EL
BOCINAZO
Tito
Ortiz.
Era el maestro Aurelio López
Azaustre, un hombre alto, enjuto, de mirada vivaracha y, sobre todo, de una voz
grave, abovedada que le imprimía a su carácter una personalidad acusada y
única. Granadino hasta los tuétanos, amaba su ciudad, su arte, monumentos y
cultura sobre todas las cosas, a lo que unía un profundo conocimientos de
nuestras tradiciones populares, sin que esto impidiera una constante puesta al
día de, lo que ocurría fuera de nuestras provincianas fronteras, sobre todo, si
tenía que ver con el arte y su progresión hacia nuevas formas, a las que nunca
fue ajeno, pese a que el mayor volumen de su obra escultórica, recalara en el
clasicismo o en la imaginería más ortodoxa.
Esta postura vital del hombre
que conoce sus raíces, pero que no renuncia a la evolución, tal vez le vino
sobrevenida por su pronta marcha de Granada a formarse y titularse. Es verdad
que su vocación comienza muy temprano, cuando en plena pubertad comienza su
aprendizaje en los talleres más acreditados de la época, como los de, José
Navas-Parejo, Eduardo Espinosa Cuadros y Domingo Sánchez Mesa. Con ellos
comienza su formación, su contacto con el dibujo, los volúmenes, mientras
afilaba gubias y tallaba manos como primer ejercicio de nivel.
FORMACIÓN ACADÉMICA
En 1940 ingresó en la Escuela
de Artes y Oficios y luego viajó a Madrid para trabajar con el escultor José
Planes. En 1956 obtuvo el título de, Maestro Imaginero, en la Escuela Superior
de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla. Su contacto con la capital
hispalense, perfecciona sus conocimientos en el arte de los volúmenes y, como
gran observador, se impregna de todo lo interesante en torno a la creación artística
que en esos años cincuenta está sucediendo en la cuna de Velázquez y Murillo.
En 1958 ganó por concurso oposición la plaza de tallista de madera en la
Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Valencia, donde comienza una
interesante producción imaginera, sin olvidarse del arte profano. Su prestigio
fuera de Granada, le lleva en 1975 a realizar un monumento público a los Reyes
Magos en Ibi, provincia de Alicante. Para entonces, una de sus obras más
importantes ya paseaba por las calles de Granada, La Virgen de Los Dolores.
EDVARD MUNCH
Para entonces, su
reconocimiento y valía como escultor e imaginero ya estaba más que acreditado,
tanto como su solvencia artística en las nuevas vanguardias que nada tenían que
ver con el arte sacro. Lo demostró con creces en aquella magna exposición que
organizó Juan Herrera y González Aurioles en la sala de exposiciones que la Caja
Rural tenía en la Gran Vía junto al gobierno civil, con motivo de la muerte y,
en homenaje a Picasso. Aurelio aportó allí una obra extraordinaria, una
escultura en madera, a la que él llamaba cariñosamente “El Bocinazo”, que
consistía en una talla en madera en la que la protagonista era una boca abierta
y enfadada, pronunciando un “NO” enorme. El maestro decía que, aunque parecía
un “granaino cabreao” en realidad era un homenaje a Munch y su pintura, “El
grito” que es el título de cuatro cuadros del noruego. En los últimos años, la
obra, en dos versiones diferentes, ha sido objeto de robos de gran repercusión
mediática. La versión más conocida, la de la Galería Nacional, fue robada en
febrero de 1994, y fue recuperada en una acción policial doce semanas más
tarde. En agosto de 2004 se produjo el robo de una de las versiones expuestas
en el Museo Munch. Dos años después, el 31 de agosto de 2006 la policía noruega
anunció la recuperación de la pintura, en buen estado. La versión que llevaba
70 años en manos del noruego Petter Olsen, cuyo padre había sido vecino, amigo
y luego mecenas de Munch, fue subastada el 2 de mayo de 2012 por 119,9 millones
de dólares, en la casa Sotheby's de Nueva York, convirtiéndose así en la obra
más cara vendida en una subasta.
MARFIL
Pero volviendo al grueso de su
trabajo, fundamentalmente al arte religioso, que es por lo que Aurelio ha
pasado a la historia, no hay que olvidar otras muchas de sus habilidades, como,
por ejemplo, la talla en marfil. Recuerdo que una de las muchas tardes que pasé
en su estudio junto al Perpetuo Socorro, me enseñó una joya tallada por el en
marfil. Era una reproducción a escala del Cristo de La Misericordia, de José de
Mora, de unos cincuenta centímetros de una fidelidad al original realmente
estremecedora, aunque lo que más ha trascendido de su producción son obras
como, El Santísimo Cristo de la Humildad en su Flagelación de Sanlúcar la Mayor
(Sevilla) [1965], María Santísima de los Dolores de Nerja (Málaga) [1948], o en
la propia Granada, donde actualmente procesionan dos tallas de las cuatro que
lo hicieron: Nuestra Señora de los Dolores [1961] y María Santísima de la
Concepción [1978]. De esta última, me narraba el sufrimiento que pasó con los
hermanos fundadores, que lo visitaban todas las tardes del año durante su
ejecución para estar presentes, pero que no contentos con eso, le cambiaron el
proyecto cuando la virgen casi estaba terminada. La idea inicial de los
hermanos, era que la virgen tuviera los brazos abiertos en toda su extensión
con el cuerpo echado hacia adelante, en clara actitud de ir corriendo tras su
hijo por la calle de la Amargura, pero al final no se atrevieron, y le obligaron
a reconducir el proyecto, tal y como aparece en las calles de Granada, de una
manera más tradicional. Creo que, en algún momento, llegó a odiarnos. Menos mal
que su inseparable, Pepe Castro Llamas, lo calmaba.