TALÍA
Tito Ortiz.-
En aquellos tres años de prácticas, en el Pabellón Psiquiátrico junto al Hospital Clínico, bajo el blasón académico de Carlos Ruiz Ogara, yo no fui para él más que, un alumno en prácticas ciertamente avispado, que formaba parte de aquel cortejo de batas blancas que, cada mañana, de manera ritual y religiosa, lo seguíamos habitación tras habitación, pasando consulta, revisando evoluciones, modificando terapias, aumentando o disminuyendo la medicación, y dando altas o condenando a la cronicidad a los irrecuperables. Todos le profesábamos una gran admiración, porque la certeza de sus diagnósticos y la eficacia de sus tratamientos, le hacían estar muy por encima de sus compañeros. Escuchar unos minutos hablar a, José María López Sánchez, sobre la mente humana, sus trastornos y síntomas, equivalía a un máster acelerado en Psiquiatría al alcance de unos pocos, que éramos su equipo multidisciplinar. Todos nos preguntábamos como no era catedrático todavía, pero era lo de menos, porque los que ostentaban esa categoría académica en aquellos momentos, no le llegaban ni a la altura del test de Rorschach.
Era ahorrativo en el movimiento de los labios, hablaba en un tono bajo en ocasiones casi susurrante, lo cual era extraño en un brillante actor y director del TEU, heredero de Martín Recuerda, de José Tamayo, y tantos otros grandes de la escena, pero hizo de la Psiquiatría su pasión y la llevó hasta el extremo. De reconocido prestigio entre sus compañeros y superiores, le recuerdo sanando cabezas muy desequilibradas, como la de aquel catedrático de Psiquiatría que al perder unas oposiciones, también perdió la cabeza, y López Sánchez lo manejó con tal tino, que a los pocos meses, el catedrático volvió a su cátedra, para preparar de nuevo las oposiciones. Cada mañana al pasar consulta, nos obsequiaba con una lección magistral, de esas que no encontrábamos en los libros ni en los apuntes. Ser su alumno fue todo un privilegio.
Mi admiración por José María López Sánchez, tuvo años más tarde la justa recompensa de su amistad, gracias a que un amigo común, José María Guadalupe, mi compañero y maestro, nos sentó a la mesa para hablar de proyectos. Aquellas comidas y sobremesas, hablando de la ciudad y sus gentes, son inolvidables e impagables. Tuve la oportunidad de entrevistarle para Canal Sur, y de esa manera, seguir enriqueciéndome de su sabiduría. Nuestras citas a tres fueron periódicas, hasta que la mente se lo permitió. Curiosamente, la mente, esa que él conocía a la perfección, hasta el punto de dedicar toda su vida a repararla. De su sentido del humor solo puedo decir que ponía a prueba todas mis dotes de observación y audición, porque no subía el tono de voz, ni aplicándole una torsión testicular, ni cambiaba el semblante a la hora de la humorada, con lo cual, o lo enganchabas a la primera, o se te quedaba cara de pánfilo a las doce, como se me quedó a mí, cuando a centenares de kilómetros de Granada, leí su esquela en nuestro querido periódico. José María López Sánchez, Psiquiatra y hombre de la escena, ha salido entre bambalinas haciendo mutis por el foro, con la discreción de un consagrado, sin quitarle el protagonismo al resto del elenco que permanecemos en escena aún, sin saber por cuanto tiempo. Menos mal que al haberse adelantado a los acontecimientos, cuando de nuevo volvamos a encontrarnos, nos tendrá ya preparados los papeles que nos corresponden a cada uno y, comenzaremos a hacer una primera lectura de la obra… bajo su dirección.
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