DESAFECTOS
Tito Ortiz.-
Vivimos los ciudadanos tal grado de desencanto, hastío y desesperación, con respecto a nuestra clase política, que es muy difícil encontrar en la juventud, cierto interés por la militancia política o sindical, hasta el punto de que cuando un joven comunica en casa que quiere militar en una formación, el recelo se adueña de progenitores y hermanos, incluso amistades, porque si no hay precedente familiar, pronto se sospecha que la criatura lo que quiere es, buscarse un buen sueldo de por vida, aunque no se le conozca vocación, profesión, o aptitud curricular para tal cosa. De hecho, a la política está llegando últimamente, lo peor de cada casa, y si alguien lo pone en duda, no tiene más que prestar atención a las sesiones del Congreso o de cualquier Parlamento autonómico. La ausencia de educación, formación, capacitación y talante es flagrante, mientras se abre paso en la confrontación política, el insulto, la descalificación, el gamberrismo, la desfachatez y el tú más, como moneda de cambio, entre los representantes de un pueblo abochornado, por la falta de talla política en los salidos de las urnas, a los que poco importa – una vez recogida su acta – quién los eligió, para qué, y cuál es su ideología.
Recuerdo las crónicas de Luís Carandell, de cómo la sagacidad de los muy ilustres congresistas, se ponía de manifiesto en el parlamento español, donde grandes oradores, eran ejemplo para futuros políticos vocacionales, y como se esperaba la intervención de muchos de ellos, porque dejaban en el diario de sesiones, frases para la historia, haciendo gala de la educación más exquisita, y la formación cultural más vasta. Para nuestra desgracia, eso ya no será posible, porque desde hace un par de legislaturas, lo único que un cronista parlamentario encuentra, es una colección de exabruptos, salidas de tono, insultos e incoherencias, que hacen sonrojar al más pintado, dejando bien a las claras, la bajeza de quienes nos representan y, su incapacidad para confrontar sus ideas con palabras, sin necesidad de recurrir al insulto, que es el recurso de los no formados, pues ante la falta de argumentos, no tienen más herramienta para posicionarse en el intercambio de ideas, que la prepotencia del patán, la soberbia del inculto, y los gritos de un cafre por domesticar. Con ese ejemplo es muy fácil adivinar porque nuestros jóvenes – a no ser que quieran ser como los reseñados – no se asoman a la militancia en los partidos, haciendo que la media de edad, esté subiendo sospechosamente. Pero si dejamos las formaciones políticas y nos vamos a las sindicales, el caos adquiere ya rasgos de tragedia. Un sector mayoritario de nuestra juventud, ya sea estudiante o trabajador, no ve la necesidad de afiliarse a un sindicato, a pesar de que laboralmente, estamos viviendo la época en democracia peor para los trabajadores, con las condiciones más precarias desde la transición política. Con una reforma laboral que raya en la esclavitud y, la indefensión absoluta de la clase trabajadora, la media de edad de los afiliados a los sindicatos, es de escalofrío. Es verdad que ante los grandes conflictos, la respuesta sindical no es contundente en España, dejando en el olvido el papel que las centrales sindicales tuvieron en la transición política, pero luego hay que tener en cuenta los escándalos sindicales con cooperativas, su implicación en la trama de los ere andaluces, que todavía está por juzgar, y el papel tan dañino que hacen para sus propios compañeros, algunos liberados sindicales, que no justifican con su trabajo, el estar liberados para defender a los compañeros, y mucho menos el dinero que reciben de la administración las centrales sindicales.
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