sábado, 2 de enero de 2016
TODO UN SEÑOR
TODO UN SEÑOR Tito Ortiz.- Allí escuché por primera vez la voz prodigiosa de Carmela, la guitarra de “chispitas”, a “Chiquito de Osuna” y a tantos grandes del flamenco granadino. Allí vi bailar a, Ataulfo Granada por la noche, y decorar los artesonados alhambreños del escenario por la mañana. Vi a los mejores magos y mentalistas, junto al gran Enrique Montoya, y vi cantar las primeras canciones picantes de mariquitas, al inolvidable, Pepe Luís, que cada noche se metía con mi pipa y hacía sus chistes, dentro de la “libertad” que permitía el Régimen. El Rey Chico, no era una sala de fiestas, ni un cabaret. No era una “Boat”, ni un Night Club, ni una discoteca. El Rey Chico era, el Rey Chico de Manolo Gómez, ni más ni menos. El lugar de la noche granadina en el que durante decenas de años, la gente se divirtió con la sensación de estar en familia, sin sobresaltos, sin malos rollos, sin delincuentes y sin carteristas. Con actuaciones de primer orden para la época, y en el que también existían reservados, donde copear en la intimidad, pero nada más. El local se regía por la educación, el trato cordial y la amistad de su dueños, Manolo Gómez, que sabía al día siguiente en la calle, a quién debía saludar y no, para no perjudicar la imagen pública de una clientela, que era el todo Granada, sin excepción, porque el que más y el que menos, dependiendo de su economía, pasaba con mayor o menor frecuencia, por ese local de armonía y felicidad, a veces, hasta sin tener el dinero suficiente para ello. Pero Manolo Gómez era un hombre que sabía esperar, y aunque al ser de día, se echaba a la calle para cobrar a los morosos, jamás se escapó se du boca una palabra desmedida ante el deudor, ni faltó su sonrisa para aguardar mejor oportunidad para cobrar. Manolo Gómez era todo un señor. Su sala se significó siempre por los artistas de primer orden, y por el mejor cuadro flamenco que pudiera verse en la ciudad. La educación por bandera, en toda su gente, empezando por aquel camarero de pajarita, “Papi”, al que jamás se le apeó la sonrisa de su cara, a pesar de tener que aguantar cada noche a señoritos de postín, que a la segunda copa, perdían la vergüenza y la compostura, por muy señoritos que eran de la Granada recalcitrante y añeja, que pensaban que por pagar tenían derecho a todo, incluso al menosprecio personal de los trabajadores. Gentuza que a la hora de pagar eran los peores, y a los que en no pocas ocasiones, se les fiaba la consumición y se les metía en un taxi camino de su casa, que corría por cuenta de la casa. Así era El Rey Chico de Manolo Gómez. Con aquella presentadora de cuerpo escultural, que cada noche cantaba, “Amado Mío”, de Rita Hayworth, que yo pensé que siempre me la cantaba a mí, y que al llegar a mi casa, no pegaba un ojo pensando en ella. Con aquel despacho de Manolo Gómez, presidido por el piano vertical de candelabros, en el que escuché por vez primera tocar a su hijo Manolo, todo un pianista todo terreno, capaz de abordar cualquier música, y a su hijo Rafalín, tocar la guitarra y cantar con arte a raudales. Un despacho que fue testigo de charlas y chistes hasta el amanecer, de confidencias y anhelos, pensando en un futuro mejor para los suyos, y en cuyas conversaciones, alguna noche contamos con la sabia visión de ésta ciudad que tiene, Jerónimo Páez, - al que por cierto, se le pregunta poco - y con el cante por seguiriyas de Jaime Heredia, “El Parrón”, ilustre hacedor de la mejor cantaora que tiene Granada. De aquellos primeros valientes, que poniendo sus bienes por aval, firmaron letras con gastos para comprar el Carmen de la Peña La Platería, Manolo Gómez fue uno de ellos, y no solo en ese proyecto para la ciudad, estuvo su colaboración desinteresada. Quitó muchas hambres sin decir ni pío, y le dio el sitio y un sueldo, a muchos que estaban caninos. Éste Diciembre, atípico y traicionero, que ha mayeado como un poseso, se me ha llevado a Manolo Gómez, todo un señor de los pies a la cabeza, con el que ésta ciudad que es la mía, tiene una deuda pendiente de cariño y de respeto, y si no, que se lo pregunten a Manolo Torralba.
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