sábado, 11 de agosto de 2018

DON ANTONIO IGLESIAS: DE LA RÍA A LA ALHAMBRA

ANTONIO IGLESIAS: DESDE LA RÍA A LA ALHAMBRA Tito Ortiz.- A cuarenta y ocho años del nacimiento de los Cursos Manuel de Falla, paralelos a nuestro Festival Internacional, debemos homenaje de admiración y respeto a quién tanto hizo por ellos en sus comienzos. El pianista y crítico musical, Antonio Iglesias Álvarez. Su condición de músico, concertista y, subcomisario de Música durante algunos años, lo ligó desde el principio de nuestro Festival Internacional a la ciudad, pero éste gallego de Orense, nacido tras la primera Guerra Mundial, tenía el gracejo y la sabiduría de los oriundos en la ría gallega, aparte de buenas condiciones para vivir de la música. No en vano, logró una carrera exitosa de conciertos, pero él además estaba dotado para la gestión. A su regreso de los EE. UU, en los años cincuenta, comienzan esas otras actividades que complementan el piano, como la docencia y la crítica musical, de la que es fiel testigo nuestro diario ABC. En esa actividad, coincide en el diario, con otro ilustre del Festival granadino, Antonio Fernández-Cid, que sería precisamente, quién el cinco de abril de 1992, le contestaría a su discurso de ingreso en, La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con un trabajo sobre “Isaac Albéniz y su Iberia”. Iglesias era un apasionado de los nacionalistas, y a ellos había dedicado gran parte de su carrera como pianista. En ese discurso relató la vida y obra del de Camprodón, incluida su huida de la casa paterna a muy temprana edad, sin olvidar que había debutado como pianista a los cuatro años. Sus peripecias cuando fue asaltado por unos bandoleros, su marcha a América como polizón, y tras una gira triunfal, con tan solo catorce años regresa a Europa, donde empieza su periplo londinense y alemán. En todo el mundo musical, se hablaba ya entonces de Albéniz como, “El Pequeño Mozart”. CURSOS MANUEL DE FALLA En 1970, cuando se crean los Cursos Manuel de Falla, Antonio Iglesias, que sigue el Festival desde su inicio, toma parte en asignaturas y profesorado, hasta que el impulso definitivo se alcanza en 1978, cuando se trasladan el programa de estudios y los alumnos al estrenado, Auditorio Manuel de Falla. Años más tarde se añadirán los desaparecidos concursos de composición y de interpretación para guitarra, que heredarían después en nuestra costa con gran acierto, portando el nombre de uno de los componentes del jurado de entonces, formado por Regino Sainz de La maza, Narciso Yepes, Manuel Cano y el linarense-granadino, Andrés Segovia. Con un profesorado de currículum atractivo, solvente, y con materias tan diversas, como el canto coral, la composición o la interpretación de la viola, Iglesias consigue traer a Granada un plantel de acreditados profesores de la tierra hispana, muchos de ellos primeras figuras internacionales, y con esa acción, hasta Granada llegan alumnos venidos de todo el mundo, deseosos de perfeccionar su formación musical, en un marco incomparable, inmersos en un Festival Internacional de Música Y Danza, consagrado, y con unos profesores respaldados por su virtudes y trayectoria. MIS CAFÉS CON DON ANTONIO José Antonio Lacárcel, me mandaba a que me diera una vuelta por la mañana, grabadora en mano, tanto por los cursos Manuel de Falla, como por los ensayos del Festival. Había que tener la última hora musical con todos los protagonistas, tanto para el programa diario en Radio Popular, “Festival Internacional Al Día”, como para las páginas de “Patria” y” La Hoja del Lunes”. Cuando yo aparecía por el despacho de don Antonio Iglesias, el encendía un buen puro, yo mi pipa, y empezaba la crítica a todo lo que yo había dicho en la radio y escrito en los periódicos. El sabaneo que me daba era diario, y me aplicaba el tercer grado, no tenía piedad conmigo. A mi el café se me atragantaba todas las mañanas, pero lo que yo aprendía de aquel hombre, no estaba pagado con nada. Iglesias tenía una voz de barítono bajo, con una dicción castellana perfecta, a la que él añadía cierta musicalidad gallega, no exenta de socarronería. Me tomaba el pelo, pero me enseñaba todas las mañanas más, que en una academia privada. Conforme él me atizaba, iba creciendo mi admiración ante aquel hombre, que cada mañana se ponía ante mi como una enciclopedia musical e histórica impagable, para que yo aprendiera a no decir tonterías en materia musical. Han pasado cuarenta años, y tengo su voz metida en mi cerebro, con todo lo que aprendí de aquellos cafés matinales, ante un hombre imprescindible para entender la historia musical de este país, en la segunda mitad del siglo pasado.

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