FLAMENCO Y TOROS
Tito Ortiz.-
El arte gitano andaluz siempre ha estado ligado a la tauromaquia. Algunos espectadores no avisados, se han sorprendido mucho, cuando estando en el tendido y aprovechando el silencio de la banda de música, un cantaor ha derrochado su arte jondo, mientras el torero acompasaba el discurrir de la lidia, al cante escuchado. Se trata de un momento mágico e irrepetible, donde el duende se conjuga en dos expresiones artísticas de incomparable belleza. La interpretación de un palo flamenco por derecho, mientras la otra mitad del conjunto armónico, domina a una fiera con el mando y el temple necesarios, para crear en ese instante que, ya nunca volverá a repetirse, un ballet sinfónico de éxtasis perpetuo.
Pero el flamenco, con respecto al toreo, no es la escena de la plaza. El flamenco forma parte de la cultura taurina, desde que el propio torero lo incorpora a su vida cotidiana, de manera natural y constante. Yo recuerdo haber visto al matador malagueño, Javier Conde, entrenando y toreando de salón, mientras escuchaba a Camarón. Pasado un tiempo, y por razones obvias, lo hacía con Enrique Morente. Y no es este el único ejemplo de como maridan estupendamente, el flamenco y los toros. El matador granadino, Pedro Pérez “Chicote”, casó con la cantaora, Marina Heredia, y antes de eso, el cantaor, Antonio Trinidad, ya había grabado en uno de sus discos, unos cantes dedicados al arte de este torero.
Aunque aquí en España no se ha prodigado tanto, el cantaor, Diego “El Cigala”, ha protagonizado grandes tardes en distintas plazas de toros mexicanas, derrochando su arte mientras en el ruedo se sucedían las faenas de muleta, y aunque de Despeñaperros para arriba, no sucede tanto, en Andalucía si que con relativa frecuencia, asistimos a la interpretación espontanea del cante flamenco, mientras en el ruedo, un hombre se juega la vida frente a un toro, en un ritual litúrgico de creación artística, de una proyección cósmica difícil de enmarcar. Es tal la influencia del flamenco en la creación artística, que ha llegado a pellizcar a artistas de muy diversas actividades. El malagueño Pablo Ruiz Picasso, tuvo los toros tan presentes en su creación artística, que hasta en el mismísimo “Guernica” hay un toro. El músico Joaquín Turina, compuso inspirada en el toreo, una de sus obras más reconocidas que lleva por título, “La Oración del Torero”. La nómina de autores de pasodobles toreros, excedería el espacio concedido a este artículo. El Mundo de la ópera, el ballet y tantas disciplinas artísticas, están plagados de la influencia de los toros, y no digamos nada de la literatura, el cine o la poesía. Pero esto no es algo que haya surgido en el siglo XX, el flamenco y los toros casaron hace ya siglos. Más cercano a nuestros días, aunque en el siglo pasado, el gran guitarrista, Manolo Sanlúcar sacó a la luz su obra embrujadora, "Tauromagia", poniendo la guitarra al servicio del toreo. Lo mismo hizo más tarde, Vicente Amigo, en su disco "Vivencias Imaginadas" inicia su relación con los artistas de los ruedos, comienza a dedicar temas a sus amigos toreros; en este álbum dedica a “Finto de Córdoba” unos tanguillos llamados Blanco y Oro, en el disco, "Un Momento en el Sonido" proclama su pasión por el quehacer artístico del diestro de Galapagar, José Tomás con unas bulerías bautizadas como "Campo de la Verdad" que inician de manera reposada, casi inmóvil como un pase por alto de Tomás, repitiendo la suerte sin enmendar un ápice y poco a poco van tomando fuerza y las notas se manifiestan apasionadas y entregadas como suelen ser las faenas y el toreo pleno de Tomás; Según asegura, Alejandro Arredondo.
