martes, 10 de noviembre de 2015

A VER LOS BARCOS VENIR

A VER LOS BARCOS VENIR Tito Ortiz.- Ante la desesperanza del futuro político, económico y social, a los sensatos, solo les queda, sentarse en uno de los bancos, que el ayuntamiento a dispuesto para los ciudadanos en, La Gran Vía o Reyes Católicos, y esperar a ver los barcos venir. Porque a los de la capital, solo nos queda recurrir al Mayo del 68, para albergar un atisbo de esperanza: Ante la ineptitud política, seamos sensatos, pidamos lo imposible. Pero es el caso que ni siquiera podremos hacerlo en las principales arterias de la ciudad, porque es la nuestra, - me refiero a Granada – la única ciudad que no tiene un solo banco en sus dos principales calles. Los diseñadores de la última reforma de la Gran Vía, se preocuparon de dejar unos filos rematados con metal en las bocacalles, para que desparrames los sesos por el asfalto, pusieron el nombre de las calles en el suelo, para que resbales o tropieces a placer según te convenga, colocaron las farolas de doble cubo y cristales blanquecinos, que nadie quiso poner en sus calles. Se inventaron un cenicero papelera, al que protegen con una bolsa de plástico, para si se te ocurre echar la colilla, provoques un clamoroso incendio en el centro de la ciudad, se inventaron los maceteros más pesados del mundo, colocados al paso de la ciudadanía, en el sitio exacto donde los invidentes se la juegan a diario. En Recogidas, además, colocaron los árboles tapando los semáforos, para si vas conduciendo, mates a placer sin haber visto la luz y su color. Las baldosas de las aceras, - cuyo material pulido ya viene desde la cantera -, se convierten en una pista de patinaje, presta a destrozar rabadillas, y gracias a los incívicos de las mangaletas, las macetas las han subido a la altura de las farolas, para que nadie robe más unas florecillas que en invernadero no valen más de un euro tres macetas, pero algunos ciudadanos son así de rumbosos con su propia ciudad. Tengo la extraña sensación, de que éste ayuntamiento ha diseñado la Gran Vía y Reyes Católicos, a favor de la LAC, olvidándose de los ciudadanos una vez más. Unos ciudadanos que con nuestros impuestos abusivos, pagamos ese tipo odioso y repulsivo de reformas urbanísticas, al mejor postor. Y que además, no protestamos cuando nuestras calles son un despreciable catálogo, del peor y más antiestético mobiliario urbano. Un saldo de fealdades, inutilidades y estorbos, que nuestros munícipes nos ponen al paso, para que tropecemos y nos asqueemos con total impunidad. Un saldo de lo que en otras ciudades nadie quiere, y que aquí nos encasquetan con nocturnidad y alevosía. Pero nosotros también tenemos nuestra responsabilidad. Porque una cosa es que saques la basura antes de hora, y otra que lo hagas cuando dice la ordenanza, pero dejes la bolsa fuera del contenedor. Yo los he visto. También veo campañas y campañas invitándonos a reciclar, diciéndonos el color del contenedor donde debemos echar las cosas, y de nada sirve, si el camión que debe vaciar los contenedores, no lo hace con la regularidad exigida, permitiendo que el lugar se convierta en un cúmulo de basuras varias, en cuyo suelo se acumulan cartones, envases, vidrios rotos, caldillo maloliente, ratas, cucarachas y otros bichos sin graduación. Que a éstas alturas del milenio, los futuros médicos, abogados, jueces, policías o investigadores, se cojan una cogorza todos los fines de semana, y se dediquen a mear por las calles sin ton ni son, deja ver a las claras, la decadencia de una sociedad ávida de valores, y no digamos de reglas de urbanidad. Que unas señoras de quinto de medicina, embadurnadas en harina y otros líquidos, digan a cámara con una sonrisa de oreja a oreja, que tienen que venir todos los años a las novatadas de San Lucas, porque eso forma parte de la historia de su Facultad, yo no sé ustedes, pero si en la mesa de operaciones la reconozco, y todavía no me ha hecho efecto la anestesia, del salto que pego, y en dos zancadas, me pongo en mitad de la calle, y que sea lo que dios quiera. Es muy duro pensar que ese adolescente borracho como una cuba, que está vomitando en esa esquina, es el juez que me sentará en el banquillo dentro de unos años. Es para volverse locos imaginar, que esa chica, que con total desparpajo y desenvoltura, se ha bajado las bragas entre dos coches y, orina con un desahogo que se refleja en su cara, es la inspectora de la agencia tributaria, que revisará mi declaración y me endosará una paralela con petición de cárcel. Pero es mucho peor, terrorífico diría yo, que esta caterva de desalmados/as, que ha hecho del botellón su vida y diversión, sean los políticos que el día de mañana, quieran sacarnos de nuestros apuros y resolvernos la vida. Si los adalides del calimocho y el garrafón, con peta de por medio... que rule, que rule, son nuestros próceres del futuro, más nos vale abrir la Constitución en canal y darles a vascos y catalanes los que insensatamente piden, pues al menos ellos morirán por un destino elegido voluntariamente. No como nosotros, que lo haremos de inanición, gracias a los recortes económicos, la desaparición de las pensiones y el enterramiento del estado del bienestar, gracias a los que ahora, cada fin de semana, protagonizan el botellón, el invento execrable de una sociedad, que da ya sus últimas bocanadas. ¡Que asco!

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