martes, 23 de enero de 2018

HÍPICA

HÍPICA Tito Ortiz.- Cuando el metropolitano llega a la estación llamada, “Hípica”, se abren las puertas y no se escucha ni un relincho. Tampoco se ve por los aledaños, al colegiado, José Ortega López, insigne socio de la entidad caballar. No hay rastro de las cuadras, ni de los obstáculos de competición preparados para saltar, los boxes han desparecido, como la orquesta y los bailes, pero si vemos una hermosa plaza y una biblioteca, que lleva con justicia, el nombre de un paisano ilustre, hombre de letras digno de mayor reconocimiento, tanto por su trayectoria internacional, como por su aportación entre siglos, a la literatura universal. Francisco Ayala García-Duarte, desde sus primeras publicaciones al final de los felices años veinte, hasta su muerte, constituye un bastión indispensable del pensamiento, por su indudable aportación, desde un prisma ecuánime de la actualidad de su tiempo, y de la cualidad narrativa de sus trabajos, entre los que no faltaron ejemplos de creatividad, puramente literaria. Paco Ayala, como buen granadino, y pese a sus largas estancias fuera de nuestra ciudad y de nuestro país, no perdió un ápice de nuestro especial carácter y de esa especial “malafondinga” que en ocasiones destapamos, de manera irreprimible. Y para muestra, valga este botón: El mes pasado se cumplieron 28 años de la puesta de largo en Granada, de Canal Sur Radio. El acto se celebró con un programa especial en directo, desde El Corral del Príncipe, presentado por Carmen Abenza, en el que intervinieron granadinos venidos de distintas partes del mundo, y otros como en el caso de Ayala, al no poder desplazarse, lo hicieron por teléfono. El caso es que a todos se les obsequió con una placa de Fajalauza, con el formato de las que dan nombre a nuestras calles, en las que constaba el nombre del invitado y el agradecimiento de la radio autonómica por haber participado en el acontecimiento. Al estar ausente nuestro prócer de las letras, la placa se guardó en espera de la próxima visita de Ayala a Granada, para encaminar asuntos conducentes a su fundación, hecho que tuvo lugar en un acto seguido de rueda de prensa. El director entonces, de Canal Sur Radio en Granada, comisionó a la redactora, Mila Ilundáin Lesaca, encargada de cubrir la visita y el encuentro con los informadores, para que, en nombre de la RTVA, hiciera entrega a Francisco Ayala, del reconocimiento por su colaboración en el programa inaugural. Finalizado el acto, la redactora se acercó a don Francisco para entregarle el presente, a lo que éste respondió con cara destemplada y actitud displicente, rogándole que no le molestara, levantando la voz de manera enérgica y cortante, muy a la moda de la que en su momento había instaurado Fernando Fernán Gómez, otro ilustre malafollá, pese a haber nacido en ultramar. El director hubo de consolar a su regreso a la citada redactora, impresionada y conmocionada por la actitud de tan venerado personaje, haciéndole saber a la navarrica, que estas cosas son moneda corriente de cambio entre granadinos excelsos, que, desde el nacimiento, llevamos la malafollá en nuestro ADN, como estigma imperecedero. Se cierran las puertas del metro, y el tren se pone en marcha muy despacio, como siempre, la biblioteca de nuestro paisano se va perdiendo a lo lejos, cuando alguien aporrea la puerta con desesperación, al comprobar que lo ha perdido. Todavía existen criaturas que toman éste transporte como si fuera la Autedia de su pueblo, y “manolico” el chófer, pudiera detenerlo a su antojo una vez iniciada la marcha. Aún tenemos esos tics catetos, agarrados a nuestro torrente sanguíneo. El asunto es sencillo y tiene fácil solución: Hay que llegar un minuto antes, con eso es suficiente.

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