miércoles, 8 de octubre de 2014

EL TONTÓDROMO

EL TONTÓDROMO Tito Ortiz.- Sepan aquellos que no estén al corriente, que pese a menesterosos historiadores, que han oído campanas y no saben dónde, “El Tontódromo” granadino, comprende la longitud exacta que va, desde la puerta principal del edificio de Correos,- en el kilómetro cero de la malafollá granaína - hasta los plátanos de sombra del Campillo, junto a cuya fuente, se escucha aún la voz melodiosa de la animadora vocalista de la orquesta del café, “Alameda”, a las puertas del Teatro Cervantes. Así que en saliendo de Correos, se gira a la izquierda, se baja lo que el vulgo conoce como, Acera del Casino, se pasa por la pecera del Centro Artístico, Literario y Científico de Granada, por la puerta del Isabel La Católica, por las ventanas abalconadas del Real Aeroclub y se llega a la plaza frente a la tertulia “El Rinconcillo”, y esos metros exclusivamente, eran los que tenían las chicas y chicos granadinos para cruzarse calle arriba, calle abajo, hasta cansarse, ponerse ojitos, giñarse, sonreirse, en fin, para tontear dejando a las claras quién te gustaba, y quién podía ser el candidato o la candidata a pretendiente/a, que es la dignidad mínima del escalafón, que culmina con el casamiento por todo lo alto, incluido el traje de Almacenes “Los Muñecos”. Yo no llegué a tiempo de escuchar, la vieja orquestina en el Hotel Colón, reconvertido inmediatamente en los Almacenes “La Paz”, pero si se educaron mis oídos con, José Luís y su Guitarra, cantando Mariquillla Bonita o, la cumbia del barrio de San Antón. Aunque comencé a bailar en la discoteca del hotel Casa Blanca, con las canciones de Adamo, ya me había curtido en casa, escuchando en el pick-up de mi tío Ñoño al gran Beni Moré, a Nac King Kol, o Renato Carosone, Torcuato y Los Cuatro, Los Cinco Latinos, y Marino Marini. Soy un producto musical de aquella época, en la que primaba en la música internacional, una cosa que al parecer hoy día no está de moda: Tener buena voz, educación musical y saber cantar. Hoy, a juzgar por lo que trasciende en televisión, resulta más efectivo que tener hermosa voz y cantar como los ángeles, presentarse embutido en un vestido de mujer y con barba de varios días. Esto es lo que de verdad se premia ahora en los grandes festivales de la canción. Si cantan o no, si saben lo que es un Fa sostenido, o por donde se sale al escenario, eso es lo de menos. Lo que importa es que sea un bicho raro, y si tiene tres piernas y dos cabezas, mejor aún, para el circo mediático. Que cante de verdad, sabiendo lo que dice y hace, eso, carece de toda importancia. Por eso el tontódromo ya no existe. Porque las relaciones ahora no se hacen, cruzándose por la calle con mirada embelesada. Ahora lo que prima es entrar en las redes sociales y mandarte un wasap. Coger el móvil y mensajearte con el candidato a todo trapo, con un lenguaje ortográfico de pena, donde el idioma es masacrado hasta la muerte. Antes las salidas con los amigos y amigas, se convertían en reuniones interminables junto a los toneles del “Cortijo Las Cruces “ de la calle Recogidas, en torno a unos vinos, mientras Manolito Orellana, descolgaba la guitarra de la mugrienta pared, y atacaba las rumbas de Los Payos, con sus pantalones de campana y sus picos del cuello de la camisa, hasta la mitad del pecho. En eso que, alguien sacaba un paquete de “Sissi”, tabaco que cada cigarrillo venía de un color distinto, aunque siempre había un valiente que arrojaba sobre la mesa uno de “Habanos”, para que alguna despistada se lo llevara a la boca, y a la primera ganchada, echara los quirios junto con la primera papilla, era como la tapa “escondida” del San Remo, en la calle, Puente de Castañeda. Pero nos divertíamos así, con inocentadas de andar por casa. Ahora lo moderno es, -ya que se han agotado los geroglíficos del castellano hablado y escrito-, reducirlo todo a un emitocono para colmo de la síntesis parlante. Alguien te manda una cara amarilla realmente deplorable, que dependiendo de si sonríe o llora, debes interpretar que lo mandado por ti, es bueno o malo, y san selerín del monte. Ah, y no hace falta que nos juntemos físicamente en algún lugar agradable, o en plaza pública al uso. No, no, que barbaridad. Ahora lo que hay que hacer es que, cada uno en su casa, a ser posible encerrado bajo llave en su habitación, nos conectemos en lo que se ha dado en llamar, un party line. O sea, que con el ordenador y la West Camp, nos vemos el careto y hacemos una reunión virtual, en la que no nos olemos – eso que nos ahorramos – teniendo en cuenta que los modernos tiran poco de ducha, porque nos han salido todos/as muy ecologistas y por lo tanto, ahorradores/as de agua. Es la panacea de la comunicación moderna. Como una tormenta de ideas, al más puro estilo del marketing básico norteamericano, sin rozarnos, y cada uno bebiendo de lo suyo y fumándose su tabaco sin tener que invitar. Vamos un chollo, paradigma actual de la intercomunicación humana en régimen de aislamiento, o sea, un caso para mí admirado profesor, José María López Sánchez, de quién tanto aprendí en el pabellón psiquiátrico del clínico, a las órdenes de Carlos Ruiz Ogara. ¡¡¡ ¿Qué hemos hecho con nuestras vidas, dios?!!!

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