MEMORIAS
Tito Ortiz.-
Hace unos días, compartí con mi hermano Antonio Enrique, café de tarde y, posterior cena con charla bajo las estrellas de Accitanía. Llevaba tiempo sin darle un abrazo, y al fin pudimos hacerlo. Repasamos los últimos meses, nos pusimos al día y me puso deberes: Me entregó el primer volumen de sus Memorias, que tienen una circunstancia muy especial. Al haber nacido los dos el mismo año, también pueden pasar por las mías, con lo cual, me está ahorrando mucho trabajo.
La descripción de paisaje y personajes encajados en su tiempo, es toda una delicia en esa forma de plasmar que, un poeta y escritor de rancio abolengo como él, posee. En esta primera entrega, aparecen las preguntas que un niño se hace cuando es consciente de su crecimiento, los amores de infancia y juventud, la orientación profesional, el ansía interminable por la educación y la cultura, más propios de un hombre del renacimiento, que del siglo XX. Por eso se puede permitir – pese a su exultante juventud – testimoniar con la serenidad de un nonagenario, cosa que me sorprendería, si no fuera porque ya lo hacía así, con apenas veinte años, cuando íbamos de vinos por los alrededores de la calle Elvira, rematando con una copita de pasas en aguardiente en el Café Bar Alarcón, más conocido por,”La Lisa”. Un asunto este, que caracteriza toda su trayectoria literaria y poética, me refiero al derroche de conocimientos y su adaptación a la vida cotidiana de preceptos de otros siglos, como corresponde a un lector impenitente de “El Quijote”, y de la obra de Miguel de Cervantes en general.
Recomiendo sin pestañear, la lectura de estas “Memorias”, sobre todo, a los nacidos en la década de los años cincuenta del siglo pasado, porque se verán reflejados en muchos aspectos, y podrán recuperar del baúl de los recuerdos, hechos y personajes olvidados, que nos vienen del pasado, para disfrutar en el presente.
OFICIOS
Arropado entre los muros que, en sus inicios fueron fundacionales de la Universidad cristiana de Granada, Sebastián Pérez Ortiz, nos presentó su libro en el Colegio Mayor San Bartolomé y Santiago, ante el todo Granada. Minutos antes del acto ya no había sitio en el salón de actos, así que me bajé al patio a comprar un ejemplar, y aproveché para saludar a su hermano Nacho, y darle la enhorabuena por la respuesta del público. Sentado en un banco de la acera, mientras escuchaba el discurrir del acto por la megafonía, fui repasando el tomo, que ya se ha convertido en el mejor inventario de los oficios desaparecidos de esta ciudad. Una obra que viene a ocupar un espacio vacío hasta ahora, en la amplia variedad de volúmenes de todo tipo que hablan de Granada, suponiendo una aportación impagable, al conocimiento general de nuestra sociedad del siglo pasado. Desde los lañadores a los limpiabotas, los “agüaores” o los esquiladores, “Estampas de la Granada Perdida”, es una obra imprescindible en casa de cada granadino que se precie de serlo. Era la época en la que los vendedores de Almencinas y Maoletas, acompañadas de una caña hueca para hacer de cerbatana con el hueso, dejaban su moratón en el cogote de los distraídos, mientras los “Colchoneros” cambiaban la borra de los colchones, la lana del relleno se lavaba al sol, o se “arrecortaban y atirantaban” las colchonetas, vencidas ya en el suelo por el uso del tálamo conyugal.
Su lectura es todo un divertimento, sobre todo si tenemos en cuenta que, la obra cuenta con la colección fotográfica más interesante que he visto en los últimos años, refrendando lo escrito y enriqueciéndolo, para un lector no versado en tierra y época.
ZAAFRA
Tarde de flamenco y fusión, con la pintura como arte convocante, fue la que vivimos en Huétor Vega, convocados por el recuerdo y legado de David González Zaafra, el pintor de lo flamenco que se nos escapó a otros paisajes, hace ya cinco años. Cuando lo conocí en la década de los setenta, David era un granadino que vivía en Cataluña y colgaba por primera vez su obra en la ciudad de La Ahambra. Con el paso de los años, su arte de exquisita factura fue evolucionando, y en un momento determinado, podemos asegurar sin temor a equivocarnos, que el artista fue abducido por el mundo de lo jondo, y los motivos flamencos fueron emergiendo en sus trabajos, hasta lograr una especialización extraordinaria por la que lo hemos conocido en la última etapa de su vida.
Allí se presentó, “Zaafra, una mirada cercana”, que no es otra cosa que el cariño y la admiración escrita de, muchos de los que tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo. Una edición de la Asociación Artística y Cultural de su escuela, en cuya obra han colaborado distintas instituciones públicas y privadas, y que contiene un centenar de escritos de personalidades del flamenco y la cultura, junto a un elevado número de ilustraciones, que convierten en una joya este libro nacido del amor y la amistad hacia un ser humano irrepetible. El acto estuvo conducido por mi compañero, Juan Andrés Rejón, de Onda Cero, amigo personal de David, y yo tuve la fortuna de compartirlo con mi compañera, Yenalia Huertas y el pintor Jesús Conde (Conde Armado y Valeroso) que en esto de los pinceles, juega en una muy alta división, aunque yo lo asciendo más por la amistad que me brinda desde hace casi cinco décadas.
La ocasión me permitió besar a mi admirada “Mariquilla” bailaora inmortal de Granada y sus contornos, y de estrechar la mano de su fiel escudero, Luís Javier Garrido, de quién me precio en ser deudor de mutua admiración.