domingo, 1 de febrero de 2015

DE LA MAESTRANZA AL GREEN

DE LA MAESTRANZA, AL GREEN Tito Ortiz.- Mi padre me llevaba de la mano, Carrera del Darro arriba, a un bar largo y estrecho que se situaba entre los puentes, Cabrera y Espinosa, y que en su fachada lucía el letrero pintado a mano de, “Bodegas Lindaraja”. La visita era obligada por mi insistencia y perseverancia. No es que antes de recibir la primera comunión ya fuera adicto al alcohol, es que en aquel bar tenía su sede en Granada, la Peña Taurina de Paco Camino, del que yo nací siendo un aficionado incondicional. El que era conocido como “El Niño Sabio de Camas”, atrajo mi atención desde que yo olí el capote de brega de mi padre cuando volvía de torear, y con paciencia infinita, metía el vestido en una tina con pubilla, y desplegaba el percal en la mesa de camilla, donde a base de jabón lagarto y un cepillo de raíces, dejaba su principal herramienta de trabajo como un jaspe, sin rastro de sangre o albero. Yo me ponía de puntillas para alcanzar a ver la vitrina que a modo de mostrador junto al futbolín, exhibía, desde fotos de aquellas en blanco y negro, que tenían los filillos como dentados, y mostraban a mí ídolo Paco Camino, en tentaderos y dehesas, con una camisa rudimentaria y un pantalón rabicorto, desplegando aquella muleta con la mano izquierda en unos pases naturales, guiados seguramente por la divinidad suprema, que suele dotar a los niños prodigio, del arte necesario como para parar el tiempo, congelando la estampa más estética y profunda de la tauromaquia “postbelmontiana”. En aquel cajón con un cristal protegido, había carteles de sus tiempos de becerrista y novillero, instantáneas de su doctorado en Valencia, el mismo año que Fidel castro entró en La Habana, con Jaime Ostos de padrino y Juan García Mondeño, de testigo, un torero que vistió el habito de dominico, y que abandonó para volver a los toros, con el apodo de Fray Mondeño, historia que se llevó al cine y en cuya película también intervino mí ídolo. Aquella peña tenía en sus paredes, banderines de tela con retratos en pintura de Camino, banderillas es aspa, grandes afiches de las mejores ferias taurinas, orejas cortadas por mi idolatrado, rabos y patas, que en aquel tiempo, también se concedían, porque cortar los máximos trofeos era: las dos orejas, el rabo y, una pata. Si la faena había sido un disloque, yo vi alguna vez cortar hasta dos, pero no era lo habitual. Una chaquetilla de un vestido de luces maltratada por el tiempo, una taleguilla corneada, unas medias rotas manchadas de sangre en alguna cogida y, alguna catañeta, testimoniaban el cariño que el propio torero y los socios tenían por la peña que llevaba su nombre, y que de manera altruista hacía lo posible por divulgar su arte y seguirle donde toreara, con una pancarta en la que rezaba bien claro lo de, Peña Paco Camino y, Granada. Lloré el último día que lo vi torear dándole la alternativa a su hijo, porque yo sabía bien que sería el último. Recordé aquella tarde de Corpus de finales de los setenta, cuando salí dando pases de la plaza de Granada, tras verle una de sus faenas memorables, junto a mi amigo Alfredo Curiel, con el que siempre compartí admiración por el camero. Pero si sus naturales eran carteles de toros, no digamos nada de sus chicuelinas, con el empaque y el señorío maestrante, de quién lejos de ser solo un torero pinturero, a su gracia sevillana añadía el poderío y el mando de un conocimiento del toro y su comportamiento, merecedor de un doctorado en psicología taurómaca. Torero encimista cuando le apetecía, sabía pisar terrenos en las distancias cortas, con la misma filigrana y suavidad con la que un desactivador de minas, va despejando el frente. Artista con regusto, te levantaba del tendido si quería, con el toque de muñeca con el que firmaba una trincherilla. Así era la tauromaquia de Paco Camino, un matador de toros que comandó el escalafón durante dos décadas, y a pesar de llevar tres sin enfundarse la taleguilla, es mantenido en la memoria de los buenos aficionados, como una de las mejores cosas que le ha ocurrido al toreo en toda su historia. Ahora, tenemos la oportunidad de conversar al sol del invierno, en el Parador Nacional de Golf en Málaga, en el green, dudando entre que palo utilizar, si vamos o no bajo par, o donde está el hoyo dieciséis. Hace treinta años, hubiéramos discutido sobre aquel ensabanado, casi jabonero, bizco del izquierdo, que se acostaba por el derecho, y al tercer pase se quedaba debajo, olisqueando las zapatillas, al que él le sacó faena cuando los demás no dábamos un duro por el bicho. Hoy lo nuestro es elegir bien la bola a golpear, si es de dos o tres capas, como colocarnos en el tee box, y si seremos capaces de llegar al hoyo 19 sin caddie, los años es lo que tienen, pero bueno, al menos los amigos nos animan y dicen que no estamos tan mal. Dios los bendiga.

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