sábado, 4 de agosto de 2018
A LA SOMBRA DE UNA SOMBRILLA
A LA SOMBRA DE UNA SOMBRILLA
Tito Ortiz.-
Hoy los paraguas son un artículo desechable, que se aprecia los días de viento y lluvia en las papeleras, pero hubo otros tiempos en los que se reparaban con gran maestría. Durante mi infancia, en la esquina de la Cuesta de Gomérez con Hospital de Santa Ana, un ilustre artesano se encargaba de su restauración.
Paraguas, si lo utilizas para protegerte de la lluvia y, sombrilla, si lo haces contra los rayos del sol. Ahora los hay de todos los colores, formas y tamaños, pero en mi infancia los paraguas eran negros, enormes, para caballeros y más pequeños en tonos discretos para las señoras. Hasta la llegada del Naylon, las telas eran recias y cuando se empapaban de agua, el paraguas comenzaba a pesarte en la mano, como si portaras un mulo ahogado. Para secarlo, había que dejarlo abierto un par de días, pero fuera de casa, porque si lo hacías dentro de la vivienda, eso traía un “marramo” fuerte, capaz de hundir en la desgracia a toda la familia. Pero el asunto viene de atrás, porque dicen los historiadores que ya en el siglo XI antes de Cristo, el paraguas se utilizaba en China, de donde pasó a Egipto y Grecia. Dicen que fue una chica, Lu Mei, quién en una noche lo montó con el fin de protegerse de la lluvia, ganándole así la apuesta a su hermano, que también andaba tras el invento. Con la caída del Imperio Romano el paraguas se esconde, hasta que en el siglo XV aparece de nuevo en Francia, pero como sombrilla con alto signo de distinción entre la nobleza.
MANTENIMIENTO Y RESTAURACIÓN
Al inicio de la Cuesta de Gomérez, yo me quedaba embelesado en la puerta de aquel taller, donde el paragüero, lo mismo ponía un remiendo donde la tela se había rajado, que reponía o enderezaba las varillas articuladas dañadas por el uso. Antes de entregarlo al cliente, ya reparado, aquel hombre cogía en su mano un cabo de vela, y untaba todo el bastón de madera, eje central del artilugio, para que así no se encasquillara al abrirlo o cerrarlo, era el toque final de una restauración perfecta, que te permitía estrenar paraguas de nuevo, eso sí, por un módico precio, ya que las economías no estaban para dispendios
USTED PUEDE SER EL ASESINO
El paraguas, como el bastón, siempre ha sido un signo de distinción, un complemento de la vestimenta, en la que los ingleses siempre nos han ganado, haciéndolo acompañar de su famoso bombín. El protagonista de la serie de los años sesenta, “Los Vengadores”, lo utilizaba con gran destreza. Pero el paraguas que tuvo a éste país en vilo, un año antes de que Massiel ganara Eurovisión, fue el del señor Larose, protagonista de la serie de televisión, “¿Es usted el Asesino”, que dirigida por Narciso Ibáñez Menta, padre de Chicho Serrador, contó con el seguimiento de toda España durante nueve semanas, hasta descubrir quién era el asesino del paraguas, porque todos los cadáveres aparecían apuñalados, pero no por una navaja o un cuchillo, sino por la daga asesina que aparecía en la contera del paraguas del señor Larose, en cuanto éste tocaba un resorte instalado en el puño del aparato con el que se resguardaba de la lluvia.
MAZURCA
La sombrilla, utilizada normalmente por las señoras, toma un protagonismo como complemento imprescindible de las damas, especialmente durante los siglos XVIII y XIX, al ponerse de moda la palidez de las mujeres, como distinción femenina y contrapuesta al vulgo campesinado, por los rigores del sol en los campos. Con la sombrilla, ocurre entonces como con el abanico, que existía todo un lenguaje para comunicarse con los hombres durante el cortejo. Dependiendo de si la dama la llevaba abierta y girándola con donosura, podía significar que se la podía seguir a cierta distancia. Si la cerraba, se sentaba en un banco y la ponía a un lado de su vestido, estaba indicando al galán que se podía aproximar para iniciar conversación. Abrirla y cerrarla repetidamente, auguraba unas calabazas en toda regla, que espantaba al pretendiente. La sombrilla ha formado parte de obras de todas las artes, incluyendo nuestra zarzuela, “Luisa Fernanda”, en la que el maestro Federico Moreno Torroba, pone la letra, con música de Guillermo Fernández Shaw, a unas de las páginas inmortales de nuestro género chico. La Mazurca de las Sombrillas, con la adecuada puesta en escena, los cantantes idóneos y la orquesta pertinente, nos puede hacer pasar un rato inolvidable, recuperando en todo su esplendor una buena sombrilla, en la que admirar, sus bordados, encajes, y otras labores artesanales, que han puesto siempre de relieve, los encantos de este complemento, que forma parte para siempre de nuestra vestimenta más distinguida. Yo me alegro mucho de que algunas damas la hayan recuperado y las saquen a pasear por la calle. En este tiempo hace mucha falta una buena sombrilla.
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