gallego Burín, y tantos otros. Federico está en su salsa, no olvidemos que se encuentra a tan solo unos metros de su casa familiar, a dos pasos del Centro Artístico, donde suele tocar el piano, a tan sólo unos metros del Liceo, y de la Sociedad Económica de Amigos del País, tan premeditadamente ocultada, cuando se habla, o lo que es peor, se escribe, de Federico García Lorca. En ese costado del teatro Cervantes, yo me apostaba de niño en las tardes de Corpus a escuchar al conjunto musico-vocal que desgranaba los éxitos del momento y de siempre, mientras a mi alrededor, alguien pregonaba… Al rico parisien… barquillos de canela…
Y llegados a este punto, hora es ya de rendir homenaje de admiración y respeto a los caseteros del Corpus Granaíno, sin cuyo entusiasmo la fiesta y su ferial de Almanjáyar no se entendería. Son los herederos de aquellos que levantaban de obra los recintos en el Paseo del Salón, y a los que César Valdeomillos Alonso, propició el actual recinto de nuestras casetas. Es verdad que más espacioso y acondicionado, pero dependiendo de la temperatura, a veces hay que sentir mucho el Corpus, para no desfallecer en el intento, y con las fuerzas renovadas cada año, colgar los farolillos una vez más, y abrir la caseta a todos los visitantes, cosa que no ocurre en otras reales ferias. Ellos hacen de nuestro Corpus, una fiesta que recibe a todo el mundo con una sonrisa. Por eso propongo desde aquí, la recogida de firmas inmediata, para erigir un monumento al casetero granaíno, que instalemos a la entrada del recinto, tras la portada, que testimonie para tiempos venideros, la colaboración y el entusiasmo desmedido de nuestros caseteros y caseteras, que forman parte importantísima de nuestra principal fiesta y son nuestra seña de identidad, desde hace más de cien años.
También quiero agradecer la ilusión y el trabajo que va más allá de la obligación como funcionarios, de todos aquellos trabajadores municipales, que organizan desde cultura y protocolo de la plaza del Carmen, nuestras fiestas reales, y como botón para que todos se den por felicitados, nombraré a Carlos Atienza, regente perpetuo, Jesús Fernández Fernández, entre las bambalinas, y en los protocolos más ilustres, los hermanos Sabador, genios de la amabilidad y la discreción. Se de muy buena tinta, que su trabajo callado y eficaz, va más allá del sueldo.
El alcalde de Granada, José Gómez Tortosa, en el año de gracia de 1897, a doce meses de que naciera Federico García Lorca, en un cartel pintado por Manuel Ruiz Morales, nos anuncia el Corpus de aquesta guisa: Ferial Real del 15 de mayo al 27 de junio, mes y medio de Corpus. Eso era una feria. Habrá, Cabalgata Anunciadora, Procesión del Santísimo Sacramento, Veladas, Exposición de Artes Suntuarias, de Bellas Artes, Juegos Florales presididos por el poeta, Víctor Balaguer, Corridas de Toros con Guerrita y Lagartijo, Carreras de Caballos, Torneo de Polo en el nuevo Hipódromo de Armilla, Carreras de Velocípedos, Tiro de Pichones, Iluminaciones Eléctricas, Conciertos en el Palacio de Carlos V, de los cuales nacería el actual Festival Internacional de Música y Danza, Fuegos Artificiales, Retreta Militar con Carrozas Alegóricas, y de la odalisca lateral que sujeta lo anunciado, pende una banda que reza así, con el fin de que disfruten de nuestro Corpus los pueblos y las provincias cercanas. Trenes Económicos. Que tiempos aquellos en los que Granada tenía, no uno, sino, varios trenes. Granaínos y granaínas, salgamos a disfrutar de nuestro Corpus, pero ojo: ¡No vayamos a salir en las carocas ¡
Muchas gracias a todos.
martes, 22 de mayo de 2018
ALBOLOTE
ALBOLOTE
Tito Ortiz.-
Y por fin llegamos al final del trayecto. Estamos en Albolote, la mítica Alquería de Las Encinas, cuyas tierras fueron donadas por los reyes católicos a buena parte de sus ejércitos tras la reconquista, para asentamiento y explotación agrícola, a cambio de ser los vigilantes del camino de Jaén. Llegados a ésta última estación del Metropolitano, yo recomiendo los churros y el chocolate del establecimiento que existe frente a los topes de las vías, que espero algún día sean quitados para que continúe la expansión de esta infraestructura que nos ha cambiado a todos, en tan solo unos meses de funcionamiento. Aquí, en su centro de salud, durante muchos años, curó a los alboloteños mi querida Paca Marín, que hace poco tiempo nos ha dejado, dando un ejemplo de coherencia vital que para mí lo quisiera.
