viernes, 2 de enero de 2015

DOCTORÁNDOME EN FLAMENCO

DOCTORÁNDOME EN FLAMENCO Tito Ortiz.- Tengo el vinilo de Rafael Romero, “El Gallina” gastado, de tanto estudio comparativo entre El Polo y La Caña, sus diferencias y como reconocerlas en el oído al instante. Son manías de viejo aficionado que, empeñado en saber de flamenco desde mi infancia, descubro que el arte gitano andaluz, es como la asignatura interminable, de una carrera universitaria sin fin, donde los conocimientos afloran, conforme comparas y encuentras distintos intérpretes, que aportan su sello personal al cante en cuestión. Así que ya que estaba metido en harina, he continuado con La Serrana, su correspondiente Macho, sin olvidar el comienzo por la Liviana. Tu te crees que el asunto va por Seguiriyas, pero a poco que el guitarrista quiera, te sacará de dudas y, pronto te darás cuenta que estás en otro palo. Porque esto de estudiar flamenco, es como el juego de las siete y media. Un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, por juegas cien veces... mil, y mil veces que té pasas o no llegas. Y si té pasas es peor, porque indica que eres del otro deudor, o sea, que no has estado atento a la falseta de la guitarra, ni a la salía del cantaor. Y esto que debería estudiarse en La Sorbona, Oxford, o Cambrige, resulta que no te lo explica nadie, a no ser que tengas un buen amigo que te saca de la ignorancia flamenca que arrastras, cuantos más años de aficionado sumas a tu trayectoria en el arte. Llevo desde la transición escuchando el soniquete de que, el flamenco debe estudiarse en las escuelas como asignatura obligada, y tengo la sensación de que cuando la Meripen, o Moriben venga a por mí, el flamenco no habrá entrado aún en las aulas, tal y como se merece un arte Patrimonio de La Humanidad. Mi amigo Calixto Sánchez, que para eso es profesor, tiene un método listo para ser aplicado, desde que tenía el pelo negro, y cantó en aquel amanecer de la placeta de Los Aljibes de La Alhambra, traído a cerrar el Concurso de la Peña de La Platería, y no hay forma de generalizarlo, con la fuerza y contundencia con la que un catalán promociona la sardana. Que ya hay que tener valor para promocionar semejante corro, soso y triste, donde los haya. Alejado de mis sesenta, sigo estudiando el flamenco en la soledad de mi habitación, entre elepés negros, sencillos de cuatro cantes y viejas cintas de cassette, que se me paran y estiran, por razones de la edad. A éstas alturas es lo único que se me estira, la cintas y el cuello, cuando escucho el quejío de Juanillo “El Gitano” en su cueva de Sacromonte, grabado en mi viejo magnetofón de carrete abierto, haciendo esos cantes de la Granada cantaora, irrepetible y eterna, que jamás ha podido ser copiada por el resto de las distintas andalucías. Cierro los ojos y veo a Fuensanta, “La Moneta”, bailando en la “Verea denmedio” al ritmo de La Serrana, y sigo estudiando, prendido ahora de la belleza de ésta gitana, que aborda con su mantón, la Liviana de entrada. Cante y baile irrepetible en un tablao de La Alhambra, que habla de originalidad y rito en lo jondo de Granada. Y sigo estudiando y me detengo, para llevar el brazo del tocadiscos otra vez hacia atrás, y pongo la aguja en el mismísimo surco del arte, y el viejo altavoz de rejilla dorada de mí pikú alquilado, me devuelve el eco inconfundible de don Antonio Ranchal y Álvarez de Sotomayor, interpretando con la elegancia flamenca de quién lleva pañuelo blanco en el bolsillo de la chaqueta, un fandango de Lucena, cuya letra dedicada a La Virgen de Araceli, habla de una visita del pecador a su Patrona. Explicarle a mi amigo Günter, director de la Joven Orquesta de Colonia, que el Mirabrás y la Rosa, eran familia de las Alegrías, como las Romeras y Los Caracoles, me llevó en los setenta toda una gira por Andalucía, que me encargó mi admirado, Dámaso García Alonso, presidente perpetuo de Juventudes Musicales en Granada. Pero de aficionado a músico, fue mucho más difícil explicarle que todos esos cantes entran al toque por Soleá, ahí ya el orondo alemán, comenzaba a tener palpitaciones, los ojos se le volvían blancos y me pedía por piedad una sangría bajo el sauce que cubría el viejo kiosco de madera pintado en verde, de La Mimbre, lugar donde el eco de la Cuesta de Los Chinos, devolvía mis torpes intentos de demostrarle por qué La Media Granaína, era más difícil de interpretar que la Granaína entera, y que ambas podían confundirse con la entrada por Malagueñas. Ahí era donde Günter Hässy se desesperaba y me decía que era imposible que, el arte flamenco, fuera más difícil de estudiar que la música clásica, así que yo le recitaba de carrerilla para ponerlo más nervioso, la lista de los compositores nacionalistas que se habían acercado al flamenco, sin llegar al contacto íntimo transcrito a un pentagrama, del que podía presumir Manuel de Falla, pero claro, por muy adusto que fuera el músico de La Antequeruela, en algún sitio de sus cromosomas, tenía que tener por fuerza, la enjundia de La Perla de Cádiz, El Mellizo, o el mismísimo, Pericón. Como yo no hablo alemán y Günter entonces tampoco español, ambos teníamos que esperar la traducción de nuestros argumentos, a cargo de un compañero de la orquesta, que había estudiado nuestro idioma con un profesor mexicano, con lo cual, era desternillante ver al corpulento y rubio alemán, decir cosas como: ¡Buenos días compadre?, O, ahora mismito nos vamos cuate. Aquella gira andaluza fue inolvidable, y yo sigo estudiando el flamenco, por si Günter aparece por aquí de nuevo, cosa que suele hacer con cierta frecuencia. Tengo previsto explicarle, el cambio de Manolito María, en la Seguiriya, a ver si ya le da un síncope y no hay sangría que lo remedie.

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