domingo, 9 de noviembre de 2025

 

                                           Manili y Pepe Heredia es una foto de Juan Ferreras

POESÍA Y TOROS

 

Tito Ortiz.-

 

Durante la segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado, la Universidad de Granada tuvo la suerte de tener como Vicerrector de Extensión Universitaria, al poeta y ensayista, Juan José Ruiz-Rico López-Lendines, una de esas personas que no deberían morirse nunca, y menó aún, tan jóvenes. Durante su mandato, la Universidad granadina se abrió de par en par a otras actividades artísticas que, hasta entonces, no habían estado dignamente representadas en su seno. Hablo por ejemplo de la creación -desde su cargo- de la Cátedra de Flamencología otorgada a nuestra genial bailaora, María Guardia “Mariquilla”, del mantenimiento del Seminario de Estudios Flamencos, a cargo del catedrático y poeta gitano, Pepe Heredia, o del primer ciclo sobre la Tauromaquia- hasta entonces sin precedente en ninguna otra universidad- a cargo de mi compañero y amigo, el matador de toros Juan Ramón Romero, actual responsable de la información taurina en Canal Sur Radio.

Corría el curso de 1988, cuando Juan Ramón trajo a la Universidad de Granada, a lo más granado del mundo de los toros en aquel momento. Desde los matadores de moda, como Juan Antonio Ruiz Espartaco, a los más importantes ganaderos y apoderados. Y así le llegó el turno aquella tarde al maestro de Jerez, fallecido hace tan solo unos días, Rafael de Paula.

La entrevista-conferencia entre los dos fue un regalo para el abarrotado auditorio universitario, abriéndose al finalizar el mismo un turno de palabra para los asistentes.

En aquellos años despuntaba un torero vallisoletano llamado, Jorge Manrique que, hacía solo unos meses había confirmado su alternativa en Madrid, causando muy buenas sensaciones por su concepto clásico del toreo, su valor sereno y, con la particularidad de que mataba los toros con la mano izquierda, asunto éste rarísimo en la historia del toreo.

Durante el turno de preguntas al maestro Paula, se levantó una chica del fondo y le dijo: ¿Maestro, que le parece Jorge Manrique? A lo que Paula contestó:

Hombre, Jorge Manrique, “Coplas a La Muerte de Mi Padre”, como olvidar a tan insigne poeta y soldado del siglo del siglo XV, gloria del prerrenacimiento, un clásico de la literatura española.

En ese momento el auditorio quedó en silencio e impactado porque, nadie podía sospechar que, aquel gitano de Jerez, gloria del arte del toreo, aparte de ser una figura de la tauromaquia, era un gran lector que en su casa tenía una biblioteca de más de ocho mil volúmenes.

La chica que había preguntado, al no obtener la respuesta deseada, insistió. ¿Maestro yo le pregunto por Jorge Manrique, el torero de Valladolid? Y Paula respondió lacónico: Ah sí, ese que mata con la mano izquierda, pues fíjate, yo no los mato ni con la derecha. Y el auditorio irrumpió en una enorme carcajada.

LA COSA VIENE DE ATRÁS

A lo largo de la historia, el maridaje entre los toros y la poesía ha sido una constante. Por no hacer esta crónica larga, me referiré a la relación del torero, Ignacio Sánchez Megías, con toda la generación del 27, y muy especialmente con nuestro Federico García Lorca. Estos encuentros se llevan a cabo durante el primer tercio del siglo pasado, cuando Ignacio, en el curso 1928-1929 se matriculó en el instituto de educación secundaria La Rábida de Huelva, con treinta y ocho años de edad, para terminar los estudios de Grado de Bachiller. También tuvo un papel importante como mecenas de lo que luego se conocería como generación del 27, algunos de cuyos miembros eran verdaderos aficionados a la tauromaquia y expertos taurinos. La primera vez que se reunieron sus componentes (Federico García Lorca, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, entre otros), es un encuentro celebrado en el Ateneo de Sevilla en 1927 y que dio nombre a la generación, fue por iniciativa de Sánchez Mejías para conmemorar el 300 aniversario de la muerte de Góngora.

En 1934, Sánchez Mejías decidió reaparecer en las plazas a la vez que Juan Belmonte. El 11 de agosto, sustituyó a Domingo Ortega en Manzanares (Ciudad Real); el toro de nombre Granadino, pequeño, manso y astifino, le dio una gran cornada en el muslo derecho al iniciar la faena de muleta sentado en el estribo, uno de los arriesgados lances que practicaba a menudo. No permitió que lo operaran en la modesta enfermería de Manzanares, donde el médico local, Alfonso Fernández-Pacheco Resino, se ofreció para intervenirlo, y pidió volver a Madrid, pero la ambulancia tardó varias horas en llegar. A los dos días se declaró la gangrena. Murió en Madrid, en el sanatorio del doctor Crespo (situado en la esquina de la calle Goya con doctor Esquerdo) en la mañana del día 13 de agosto. Al morir Sánchez Mejías, su figura fue ensalzada por Miguel Hernández, Rafael Alberti –que hizo el paseíllo en su cuadrilla– y otros poetas de la generación del 27, incluido García Lorca, cuyo “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” es para muchos, la mejor elegía en español desde las Coplas de Jorge Manrique. Para los taurinos, su faceta como intelectual y, el enorme aprecio que los escritores del 27 le dispensaron hizo que, su repercusión en la historia del toreo sea muy superior a su significado estricto como matador de toros. Sea como fuere, la conexión está ahí. Como dice nuestro genial, Manuel Benítez Carrasco:

Uno, dos y tres,

tres banderilleros en el redondel.

Sin las banderillas tres banderilleros;

sólo tres monteras tras los burladeros.

Uno, dos y tres....

luego tres capotes en el redondel.

Puntos cardinales

de una geografía de sol y de sangre.

Y el toro en el Sur,

una media luna sobre su testuz.

Uno, dos y tres...

y el toro no sabe cómo obedecer.

Las manos en llamas,

el uno lo llama

pero no lo espera.

Sobre un burladero tiembla una montera.

 

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