viernes, 25 de agosto de 2017
LA ACAMPADA
LA ACAMPADA
Hacer la mili en los años setenta, no era fácil, sobre todo si te enfrentabas a la realidad de los objetores de conciencia
Tito Ortiz.-
Fue terrible la primera impresión. Al día siguiente de llegar al campamento de Viator, ví salir del Cuerpo de Guardia, una larga fila de soldados, casi todos mirando al suelo, escoltados por otros compañeros Cetme en mano, con la orden de disparar si alguno intentaba huir. Se trataba de los objetores de conciencia. Ciudadanos valientes, que se oponían a las armas, a la guerra, y a todo lo que sonara a bélico proviniente de la oficialidad. Al llegar reclutados a la fuerza, como todos, se habían declarado objetores, y entonces cumplían todo el tiempo de mili, detenidos en los calabozos, salvo aquel rato que los sacaban al patio escoltados para que estiraran las piernas. La escena era desgarradora, corriendo la década de los setenta, del siglo pasado. Yo me había alistado voluntario, para así no entrar en sorteo, y poder hacer el servicio militar en Granada, lo que me permitía solicitar el pase de pernocta, que consistía en ir al cuartel solo por la mañana, y por la tarde, poder trabajar en Patria y en Radio Popular. Algo que fue realidad, nada más jurar bandera tres meses depués. Así que el 19 de Diciembre de 1971. regresé junto a mis compañeros, incorporándonos al Batallón Mixto de Ingenieros, compañía de zapadores, unos, y a la compañía de transmisiones otros.
CURSILLOS DE CRISTIANDAD
Conocí a mi querido amigo, Rafaelito Velázquez, haciendo la acampada en la mili, que al contrario de lo que se pueda pensar, no eran unas maniobras, sino, los cursillos de cristiandad. A mí me habían elegido para participar, el teniente coronel Prat, y el comandante Rejano, que un día me sorprendió en el cuerpo de guardia, leyendo la Biblia. Yo la tenía forrada con un papel de estraza, y como entonces (1971) se perseguían las lecturas no apropiadas al Régimen, creyendo que estaba liado con El Capital, de Carlos Marx, me lo arrebató de las manos y lo inspeccionó. Ante la sorpresa, me llamó al despacho, avisó al Teniente Coronel, y a los pocos días, yo estaba en La Acampada. El Capital, lo tenía bien guardado en casa, y más que releído. Ninguno de los dos advirtieron, que La Biblia, leída con detenimiento, sobre todo El Nuevo Testamento, y fijándose en la figura y hechos de Jesús, puede ser más peligrosa que la obra de Marx. Creo a éstas alturas de la vida, que el primer comunista, fue el nacido en Belén, y que su obra no ha sido superada, aunque se está en ello. Al menos yo me voy reconciliando con su iglesia, tras el ejemplo del Papa Francisco.
RENAULT Y TENIS DE MESA
En aquella acampada, conocí a muchos de mis amigos de hoy, entre ellos, a Jesús, el asistente del comandante Castañeda, y a Rafael Velázquez,- como digo - hijo del dueño del Restaurante Americano, en la esquina de Gran Vía con Tinajilla. Rafa era ya entonces eso que ahora llaman, emprendedor, y a pesar de los negocios de su padre, él se buscaba la vida para no depender. Recuerdo con alegría nuestra aventura como vendedores de libros de una gran editorial, montando la oficina en un piso de la calle profesor Emilio Orozco, cuyo suelo de madera, barnicé y restauré, gracias a los materiales que me dio mi padre, lo mismo que laqué toda la marquetería de puertas y parabrisas de aquel coche de época que Rafa compró, y al que mimamos como si de un hijo se tratara. Pero no fue menor la ilusión con la que mi amigo adquirió, aquel legendario Alpine-Renault, el primero de un granadino, que hacía volver la cara a todos por donde pasábamos. Un deportivo biplaza, blanco con la tapicería en piel roja, que una vez dentro, te daba la sensación de ir sentado en el suelo. Éramos jóvenes, hoy no podríamos salir del, si es que consiguiéramos subirnos, la espalda no da para esos trotes. Era un espectáculo vernos subir por la cuesta de la Alhacaba, hasta llegar al Mesón Las Murallas, para escuchar música en vivo, algo que en aquella época no era frecuente en muchos sitios. El Alpine hacía gentes por donde íbamos, tan sólo competía con el flamante, Renault 8 TS bifaro, que Manolo Tarragona, se había comprado y aparcaba en la Bodega, Las Siete Puertas, que ya en aquellos años, era un genio en el tenis de mesa que organizaba mi admirado, Juan García Collado, y en el que Juan Ortiz Fernández, (Orfer), se lo puso muy difícil. Eran tiempos en los que la Juventud se tenía que buscar el futuro a manotazos, sin depender de nadie, siendo su propio orientador profesional. Hoy algunos jóvenes esperan a que el porvenir les caiga del cielo, o aguardan ser subsidiados de por vida por los padres, los abuelos y la administración. Algo estamos haciendo mal, convirtiéndolos en inútiles sociales.
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