TÍO JOSÉ “ EL GRANAÍNO”
Este nombre artístico corresponde a Juan Jośe Jiménez Ramos, torero y cantaor, que pasó su vida entre el toreo y el flamenco. Su vida transcurrió durante el siglo XIX. Respecto al lugar de nacimiento hay dos teorías: una la que sostienen los granadinos, que basados en su sobrenombre y en el dato biográfico que aporta José María de Cossío, en su obra “Los Toros”, lo hacen natural de Granada, (Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco”, Tomo I, pág. 343. Madrid, 1988). Gran intérprete de cantiñas, sobre todo, según afirmaba el desaparecido estudioso del flamenco, Alfredo Arrebola, quién dice además que, el reconocido y admirado cantaor Aurelio de Cádiz (1887 – 1974), quien en su juventud quiso ser torero, con el nombre de “El Gaditano”, afirmaba que era de Cádiz, y muy conocido en el barrio de Santa María. Acerca de su apodo- “El Granaíno” -, parece que fue motivado a que una vez retirado de sus faenas toreras se buscaba la vida vendiendo frutas y granadas, no tiene esto mucha razón de ser, ya que lo usó en su trayectoria taurina. Lo que parece cierto es que la mayor parte de su vida la pasó entre Sanlúcar de Barrameda, Cádiz y Chiclana de la Frontera, según contaba el célebre cantaor, Pepe el de la Matrona (1887 -1980).Las crónicas taurinas nos confirman que fue banderillero en las cuadrillas de Paquiro, El Chiclanero y El Lavi. En 1852 sufrió una grave cogida en Barcelona que, según Cossío, finiquitó su carrera taurina, puesto que le mermó sus facultades físicas. Lo que sí se sabe es que Tío José “El Granaíno”, viéndose sustituído en la cuadrilla de “El Chiclanero” por otro banderillero, “El Cuco”, empezó a componer letrillas por “Caracoles” como ésta: “Nicolasillo y Capa / son dos sujetos / que vestíos de estudiantes / causan respeto,/ pero le falta / un clarinete / y a Colás la flauta. //Vámonos, vámonos, / al Café de la Unión / donde están el Chiclanero, / Cúchares y Juan León”. Asimismo, se ha venido afirmando, sin fundamento histórico, literario y musical, que Tío José “El Granaíno” fue el creador de la Caña. El ya citado Pepe el de la Matrona en sus “Tesoros del arte flamenco” ( Hipavox. Madrid, 1973), sí afirma que este torero-cantaor redujo los “ayes” que lleva la Caña. La tradición, tanto escrita como oral, le ha atribuído, o al menos la difusión, de diversos cantes de Cádiz y los Puertos: Mirabrá, Caracoles, Romeras e incluso los curiosos “torrijos” del Granaíno, citados por el escritor costumbrista José Navarrete. Demófilo (Antonio Machado y Álvarez, 1846 – 1893) en su obra “El folklore andaluz” – octubre de 1882 – recoge precisamente las romeras del Granaíno, conforme a la “Edición conmemorativa del Centenario” (1981), que dieron a la luz pública los afamados flmencólogos José Blas Vega y Eugenio Cobo. Es conocido el nombre de Romero El Tito, cantaor y bailaor gaditano, como heredero y continuador de El Granaíno – su tío, según Fernando Quiñones -, a cuyo compás y gracia hizo bailar a todas las grandes bailaoras en los cuadros de los cafés cantantes sevillanos de Silverio y El Burrero, según los escritos de Arrebola.
CAMARON Y CURRO
Era un 29 de octubre de 1988 y en la plaza de toros de Badajoz se respiraba ese ambiente que solo hay antes de las grandes citas. Esa tarde se iba a vivir una jornada inédita: por primera vez en la historia, seis cantaores de flamenco actuarían en directo durante una corrida de toros. El promotor de la idea fue Diego Bardón, en su afán de unir la cultura flamenca y la taurina en un mismo espectáculo. Lo cuenta, Jaime Panadero: En el ruedo pacense se dieron cita las gargantas de Camarón de la Isla, José Mercé, Rancapino, Pansequito, Nano de Jerez y el Niño de la Ribera, todos ellos con sus respectivos guitarristas, y las muletas de Curro Romero, Rafael de Paula, Pepe Luis Vázquez, Curro Caro, Lucio Sandín y el extremeño Emilio Rey. La esencia de ese nuevo concepto de 'corrida flamenca' radicaba en que la música acompañara la faena de los diestros. Curro Romero fue el encargado de abrir el cartel, y su pareja al micrófono solo podía ser Camarón de la Isla. A los pocos minutos, después de varios pases del torero, el de San Fernando se arrancó a cantar desde la barrera. El Faraón de Camas acabó llevándose una oreja y cumpliendo uno de los sueños de su vida: torear mientras su gran amigo Camarón le cantaba. Aquel día ha pasado a la historia de la tauromaquia y del flamenco como el primero en el que ambos mundos se fusionaron en uno solo, según algunos entusiastas de ambas artes.
