NOVENTA AÑOS, SON NADA
Tito Ortiz.-
No corrían buenos tiempos para la lírica, sobre todo si esta era eclesiástica. 1.932 comenzó con la disolución – por parte del gobierno de la República – de La Compañía de Jesús y la expropiación de todos sus bienes. Si a eso le añadimos que el año anterior, en un claro y flagrante atentado, había sido incendiado el periódico “ La Gaceta del Sur”, diario católico y conservador, había que tener muchas agallas para poner otro periódico de iguales trazas en los kioscos, pero ellos lo hicieron al amparo de la iglesia. Pedro Gómez Aparicio, en compañía de otros, sacan la cabecera de Ideal a la calle, concurrida y convulsa de la República española. Años difíciles, bélicos y desaforados en los que se queman conventos e iglesias, se dispara a las sotanas, la anarquía campa a sus anchas, y es este periódico el que se posiciona enfrente de todo eso, a pecho descubierto, como un caballero legionario en el campo de batalla. Con ese panorama, a partir de ahí – como dice Serrat – solo cabe ir progresando.
GUERRA CIVIL
El inicio de la guerra civil le coge a Ideal con la competencia de Patria, el diario de La Falange José antoniana, que se abre paso en la Granada timorata de la época. El director, Ernesto La Orden, deja su puesto para que lo ocupe Don Santiago Lozano – como yo lo llamaba – en su primera etapa como máximo responsable del rotativo de la editorial católica en la ciudad de La Alhambra. A unos meses de la victoria de los golpistas, le sucede en la dirección, Aquilino Morcillo, al que Lozano reemplaza en 1952 siendo el único que en dos etapas distintas a dirigido el periódico, y es durante su mandato, cuando en el consejo de administración se empieza a hablar de la vocación expansiva de Ideal, y la intención empresarial de que sus ejemplares lleguen, no solo hasta Jaén y Almería, sino, incluso a Málaga, convirtiendo al rotativo en un referente de Andalucía Oriental.
MELCHOR SAIZ-PARDO
Pero cuando el periódico alcanza su mayor proyección desde su fundación, es a partir de que Melchor Saiz- Pardo Rubio se siente en el despacho de dirección, allá por 1971. A partir de esa fecha, Melchor debe comandar una nave que va a vivir tiempos nunca sospechados como, la muerte de Franco, el paso de dictadura a democracia, la desaparición de la censura, el traslado de instalaciones, la revolución digital y toda una apuesta por el futuro, que ahora ha caído sobre los hombros de Eduardo Peralta de Ana. Yo aparecí en estas páginas, el año que Tejero dio el golpe de estado. Melchor llevaba diez años dirigiéndolo, y nuestra amistad venía de lejos, con admiración mutua. Coincidíamos en actos y alababa mis escritos en Patria, así que me invitó a formar parte de las páginas de opinión de Ideal, y dos años antes de que cerrara Patria, que había sido mi escuela y la suya – donde empezó como dibujante cómico – mi firma comenzó a aparecer en este periódico que desde entonces es mi casa.
Melchor, pilotó esta nave como nadie mejor lo podría haber hecho, en tiempos de cambios drásticos, tanto sociales como políticos. Se las tuvo que ver con gobernadores civiles de la vieja escuela, que querían cerrar el periódico por “Excesiva” información, con censores en la oficina de Información y Turismo, con altos cargos de la Editorial Católica, en una transición en la que también apretaban los nuevos líderes políticos y sindicales, conscientes de que no salir en Ideal, era no existir en el momento, y además, querían salir como ellos querían y no como mandan los cánones. Todos querían mangonear el timón de la nave, pero Melchor los fue vadeando hasta mantener a flote Ideal, sin un rasguño.
COMPAÑEROS DE IDEAL
De aquella redacción que yo conocí en el Compás de San Jerónimo, vienen a mi mente compañeros y maestros a los que tuve por amigos, pese a nuestras enormes distancias políticas y religiosas. Nunca olvidaré la tarde que por primera vez, el subdirector, Antonio Márquez Villegas, me llamó a su despacho. Al abrir la puerta empezaron a temblarme las rodillas. Sobre la mesa, un busto de Franco, al que él le había puesto el “Chapiri”, el gorro de La Legión Española, un crucifijo y una bandera de España al otro lado. Las mangas de su camisa remangadas, dejaban ver notables tatuajes militares. Yo pensé que me llamaba para echarme. Pero me preguntó si yo sabía quién era su compadre, le dije que no. Es Manuel Cano, -me dijo-, que me ha dedicado su concierto de Campanas. Me gusta mucho como escribes del flamenco, por eso te voy a encargar una página completa hablando de flamenco y religión, porque es para el cuadernillo especial de, La Virgen de Las Angustias. Respiré tranquilo y fui amigo suyo hasta su muerte.
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