lunes, 31 de agosto de 2015
EL CORRAL DEL CARBÓN
GRANADA EN BLANCO Y NEGRO
Tito Ortiz.-
Corral del Carbón
No hay precedente en España, de que otro director haya dedicado toda su vida, al engrandecimiento de nuestro teatro clásico, y la zarzuela. José Tamayo, sintió desde niño esa vocación, que mantuvo hasta el final, con la estética de un corral de comedias.
Ésta Alhóndiga Nueva, construida en el primer tercio del siglo XIV, junto al mercado de las sedas, al que accedía por un puente sobre el Darro, y al lado de la Mezquita Mayor, fue almacén y mercado, también posada de comerciantes. En el siglo XVI, ya se tiene constancia de que es utilizado como Corral de Comedias, pues su arquitectura a doble planta, permite separar a hombres de mujeres durante los espectáculos, ya que unas veces la autoridad y otras la religión, dependiendo de la época que hablemos, no se permitió que hombres y mujeres asistieran juntos a los espectáculos. Pasó el edificio, de ser utilizado para que pernoctaran los carboneros, a lugar de representaciones teatrales, dada su cercanía al zoco de la medina, lo cual permitía el conocimiento de lo programado, de manera inmediata a un mayor número de personas, a veces incluso, sin tener que utilizar voceros y fanfarrias.
Multiusos
A lo largo de su historia, el Corral del Carbón también cambió de sexo, llegando a convertirse en Corrala, pero de vecinos. Hay algunas generaciones de granadinos, a los que les cupo el honor de nacer en lugar tan emblemático e histórico. Aquí se ha declamado a los clásicos, bailado a lo genuino, y cantado a lo más jondo, no sólo por la cantidad de ocasiones en las que éste patio, albergó el arte flamenco, sino porque pocos saben, que el famoso Primer Concurso de Cante Jondo celebrado en la Alhambra en 1922, tuvo entre éstos muros su segunda edición al año siguiente, en 1923, según ha descubierto, el no menos flamenco, José Delgado Olmos, estudioso del tema y aficionado cabal donde los haya. Aquí se ha proyectado cine, se ha tocado el piano, interpretado canción lírica, presentado eventos, escuchado declamar a los clásicos, e interpretado a los contemporáneos. Aquí se echan suspiros, y monedas al agua acompañadas de un deseo, como en la Fontana de Trevi. Y es que éste humilde pilarillo en el eje del patio, es más antiguo aún que la célebre taza inmortalizada por, Anita Ekberg, cuya imagen no me permita olvidar dios en toda mi vida.
José Tamayo
No muy lejos del Corral, nació el gran Pepe Tamayo, que desde niño sintió la vocación del Teatro. Leo del año veinte, Tamayo, estudió humanidades en el seminario y pasó por la Escuela de Comercio, pero sus ojos brillaban de manera especial cuando se levantaba el telón. Con diecisiete años comienza su andadura con, Teatro Al Aire Libre, poniéndose al frente de la dirección con grandes clásicos de todos los tiempos. A mediados de los cuarenta, funda la compañía Lope de Vega, tal vez su gran obra, porque por ella pasan los grandes de la escena española, y con ellos, revaloriza a los autores hispanos, hasta el punto de que nunca antes habían sido valorados. Tamayo ama nuestro teatro, y ama nuestro género chico, hasta el punto de que La Zarzuela, conoce a través de sus montajes una época de esplendor, absolutamente insospechada. Hizo las américas donde triunfó con rotundidad, y la década de los cincuenta, lo encuentra en el Teatro de la Comedia de Madrid con Muerte de un Viajante. En 1954 realizó su primer montaje musical en el Teatro de La Zarzuela, Al sur del Pacífico, que le dio pie para crear cinco años más tarde la compañía lírica, Amadeo Vives. Fue durante esta temporada (1954-1962) cuando dirigió el Teatro Español; algunas de las obras que puso en escena y que más fama le dieron durante esta etapa fueron Doña Francisquita, (1956), en el Teatro Lírico Nacional de La Zarzuela. Carmen (1962), en la Plaza Mayor de Madrid. Enrique IV, Luces de Bohemia; El caballero de Olmedo, en Washington y Nueva York, y Crimen Perfecto, que fue una de las obras más innovadoras del momento. De su pasión por el teatro, ésta anécdota real lo calibra perfectamente: una larga noche de ensayos al aire libre, en el Teatro Romano de Mérida. En un momento dado, Tamayo gritó, llevándose las manos a los ojos: "¡Qué me apaguen ese dos mil!", refiriéndose a lo que creía era un foco que le deslumbraba. Su ayudante le tuvo que aclarar: "Don José, no es una luz, es el sol que está saliendo". Ése era Pepe Tamayo, el granadino que dirigiendo autos sacramentales en la puerta de la catedral granadina, aprendió a conquistar el mundo de la escena, que no llegó a tener secretos para él. Pepe Tamayo, más granaíno, que la calle La Colcha.
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