Manili y Pepe Heredia es una foto de Juan Ferreras
POESÍA Y TOROS
Tito Ortiz.-
Durante la segunda mitad de
los años ochenta del siglo pasado, la Universidad de Granada tuvo la suerte de
tener como Vicerrector de Extensión Universitaria, al poeta y ensayista, Juan
José Ruiz-Rico López-Lendines, una de esas personas que no deberían morirse
nunca, y menó aún, tan jóvenes. Durante su mandato, la Universidad granadina se
abrió de par en par a otras actividades artísticas que, hasta entonces, no
habían estado dignamente representadas en su seno. Hablo por ejemplo de la
creación -desde su cargo- de la Cátedra de Flamencología otorgada a nuestra
genial bailaora, María Guardia “Mariquilla”, del mantenimiento del Seminario de
Estudios Flamencos, a cargo del catedrático y poeta gitano, Pepe Heredia, o del
primer ciclo sobre la Tauromaquia- hasta entonces sin precedente en ninguna
otra universidad- a cargo de mi compañero y amigo, el matador de toros Juan
Ramón Romero, actual responsable de la información taurina en Canal Sur Radio.
Corría el curso de 1988,
cuando Juan Ramón trajo a la Universidad de Granada, a lo más granado del mundo
de los toros en aquel momento. Desde los matadores de moda, como Juan Antonio
Ruiz Espartaco, a los más importantes ganaderos y apoderados. Y así le llegó el
turno aquella tarde al maestro de Jerez, fallecido hace tan solo unos días,
Rafael de Paula.
La entrevista-conferencia
entre los dos fue un regalo para el abarrotado auditorio universitario,
abriéndose al finalizar el mismo un turno de palabra para los asistentes.
En aquellos años despuntaba un
torero vallisoletano llamado, Jorge Manrique que, hacía solo unos meses había
confirmado su alternativa en Madrid, causando muy buenas sensaciones por su
concepto clásico del toreo, su valor sereno y, con la particularidad de que
mataba los toros con la mano izquierda, asunto éste rarísimo en la historia del
toreo.
Durante el turno de preguntas
al maestro Paula, se levantó una chica del fondo y le dijo: ¿Maestro, que le
parece Jorge Manrique? A lo que Paula contestó:
Hombre, Jorge Manrique,
“Coplas a La Muerte de Mi Padre”, como olvidar a tan insigne poeta y soldado
del siglo del siglo XV, gloria del prerrenacimiento, un clásico de la
literatura española.
En ese momento el auditorio
quedó en silencio e impactado porque, nadie podía sospechar que, aquel gitano
de Jerez, gloria del arte del toreo, aparte de ser una figura de la
tauromaquia, era un gran lector que en su casa tenía una biblioteca de más de
ocho mil volúmenes.
La chica que había preguntado,
al no obtener la respuesta deseada, insistió. ¿Maestro yo le pregunto por Jorge
Manrique, el torero de Valladolid? Y Paula respondió lacónico: Ah sí, ese que
mata con la mano izquierda, pues fíjate, yo no los mato ni con la derecha. Y el
auditorio irrumpió en una enorme carcajada.
LA COSA VIENE DE ATRÁS
A lo largo de la historia, el
maridaje entre los toros y la poesía ha sido una constante. Por no hacer esta
crónica larga, me referiré a la relación del torero, Ignacio Sánchez Megías,
con toda la generación del 27, y muy especialmente con nuestro Federico García
Lorca. Estos encuentros se llevan a cabo durante el primer tercio del siglo
pasado, cuando Ignacio, en el curso 1928-1929 se matriculó en el instituto de
educación secundaria La Rábida de Huelva, con treinta y ocho años de edad, para
terminar los estudios de Grado de Bachiller. También tuvo un papel importante
como mecenas de lo que luego se conocería como generación del 27, algunos de
cuyos miembros eran verdaderos aficionados a la tauromaquia y expertos
taurinos. La primera vez que se reunieron sus componentes (Federico García
Lorca, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, entre otros), es un encuentro
celebrado en el Ateneo de Sevilla en 1927 y que dio nombre a la generación, fue
por iniciativa de Sánchez Mejías para conmemorar el 300 aniversario de la
muerte de Góngora.
En 1934, Sánchez Mejías
decidió reaparecer en las plazas a la vez que Juan Belmonte. El 11 de agosto,
sustituyó a Domingo Ortega en Manzanares (Ciudad Real); el toro de nombre
Granadino, pequeño, manso y astifino, le dio una gran cornada en el muslo derecho
al iniciar la faena de muleta sentado en el estribo, uno de los arriesgados
lances que practicaba a menudo. No permitió que lo operaran en la modesta
enfermería de Manzanares, donde el médico local, Alfonso Fernández-Pacheco
Resino, se ofreció para intervenirlo, y pidió volver a Madrid, pero la
ambulancia tardó varias horas en llegar. A los dos días se declaró la gangrena.
Murió en Madrid, en el sanatorio del doctor Crespo (situado en la esquina de la
calle Goya con doctor Esquerdo) en la mañana del día 13 de agosto. Al morir
Sánchez Mejías, su figura fue ensalzada por Miguel Hernández, Rafael Alberti
–que hizo el paseíllo en su cuadrilla– y otros poetas de la generación del 27,
incluido García Lorca, cuyo “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” es para muchos,
la mejor elegía en español desde las Coplas de Jorge Manrique. Para los
taurinos, su faceta como intelectual y, el enorme aprecio que los escritores
del 27 le dispensaron hizo que, su repercusión en la historia del toreo sea muy
superior a su significado estricto como matador de toros. Sea como fuere, la
conexión está ahí. Como dice nuestro genial, Manuel Benítez Carrasco:
Uno, dos y tres,
tres banderilleros en el
redondel.
Sin las banderillas tres
banderilleros;
sólo tres monteras tras los
burladeros.
Uno, dos y tres....
luego tres capotes en el
redondel.
Puntos cardinales
de una geografía de sol y de
sangre.
Y el toro en el Sur,
una media luna sobre su
testuz.
Uno, dos y tres...
y el toro no sabe cómo
obedecer.
Las manos en llamas,
el uno lo llama
pero no lo espera.
Sobre un burladero tiembla una
montera.
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