Yo tenía tres años cuando la localidad fue sacudida por un fuerte terremoto que causó víctimas mortales, y que con el tiempo y el optimismo de sus gentes dio paso a coplillas entre las que se destacaba en el estribillo: …Y del terremoto de Albolote yo me he salvado… En plena época “yeyé” mi querido amigo Paco Alarcón, me invitaba con frecuencia a su sala de fiestas y discoteca, “El Diamante”, donde vi al célebre conjunto musico vocal, “Los Némesis”, y donde pude saludar a mi llorado, Esteban Valdivieso que, de manera esporádica, colaboraba con ellos. También allí entrevisté a los famosos payasos de la tele, Gaby, Fofó y Milki, para Radio Popular de Granada. Por el recinto de Alarcón pasaban las primeras figuras del momento, junto a los grupos de la provincia, que se codeaban con todos los famosos. “El Diamante” tuvo una época de esplendor extraordinaria, que marcó un hito, hasta el punto de que artistas que no venían a la capital, actuaban allí, y todo gracias a los buenos auspicios de Alarcón, un empresario entusiasta que supo estar a la altura y poner a Albolote, en el mapa del artisteo del momento. Esta es la tierra de Francisco Carvajal, un alboloteño modélico, nacido un año después de que naufragara el Titánic, y que, en los tristes sucesos de 1936, se salva milagrosamente de la quema logrando hacer fortuna en Puerto Rico, donde sus trabajadores son esencia y preocupación de los proyectos que pone en marcha, cuyas ganancias no duda en compartir con ellos, pero que nunca olvidó su tierra, y como testimonio aquí asienta su Fundación, con un mecenazgo evidente. Que pena que esta provincia carezca de ejemplos como éste, que tanto beneficio dejan en la sociedad, con la excepción de Amancio Ortega, que, aunque nacido en León, de vez en cuando nos manda alguna máquina necesaria para mitigar nuestras enfermedades, que no es poco. Gentes como ellos son los que necesita la provincia para, salir de este bache que nos ha hundido en la desilusión y la desesperanza a base de constatar ejemplos de todo lo contrario. Coge el dinero y corre, es la práctica habitual con honrosas excepciones. Mientras, las listas del paro no bajan, el empleo en precario se ha hecho con la ocupación laboral, con pobres de solemnidad que cobran una nómina pírrica, con miles de familias que cada día tienen que elegir entre pagar la casa, la luz, el agua o, darle de comer a sus hijos. Con ancianos que, con pensiones miserables, mantienen a sus hijos y sus nietos, con colas interminables en los bancos de alimentos, mientras políticos corruptos se llenan los bolsillos, otros compran chalets de seiscientos mil euros, o son contratados de asesores del cementerio, sin haber pisado en su vida el camposanto. ¿Dios mío, hasta cuándo?
martes, 15 de mayo de 2018
JUNCARIL
JUNCARIL
Tito Ortiz.-
Llega el metropolitano al Polígono de Juncaril, zona maldita por el destino, que jamás logró levantar cabeza de acuerdo con sus posibilidades. Son varios los factores a tener en cuenta para que esto se prolongue desde la noche de los tiempos. De un lado, depender de una mancomunidad (Albolote y Peligros) a cuyos gestores les ha traído al pairo el presente y futuro del polígono industrial, entre otras cosas porque de aquí no rascan votos, ya que esos trabajadores no suelen vivir en los pueblos a los que pertenece la zona. Recuerdo los años heroicos en los que Luís Curiel, entonces presidente de los empresarios, se partía la pana implorando a las autoridades, la instalación de una depuradora para no verter aguas contaminadas al río Juncaril. Curiel hizo un gran esfuerzo, llevándose su empresa desde la céntrica calle Chueca a Juncaril, pero la ilusión de éste empresario por que Granada ocupara un lugar de privilegio en el tejido empresarial andaluz, le viene desde la cuna. Lástima que su obra pionera, no haya tenido después dignos seguidores, ni en Juncaril, ni en la Cámara de Comercio, ni en la Confederación, cuyos responsables, responden perfectamente a la encuesta publicada por Ideal ha primeros de mes, en la que se constata con los números en la mano, que el empresario andaluz más pesimista, el que menos arriesga, y el más desconfiado, es el granadino, y así no hay forma de levantar cabeza. Los representantes empresariales granadinos