domingo, 2 de febrero de 2025

 


PACO GONZÁLEZ DE LA OLIVA

 

Tito Ortiz.-

 

Esto de acumular trienios tiene como sufrimiento el, ver como en un goteo incesante, mis amigos se despiden de este mundo, dejándome sin esas referencias amistosas y artísticas con las que he ido creciendo junto a ellos, impregnándome de todo lo bueno que me han enseñado. Tal es el caso que ahora me ocupa, referido a mi amigo Francisco González de La Oliva, que se nos marchó hace unos días en la Villa Y Corte, sin hacer ruido, tal y como había vivido en Granada, llevando a cabo una labor importantísima, en dos museos imprescindibles como son el de Bellas Artes y, sobre todo, el de La Casa de Los Tiros.

Paco, fumador en pipa como yo y enamorado de esta tierra, su historia y patrimonio, llevó a cabo una labor tan importante como dinamizador cultural, que no exagero si afirmo que, esta ciudad mantiene deuda de reconocimiento con él. Como dice Juan Manuel Serrat, los viejos nos convertimos en fantasmas con memoria, por eso no me resisto a recordar aquellos tiempos en los que compartíamos tabaco, en largas charlas sobre proyectos culturales con los que enriquecer el panorama granadino.

GRANADA POR BANDERA

Fueron días y días con sus tardes y, a veces, con parte de sus noches, pensando a finales de los setenta del siglo pasado, como tenía que ser la Granada artística y monumental, para venderla adecuadamente al visitante. La charla discurría distendida unas veces en el despacho del director del museo de bellas artes, Enrique Pareja López, otras en el taller de restauración del palacio, y otras en la cámara donde dormían los fondos cedidos por el Museo del Prado. Mis conversaciones con, Francisco González de la Oliva, eran largas y jugosas, porque Paco tenía en la cabeza, toda la historia del arte, la de Granada, sus monumentos, y, además, las ideas más avanzadas y vanguardistas a cerca del arte que se hace en nuestros días. Una mañana con él, era como hacer un máster en cultura de todas las épocas, sin haber pisado un aula universitaria. Era de esas personas imprescindibles y brillantes que tiene Granada, pero que huye continuamente del foco y el objetivo, a pesar de realizar un trabajo excelente e imperecedero.

EL MUSEO DE GRANADA

Cuando alguien reivindica en ocasiones un museo para la ciudad de Granada, yo personalmente creo que no conoce La Casa de Los Tiros, que transpira granadinismo por sus muros centenarios. La finca da por su espacio, para lo que da, pero ahí está Granada y todo lo que somos desde el siglo XVI. La Casa de los Tiros fue construida entre 1530 y 1540 por los Granada-Venegas, descendientes directos de la familia real nazarí y que se convirtieron al cristianismo cuando la ciudad fue tomada por los Reyes Católicos. Para no aburrir, diré que en 1929 pasó a ser propiedad pública, gracias a la resolución favorable al Estado español de un largo litigio que se mantuvo con los Marqueses de Campotéjar descendientes de los Granada-Venegas emparentados ya con familias reales europeas, en el que afortunadamente se recuperó también el Generalife. Desde ese momento, el que después sería alcalde, Antonio Gallego Burín, hace de esta fortaleza palacio del barrio de los alfareros, el epicentro de la historia y costumbres de nuestra ciudad, logrando donaciones importantísimas, entre las que destacan las suyas propias, en una labor que años más tarde seguiría su hijo, Antonio Gallego Morell. Pinturas, grabados, taracea, tejidos alpujarreños, faroles de latón y, sobre todo, preciosa cerámica granadina de Fajalauza del siglo XVIII, se pueden admirar con el orgullo de estar ante piezas únicas, como ocurre con los inigualables barros de Mariscal, entre otros. Esto unido a su incomparable archivo escrito y la hemeroteca, entre otras muchas cosas que, no relato para invitar al lector a realizar su visita, hacen de la casa de Los Tiros, el auténtico corazón de Granada, ese que según el lema de los Granada-Venegas, es el que manda.

EL SELLO DE GONZÁLEZ DE LA OLIVA

Paco llega a la casa de Los Tiros, en un momento donde está todo por hacer. Como muestra, decir que su hemeroteca tenía más visitantes que el propio museo, donde los días discurrían sin un solo visitante, mientras que en la sala de lectura faltaba espacio. Existe un antes y un después en el museo, tras su dirección. González de la Oliva abre de par en par la casa a la ciudad, transformándola en una herramienta dinamizadora del panorama cultural, donde tienen cabida todas las artes, desde el flamenco a la música clásica, de la pintura a la escultura, de la conferencia a la poesía, y comienza a sonar en nuestras calles, un lugar mágico llamado la Cuadra Dorada, hasta entonces desconocido. Un jardín romántico sobre la cuesta del Cementerio de Santa Escolástica y la calle Damasqueros, donde resuena la poesía, un patio bellísimo para la música y la palabra, y unas salas adecuadas para admirar las artes plásticas. A todo eso, su trabajo añade el racionalizar los fondos museísticos, aprovechando inteligentemente las estancias, para una adecuada exposición, y que el visitante pueda admirar la riqueza e importancia de los fondos que se atesoran en la fortaleza palacio. Durante los años que ha estado dirigiendo los destinos de esta casa, González de la Oliva ha dejado un trabajo ímprobo en favor de esta ciudad, cuyo resultado es auténticamente impagable. Esta ciudad está necesitada de muchos, González de la Oliva, que lleven a cabo su trabajo para engrandecerla, sin necesidad de aparecer en la foto, como era su lema. Se ha marchado sin hacer ruido y, sé que este artículo le hubiera ruborizado, pero no he podido resistirme a reconocer su sapiencia, cariño a la ciudad y amistad. Así era Paco.

 

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