IGNACIO SÁNCHEZ MEGÍAS
Tal fue la proximidad de este matador al flamenco, y tal su pasión por él, que aunque sólo se “cantiñeara”, puede situarse sin incomodidad a su persona tanto en el ambiente taurino como en el complejo y enigmático mundo del cante jondo, tal como leemos en “Los Toros”, pág. 709,Tomo VII, del escritor y polígrafo español José María de Cossío y Martínez (1892 – 1977), amigo, precisamente, de Sánchez Mejías, Joselito el Gallo, su hermano Rafael, Pepe Luís Vázquez, o Antonio Bienvenida. Está realmente confirmado que Sánchez Mejías sentía profunda pasión por el flamenco, y que recorrió – en testimonio de José Blas Vega y Fernando Quiñones – Sevilla, Jerez, Utrera y Madrid en busca de reuniones flamencas, y era amigo y cliente de cien cantaores y guitarristas. En sus casas de Sevilla y Madrid organizaba reuniones de cante; en una de ellas se produjo el famoso encuentro de la “Generación del 27” con el cantaor Manuel Torre, como bellamente lo narra Rafael Alberti (1902 – 1999) en su obra “La arboleda perdida” (1987). Suele afirmarse también que Sánchez Mejías era conocedor de todos los estilos flamencos y, sobre todo, adorador del “duende”, tan prodigado por Manuel Torre, a quien el torero sevillano – cuenta la tradición – “sabía sacarle el cante”. El flamencólogo jerezano Julián Pemartín nos refiere que Sánchez Mejías sufragó los gastos del hospital sevillano donde murió el cantaor jerezano (1933). Sabemos también que Pericón de Cádiz e Ignacio Espeleta cantaron para el torero de Sevilla. Y, según cuentan Blas Vega -F. Quiñones, op.cit. pág. 710, en el año 1926, Sánchez Mejías se llevó a Espeleta a Sevilla y le hizo participar en el agasajo con que el Aeroclub hispalense honró el vuelo transatlántico del “Plus Ultra”; más tarde gestionó y logró la actuación de Espeleta para hacer el papel de zapatero en el espectáculo “Las calles de Cádiz”, encabezado por La Argentinita (1895 -1945). Sánchez Mejías fue hombre culto y escritor; a él se debió el montaje, financiación y lanzamiento del espectáculo “Las calles de Cádiz”, con 18 cantaores y bailaores de primer orden que recorrió España.
TRAGABUCHES
José Mateo Balcázar Navarro – Arcos de la Frontera/Ronda, 1780 – ¿…? – cambió su nombre por el de, José Ulloa Navarro amparándose en una pragmática real de Carlos III que autorizaba a los gitanos a tomar el apellido que deseasen. Tragabuches fue un bandolero, torero y cantaor. Era de raza gitana y tomó el apodo de su padre, a quien le venía – cuenta la tradición – de haberse comido un pollino, recién nacido, en adobo. Recomiendo la lectura del Tomo III de “Los Toros”, de J. María de Cossío, para la semblanza biográfica de este “torero -cantaor”. A los veinte años empezó a banderillear y figuró en las cuadrillas de José y Gaspar Romero y dos años más tarde ya les acompañaba como sobresaliente desde 1800 a 1802, año en el que tomó la alternativa en la plaza de toros de Salamanca. Instalado en Ronda, pronto abandonó su carrera de matador de toros y comenzó actuar como contrabandista junto a una bailaora conocida como María “La Nena”, encargada de vender las mercancias del ilegal comercio. La bella gitana, a la que amaba locamente, llegó a serle infiel y ello determinó que Tragabuches diera muerte a su amante y a ella la arrojara por una ventana, falleciendo en el acto. Por este doble delito fue condenado a la horca, mas la sentencia no llegaría a ejecutarse al desaparecer el condenado. Tragabuches huyó a la serranía y formó parte de la tristemente célebre cuadrilla de bandoleros conocida por “Los siete Niños de Écija”. Parte de sus componentes fueron capturados y ahorcados y, diezmada la cuadrilla de malhechores, se disolvió hacia 1819, desapareciendo José Ulloa, sin que se volviera a saber de él.
LOS GALLO
Mi admirado compañero periodista, Paco Aguado, en su obra magna, "Joselito El Gallo " Rey de Los Toreros, sostiene con acierto, que la saga de los Ortega comienza - arrastrando la trayectoria del binomio cante y toros desde el siglo XIX al XX - con, Enrique "El Gordo", banderillero muy efectivo con la puntilla, pero cantaor largo y descomunal, que pasados los años, llegaría a heredar el propio Manolo Caracol. Cuentan que el cante de Enrique era de tal gusto, que algunos matadores lo llevaban en su cuadrilla, solo por oirle cantar en las juergas trás corrida, y en los largos y penosos viajes de entonces. Pero son los hijos de Gabriela Ortega, genial bailaora de la época, los que nacen toreros escuchando buen cante en casa, y practicándolo por bajini, en momentos de intimidad. "Los Gallo", Rafael y Joselito, compendian lo que es ser torero, viviendo en flamenco, llevando en su sangre dos dinastías centenarias, de lo jondo y la tauromaquia: los Gómez y los Ortega. No deja de ser una crueldad de la historia, que el toro que mató a Joselito se llamara, "Bailaor", cuando su madre fue una de las mejores bailaoras de todos los tiempos.
Más cercano a nuestros días, de la unión eterna del cante y los toros, nos habla el hecho de que El Califa cordobés, Manuel Rodríguez Sánchez "Manolete", se hiciera acompañar en los carteles muchas tardes, por "Gitanillo de Triana", quién como matador cubría el expediente, pero como cantaor era extraordinario, y de esta manera, el hijo de Angustias Sánchez, podía disfrutar de su cante en los desplazamientos y cenas posteriores a las corridas.