pintan tan poco ante la administración y ante los políticos – muchos de ellos de sus propios partidos – que Granada sobrepasa tres años sin ferrocarril, y aquí no hacemos más que comunicados y cartas al ministerio, fotos en el periódico, ruedas de prensa, pero con menos fuerza que un muelle de guita. Granada tiene la clase empresarial que se merece su volumen de negocio. Una ciudad que, en pleno boom turístico, no tiene convenio de hostelería. Con un aeropuerto de juguete, con vuelos que aparecen y desaparecen, se retrasan quince horas o cancelan sin más. Con el monumento más visitado de España, cuyas entradas son una suerte encontrar, con sistema tan imperfecto, que incluso ha llegado a sentar gente en el banquillo, con lo fácil que sería venderlas en la puerta hasta que se acabaran. Granada no tiene chimeneas, pero tampoco iniciativas empresariales, Granada es la provincia de, o me subvencionas o no me muevo, ese es el verdadero riesgo de su clase empresarial, que luego observa con envidia como llegan de fuera e implantan negocios que funcionan, a poco que se arriesgue lo mínimo, que es lo que se le pide a un empresario. El tejido empresarial granadino o va con el cazo puesto a la administración, o no se mueve, el dinero está mejor inmovilizado en el banco, así no se pierde, y así es Granada, la única ciudad de España donde fracasó el Polo de Desarrollo que implantó Franco, haciendo naufragar a la provincia, que solo vio como una fábrica de cañas de pescar se asentaba en éstos terrenos, ante la desesperación de Vicente González Barberán, que siempre pensó tener mejor respuesta por parte de la iniciativa granadina, tan dormida ayer, hoy y siempre, con claras excepciones como aquellos pioneros capitaneados por Curiel, que mudaron sus pequeñas empresas a la lejana nada de entonces. Este Polígono de Juncaril, hasta el que hoy llega el metropolitano, pero que sigue tan necesitado de otras infraestructuras, como en aquellos años setenta, cuando se pensó que éste sería el gran pulmón industrial de Granada, sin pensar que estaría condenado de por vida a permanecer con respiración asistida.
martes, 8 de mayo de 2018
VICUÑA
VICUÑA
Tito Ortiz.-
Para el Metropolitano en Vicuña, y dicho así, pareciera que nos apeamos en A Coruña, o tal vez en alguna zona perdida de Asturias, pero la realidad es que estamos en el corazón de nuestras haciendas, en uno de esos espacios que dos siglos atrás eran el síntoma de la prosperidad y las buenas cosechas. Cortijos con numerosos peones en plantilla, que para la siembra o la siega se multiplicaban viniendo de sitios lejanos. Hablamos de grandes cortijos, que aquí ascienden a la denominación de “caserías”, para mayor honra y prestigio de sus propietarios. En estos parajes, aun se mantiene el señorío del latifundio, que abarca la diversidad de sus cultivos, pues unida a la historia de la Casería Vicuña está la estampa de sus históricos secaderos de tabaco, lo mismo que su especial construcción, que a veces pudiera parecer una Quinta de recreo, pero que en realidad es una explotación agrícola y ganadera, con estancia para los señores y los labriegos. Con esa especial arquitectura que a veces nos pudiera retrotraer al Neomudéjar, de paredes encaladas, con parras en enredadera que dieran sombra en verano a porches de entrada. Nobles Caserías como las lindantes entre las que destacan la de “Titos”, con su torre mirador del secadero, su construcción de ladrillo con vivienda de pilastras y su acreditada almazara. O la de “El Duende” que, en aquellas pasadas centurias, presumía de tener el mejor alambique de la comarca. Hablo de los siglos XIX y XX, cuando Granada presumía de una agricultura boyante en la que destacaban los cereales, la remolacha y el vino, cuya producción con los años llegaría casi a desaparecer. Y fueron estos campos y estas tierras cos sus frutos, los que precipitaron la implantación entonces de, la red provincial de tranvías de Granada, que tanto favorecieron el transporte de los productos recolectados, haciendo de la nuestra una tierra próspera y rica, que llegó con ese impulso a inventarse una arteria imprescindible como, La Gran Vía de Colón. Hoy el metropolitano vuelve a cruzar aquellas tierras prósperas, aunque no exento de sobresaltos.
