Tito Ortiz.-
Comienzan a aparecer en los muros sagrados albaycineros, pintadas en contra del turismo, como si los visitantes fueran la décima plaga de Egipto, y no los salvadores de la economía de una ciudad, que brilla por la falta de su tejido industrial. Esta es una ciudad, condenada a vivir de su belleza paisajística y monumental, y si alguien tiene otra alternativa viable, yo estaré encantado de escucharle. A mi edad, ya he escuchado decenas de disparates. Lo que pasa es que – salvo algunas honrosas excepciones – el empresariado de la hostelería, no es precisamente quién más se acerca a la legislación vigente, en cuanto a condiciones laborales de sus empleados. En mi familia tengo camareros en locales de postín, que trabajan de ocho a diez horas, sin cobrar las que exceden de la jornada, y además, están dados de alta solo por dos horas al día. En esto, la inspección de trabajo tiene materia para años, pero son pocos. Como pocos los granadinos que se atreven a pasear en horas punta, por determinados lugares de la ciudad, donde legiones de turistas copan los pasos de peatones y las calles, admirando la belleza de una ciudad que no los deja indiferentes. Se de quienes acceden al centro, rodeando, esquivando, o sorteando, sitios donde ya sabes que va a ser difícil pasar, por ejemplo: El acceso a la calle Oficios en la Gran Vía, junto a la parada del Bus turístico descapotable, tiene sus riesgos de apelotonamiento humano, reconocido – incluso – por el vendedor de la ONCE en la esquina de Cortefiel. Los lunes por la mañana en la Plaza del Carmen, entre mis admirados pensionistas, fieles a su cita para defender sus derechos, y los grupos de turistas viéndole sus atributos al caballo del ayuntamiento, el acceso por el lugar es difícil.
No obstante, a los granadinos se nos identifica con claridad, a poco que uno se fije, por el lugar que elegimos para echar el rato o pasear. Somos nacidos aquí los que, nos sentamos alrededor de los plátanos de sombra en la placeta del Campillo, que son los mismos que, vieron tantas veces entrar y salir del café Alameda a Federico, para asistir a la tertulia de “El Rinconcillo”. Nativos de esta tierra somos los que, nos sentamos en ese trébol pétreo que forman, las bases de las farolas de la plaza de Bibarrambla, que al igual que los anteriores, parecen tener un letrero de “Reservado a granainos”. Durante las horas matinales de sombra ahora, y de sol en invierno, son muy cotizados los bancos de madera de la Acera del Casino, sobre todo los cercanos al teatro Isabel La Católica. En la Alhambra, los de piedra en el paseo de la fuente del Tomate y el que hay frente al pilar de Carlos V, tienen una alta valoración para los nacidos aquí, por su alto índice de sombra y humedad muy acreditadas con el paso de los siglos. Y hablando de pasar, en eso también se nos distingue de entre los visitantes con facilidad. Granaíno hasta los tuétanos es el paseo de la ruta del colesterol, hasta la fuente de La Bicha, donde es difícil escuchar un idioma que no sea el nuestro. Y ya para redondear la identificación de un granaíno puro, baste con fijarse detenidamente, en aquellos que suben o bajan por la plaza de la Romanilla, junto a la fundación Lorca. A los locales se nos identifica claramente, porque somos los que andamos por los bordes del empedrado, cuya cenefa de mármol liso en forma de arcadas, nos permite un caminar sin el martirio de sentir el pico de las piedras en las plantas de los pies. Eh, o no ehh.
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