jueves, 19 de noviembre de 2015
SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA
SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA
Tito Ortiz.-
Saber irse de los sitios en el momento preciso, es signo de gran inteligencia, solo al alcance de unos pocos privilegiados. En éste país, abunda más la especie ayuna de formación académica y conocimientos del saber estar, que engreída, endiosada, prepotente, de tic totalitarios y convencidos de que el resto de la humanidad caerá en el caos y la depresión si ellos se van, no dudan en tutelarnos de por vida, para así poder perpetuarse en los cargos sin atisbo de sonrojo. Gente por lo general, con intención de estar todos los días en los medios, rodeados de incienso, aclamados por los estómagos agradecidos que a dedo meten en plantilla, y que por su ignorancia, llegan a creer que ese mundo es real, y los que critican, enemigos cegados por el odio, o las ganas de quitarle el puesto. Dejan pasar una y otra vez, el tren que la vida les pone para tener una salida airosa, algunos incluso una enfermedad, pero se resisten a abandonar el cargo y la prebenda, el coche oficial y la escolta. Prefieren ser humillados por unos recién llegados sin oficio ni beneficio, antes de renunciar al cargo que jamás un día soñaron en ostentar, pero que la vida les regaló y que ellos creyeron – de manera errónea - era vitalicio. Existe una cosa al alcance de pocos, y es, el señorío, el empaque y la altura de miras, que desde el punto de vista humano, requiere el sacrificio de irte a tu casa, masacrando tu soberbia, tu sentido ególatra, tu catetez y tus miserias, pero dejando tras de ti, al menos, la sensación de un hombre con sentido de la oportunidad, que no exprime el limón hasta la última gota, porque sabe que de hacerlo, es muy posible que la salida sea por la puerta de atrás, sin marcha real, - himno nacional para él - ni tampoco fanfarrias. Cuando desde tu misma organización te cortan la hierba bajo los pies, esto debería ser suficiente para considerar la posibilidad de salir por la puerta grande, pero si tercamente te empecinas en echarle un pulso a la humanidad, y a creer que sin ti el proyecto no tiene futuro, es que ya no estás capacitado mentalmente para estar donde estás, tu días de gloria han pasado y tus aires de grandeza, te han sobrepasado, hasta el punto de creerte por encima de lo divino y lo humano. Hazme caso, lo tuyo es de psiquiatra. La defensa numantina de privilegios adquiridos por las urnas, puede llegar a ser tan perjudicial, como el abrazo de tu segundo de abordo, con amplia sonrisa, que te hará soñar con el de Vergara. A veces en política, es muy difícil discernir, cuantos te han votado a ti, y cuantos a tu partido, si eras el primero de la lista, y el resultado va penosamente ligado a tu posición. Posiblemente te sorprenderías si, llegaras a saber los votos de diferencia, entre que el candidato seas tu, u otro de tu partido. A veces la gente vota siglas o programas, y no personas, aunque tu no te lo hayas planteado nunca, para reforzar tu pompa y circunstancias.
De los sitios hay que saber irse, y hacerlo a tiempo para que todo el mundo se rinda a tus pies agradeciéndotelo, y poder así nombrarte emérito de la distinción y el buen gusto. No hay que dar lugar a que la gente dude si te vas o te echan, como ocurrió con la “dimisión” de Alberto Ruiz-Gallardón. O anunciarla meses antes envuelto en la bandera andaluza, como hizo Pezzi, contestado por algunos de los suyos para La Alhambra, dimitido y, resucitado con la aparición de un plano del AVE en Loja. Porque esa es otra, si uno se va, se va de verdad. No es bueno volver loco al personal, que ya no sabe si te vas, si te has ido, si has vuelto, o es que nunca te fuiste. Benedicto XVI, el Ratzinger de las juventudes hitlerianas, cuando tuvo constancia de lo que escondían las alfombras del Vaticano, no perdió el tiempo en limpiarlas, trincó las de villadiego, y estoy seguro que vivirá mucho más que Francisco, el único que ha sido capaz de reconciliarme con la iglesia instituida, desde los tiempos de Juan XXIII. Sé que no es fácil, sobre todo cuando se lleva toda una vida chupando del bote, y de qué manera, pero irse de los sitios, es de sentido común. Ya lo dijo José María García: Yo me fui de La Cadena Ser, cinco minutos antes de que me echaran. ¿Cabe mayor síntoma de lucidez en criatura humana?. Arturo González Arcas, dejó la plaza del Carmen y se fue a su trabajo, como un señor, por la puerta grande, por algo había nacido junto a la Puerta de Las Granadas. César Valdeolmillos Alonso, nos regaló un ferial nuevo, y pasó sin hacer ruido a portar de nuevo su cartera de clientes, todo un caballero. Miguel Medina Fernández-Aceituno, pasó igualmente por el antiguo convento del Carmen, y no se le cayeron los anillos, al enfundarse de nuevo la toga como abogado laboralista. Hablo de políticos de la transición, con vocación de servicio al ciudadano, y que nunca tuvieron reparos en recuperar su vida anterior, cuando pintaron bastos, todo, con tal de no hacer el ridículo aferrado a la poltrona. Pero es que ellos si tenían donde volver, lo malo es cuando los que están, han hecho del cargo su vida, su trabajo y única razón de ser, porque antes de llegar a el, no eran nada, ni tenían oficio ni beneficio. ¿Dónde se van a ir entonces?. Artur Mas, ha cerrado todas las puertas tras de sí, que podían permitirle una salida airosa, fruto de su egolatría sin límites y, de sus aires de grandeza, tan solo comparables con los de Alonso Quijano con su bacía en la cabeza, aunque para él sea nada más y nada menos que, el yelmo de Mambrino. Valentino Rossi, por ejemplo, no entiende otra forma de irse más que al más puro estilo cosa nostra. ¿Algo lógico, no?. Saber irse de los sitios es un arte, que no está al alcance de todos, sobre todo cuando se carece de la debida formación, y la dosis de humildad necesaria para saber en todo momento cual es tu lugar, sin permitir que a tu paso se vuelvan y se rían, por querer mantenerte en el sitio a toda costa. Máxime cuando tu propia casa está bajo sospecha. Mí reconocimiento eterno al ex Rector, José Vida Soria, que no renunció nunca al cargo de Ministro de Trabajo, por una razón muy sencilla: Cuando su amigo y compañero, incluso de despacho, Felipe González lo llamó para nombrarlo, educadamente, como es él, le dijo que no. E inmediatamente, colgó el teléfono y se fue a pasear con su perro. Inteligencias como la suya hay pocas, lo juro ante Dios y ante los hombres.
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