El pasado miércoles día 25 a eso de las once de la mañana, el conductor del tren 308, entre las estaciones del Parque Necrológico y Sierra Nevada, se encontró a una dama que ufana caminaba delante del, pisando el rail derecho y sin hacer caso a las señales acústicas, hasta el punto de que el hombre tuvo que detener el metro y accionar el otro pito más agudo para que la ciudadana se apartara. Cuando por fin logro que saliera de las vías, ésta lo miró con cara de extrañeza, y siguió deambulando por los raíles en cuanto la sobrepasamos. Pero todavía nos quedaba otro susto. A la entrada de Armilla, a la altura de la iglesia de san Miguel, otra cruzó por delante a escasos metros sin ver que se le echaba encima el tren, enfrascada en una conversación telefónica a voces, con el móvil a la altura de los ojos. De nuevo tuvo que frenar y dejarla viva, no es cuestión de ir sembrando de cadáveres el trayecto, por muy descerebrados que sean los peatones que, con su inconsciencia, ponen en peligro su vida y la de todos los que viajamos en el metropolitano. Hay gente que le tiene poco aprecio a eso de vivir, a la que le atrae ésta infraestructura, y no duda en interponerse en su camino. Yo los he visto. Un diez para los conductores del metropolitano, que no ganan para sustos. ¿Nos acostumbraremos algún día a convivir con el metro?
martes, 1 de mayo de 2018
ANFITEATRO
ANFITEATRO
Tito Ortiz.-
Cuando el metropolitano llega a, Anfiteatro, volvemos a pensar en el pasado romano de Maracena, pero en realidad aquí no hay gladiadores, ni leones a los que echarles cristianos, en realidad estamos en una zona multiusos para espectáculos varios al aire libre, que con buen acierto lleva el nombre de nuestro cantante, Carlos Cano, en cuya memoria se ha vuelto a llevar a cabo un ciclo capitalino importante, honrando aquel amigo con el que jugué a las bolas en Plaza Nueva. José Carlos, como le conocía, era siete años mayor que yo, y con él aprendí juegos como el de las canicas, la lima, el abejorro y, churro pico o terna. Él bajaba de La Cuesta Rodrigo del Campo, yo de La Calderería, y en la plaza, junto a las carteleras de los cines, María La Aguaora, Chalo el de los periódicos y Luisa la de las tortas, discurrían nuestros juegos a los que en ocasiones se unía Fernandito Miranda, el de la Trastienda. Durante un tiempo le perdí la pista, pregunté por el en el taller de talla, escultura y dorado de Javier Castro, y me dijeron que había emigrado a buscarse las habichuelas por Europa, porque aquí la cosa estaba cortita para la juventud. Justo el año en que Massiel ganó Eurovisión, lo recuperé en Radio Popular bajo la tutela de Juan de Loxa, dando las primeras pinceladas a un movimiento que exportarían a toda España: “Manifiesto Canción del Sur”, abrió las puertas de la Universidad donde fueron acogidos como agua de mayo, para despertar conciencias muy aletargadas en la Granada de aquella época. Es un orgullo que este anfiteatro lleve su nombre, el de un buen hombre comprometido con su tiempo, que militó de granaíno hasta los tuétanos, paseando el nombre de nuestra ciudad por el mundo con su guitarra por bandera, aquella que, en los primeros tiempos, transportaba en una funda de plástico con cuadros escoceses en verde, como no podía ser de otra manera, porque el verde fue siempre su esperanza y la nuestra.
Los dos veníamos de hacer cola en la calle Horno de Marina, para que nos dieran a primeras horas de la mañana, la leche americana, gracias a los vales gratuitos que recogíamos en la parroquia de Santa Ana. Dos niños con lecheras de plástico en las manos, llenas de sabañones por el frío de aquellos inviernos de mantas cuarteleras que pesan, pero no abrigan. Un zagalón y un niño que mientras vuelven a casa, con máximo cuidado de que no se derrame ni una gota de leche, quedan para jugar por la tarde en Plaza Nueva, para cambiar tebeos en el “jorobaillo” de la Placeta del Corpus Cristi, o para alquilarlos por una “perragorda” y poder leerlos allí de pie, sin alejarte ni llevártelos a casa, mientras algún amigo, en lugar de gastarse el dinero en leer, compra su primer cigarro de aquellos “Peninsulares” que traían más estacas que hoja de tabaco, produciendo las primeras toses de la calada, porque si no tosías, es que no te habías tragado la bocanada y eso era de mariquitas. Mientras, Carlos soñaba como yo con un mundo mejor, él con todas sus canciones en la cabeza, con la rebeldía ante el sistema que a priori nos condenaba al ostracismo de nuestros padres, y al que ambos dimos la vuelta como un calcetín para alcanzar nuestras ilusiones. Como nos reíamos de esos tiempos cuando cada uno bregaba en lo suyo, poco antes de que un aneurisma de aorta hereditario me privara de aquel compañero de juegos infantiles y penurias, pero también, de tantas y tantas alegrías.