jueves, 12 de febrero de 2015
ANOCHE ESTUVE DE FARRA
ANOCHE ESTUVE DE FARRA
Tito Ortiz.-
Juro ante dios y ante los hombres, que yo me iba para mi casa, pero el destino los puso en mi camino. Nadie puede zafarse de un Enrique Padial, capa sobre los hombros, bastón en mano, que te cierra el paso a las puertas de El Mesón, en la placeta de Gamboa. Mi madre me esperaba para cenar en San Matías 22 primero, la casa familiar, pero cuando un amigo al que no ves en meses, se empeña en que debemos ir a la cercana casa de “La Bizcocha”, donde nos esperan desde hace rato. Yo no sé usted, pero yo, no me resisto. Aguardiente de garrafa, medias de costura ladeadas y con rasas, olor intenso a Salfumán, en fin, que ¿dónde mejor se puede hablar de arte pictórico y literatura?, sín que te den el coñazo. Porque eso sí, nosotros yacer, no yacíamos, pero nos trataban como a reyes y algo extremadamente infrecuente: Nadie nos interrumpía. Recuerdo una discusión con Enrique, en casa de una meretriz despampanante de la calle, Jazmín, en la que yo argumentaba que a su homenaje a Falla le sobraban rojos y llamas, y acabamos con Vasili Kandinski por peteneras. Él, recién donado el cuadro a la ciudad, para que fuera expuesto eternamente en el auditorio de García de Paredes, y yo, recién ingresado como miembro numerario de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Allí cada uno enarboló sus armas. Yo le restregué mi licenciatura en Bellas Artes, él su formación autodidacta, reconociendo la influencia de haberse pasado por el forro de los coj..., el tiempo que estuvo en la Escuela de Artes y Oficios, y a punto de descubrir que Juan Gris era el culpable de toda una generación de españoles listos, como Pablo, el hijo del profesor Ruiz, de Málaga, nos abordó en la puerta, Manuel López Vázquez, que enfrascado entonces en su obra magistral del extinto Café Suizo, andaba dándole forma a su Fray Leopoldo en tabla. Cuán trío calavera íbamos caminando hacía las afueras, hasta “El Machaco”, casi en el Camino de Ronda con el Cañaveral, cuando una risa draconiana nos detuvo, al grito de ¿dónde vais sin mí?. Era el escultor Pepe Castro Llamas, que seguido de un escuálido esqueleto, poseído por una voz más potente que la suya, también ordenaba la pausa, hasta ponerse a nuestra altura. Se trataba del insigne maestro, Aurelio López Azaustre, que con autoridad y contundencia, apostaba por repostar en tan insigne elemento de la madrugada granatensis, refrescando el gaznate con un sol y sombra, no sin antes advertir a los serenos que nos salían al paso, de que estaba de, Hery Moore, hasta el forro de su escroto, pues estaba entonteciendo en Granada, a más de un escultor incipiente de la época, que se estaba dejando influenciar por aquellas líneas amariconadas. Y el auténtico escultor, como ya me dijo en la primera entrevista que le hice en el Diario Patria, Martínez Olalla: El escultor, niño, - me dijo - es un albañil con corbata. Y san selerín del monte. No vayamos a mariconadas ahora. Que aquí, como Pardo, en Artes y Oficios, - Pardillo para sus amigos – como me contaba mi novia mariángeles que se dejaba llamar - hay que desbastar la piedra... releñe, y eso, como el Soberano... ¡es cosa de hombres!. Por entonces andábamos enfrascados en una magna muestra, que celebrose con gran alharaca y algún que otro dispendio, incluido notorio ágape. Agonizaba Picasso, y Juan Herrera González Aurioles, tuvo la idea de hacerle un gran homenaje, para lo que nos dio cobijo a todos en la sala de arte, que la Rural tenía en su oficina principal, junto al Gobierno Civil. Hacía años que nadie conseguía reunir a los artistas granadinos de todo signo, y Herrera lo hizo posible. Cuando el dueño del machaco y su hermana, nos echaron a la calle con las claras del día, dirigimos nuestros pasos al café Fútbol, para ser los primeros clientes de la mañana, después de una noche húmeda como aquella, lo suyo era un chocolate con churros de urgencia, y así fue. Las voces subieron de tono, cuando algún artista no admitió las telas metálicas de Manolito Rivera, a lo que yo me opuse, porque considero que en arte nada es excluyente, sobre todo, cuando un artista ha demostrado antes, que lo es: Porque tan Picasso es el de “Las señoritas de Avignon”, como el de “Primera Comunión”. Cosa distinta es que algún iluminado, pretenda dar por idéntica a la picassiana, la trayectoria de Joan Miró, ahí el que me busca me encuentra. ¡Hasta ahí podíamos llegar... hombre!. A Miró le falta profundidad artística en el mensaje, y le sobra mercantilismo y promoción gratuita, en todos los sentidos.
Próximo a dispersarse el trust de los tenorios, por los efectos inmisericordes de los rayos del sol, decidimos rematar la faena con una copita de uvas en aguardiente, en el Café Bar Alarcón, en la esquina de la calle Elvira con la del Pan, más conocido como “La Lisa”. Durante la dulce ingesta, alguno de los presentes dijo haber sorprendido a Iván Piñerúa, pintando en el interior de la Catedral de Granada los cuadros de su próxima exposición, y que Benito Prieto Coussent, andaba esfrascado en la realización de un cristo crucificado y desmadejado, de espeluznante resultado. Cuando salimos a plaza Nueva, para la despedida con brotes de exaltación de la amistad, vimos como Don Marino Antequera, con su caballete y su maletín, subía por la Cuesta de Gomérez, camino de la Alhambra para pintar del natural el Generalife. Sin la oficialidad del nombramiento, él fue el cronista oficial de Granada, durante decenas de años. Y a su memoria, va éste homenaje.
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