jueves, 18 de diciembre de 2014
CONSULTE A SU FARMACÉUTICO
CONSULTE A SU FARMACÉUTICO
Tito Ortiz.-
Básculas de precisión de la diezmillonésima parte de un gramo, pipetas, mecheros, probetas, peras de succión, pisetas, frascos lavadores, en fin, que aquel mostrador de la rebotica, era un laboratorio en perfecto funcionamiento, donde las fórmulas magistrales se preparaban con la naturalidad, con la que se servía fuera, en la oficina de farmacia, un sobre de bicarbonato sódico puro, dos optalidones, una pastilla de Okal y tres de Calmante Vitaminado, porque las grageas se vendían sueltas, algo que ahora quiere implantar el sistema de salud, y no alcanza a poner en marcha. Un parche Sor Virginia, unas pastillas Juanolas, y una botella de Agua de Carabaña, podían ser una compra habitual. El alcohol y el yodo a granel, el algodón enrollado en papel azul azafata. Era aquel un entorno de confianza, donde el boticario era mi amigo. Don Pedro Luque del Moral, me conocía desde que nací. A su Farmacia de La Placeta de San Gil, me llevó mi madre, aún sin bautizar, para pesarme. Allí nos dio el farmacéutico una libretita, donde anotaba los gramos que yo ganaba cada semana, y las botellas de Calcio 20, o de Ceregumil que me endiñaban, pues siempre tuve aspecto de raquítico, de ahí mis cucharadas diarias, de aceite de hígado de bacalao con un terrón de azúcar, y más tarde mis chupitos de quina Santa Catalina, o San Clemente. Fui un infante esquelético criado con Pelargón y papillas de harina tostada en la sartén de mi casa. Y don Pedro Luque, era como de la familia, pues no había día que al pasar por la puerta, o nos saludara, o entrábamos a comprar unos caramelos de eucalipto, para la tos de mi padre, o un bote de linimento Sloan (El tío del bigote) para unturas, friegas y dolores varios, pues lo alternábamos con el alcohol alcanforado, o en su defecto, alcohol de romero.
El matraz y el espectrómetro, el mortero y el embudo, son artilugios de mi infancia, pues en aquella rebotica, Pedro Camacho, practicante y mancebo ejemplar, nos ponía las inyecciones cuando estábamos malos, con un cariño y un sentido del humor envidiables, mientras hervía la jeringa y la aguja, con un poco de alcohol, en el estuche metálico que servía para transportarla. Inolvidable aquella diminuta balanza de platillos, la cucharilla o el termómetro de bulbo, el viejo microscopio, y los tarros de cerámica con aquellos nombres tan raros, a los ojos de un niño enclenque, que estuvo siempre más enfermo que sano, y contó con el cariño de los dos pedros. Don Pedro, el boticario alto de pelo blanco, educado y amable. Y Pedro Camacho, su fiel auxiliar, más bajito, pero más simpático y cariñoso, que ponía las inyecciones como los ángeles, o como los arcángeles, porque para eso es de Córdoba. La farmacia de San Gil, con su peso de hierro macizo esmaltado en blanco, con sus pesas cilíndricas a la izquierda, de aquel tallado mostrador con piedra de mármol blanco, veteada en tonos grises, era para nosotros la catedral de la salud, regida por dos hombres buenos. Sus sabios consejos siempre nos vinieron bien, pues era nuestro primer paño de lágrimas en torno a los males. La Farmacia de don Pedro, siempre fue la casa de Socorro más cercana ante los accidentes caseros, como el corte con un cuchillo guisando, o la caída del niño jugando que se saldaba con un chorro de agua oxigenada, una gasa y un esparadrapo, con unos polvillos de Azol, para que no se infectara. Pero antes de ir al médico, la visita obligada era al farmacéutico, para que don Pedro nos dijera si era conveniente o no visitarlo. La familia confió en él ciegamente, porque siempre acertaba, y en no pocas ocasiones, evitó que acudiéramos a consulta, con el sólo hecho de comunicarle lo que nos pasaba. Mi abuela decía que con sólo ir a que don Pedro le tomara la tensión, ya salía buena de la farmacia, sin necesidad de ir al médico, tal era la conversación con el boticario, y la sabiduría que manaba de sus palabras.
Ese trato cercano y profesional es el que hoy están recuperando los farmacéuticos granadinos, que se esfuerzan por dar un servicio a la sociedad, aparte de facilitarles las medicinas, pues no son pocas las campañas en la que están implicados, desde la violencia de género, hasta la fibromialgia, nada escapa al sabio consejo de los herederos de Dioscórides, que a pesar de no contar con tertulias culturales, políticas o artísticas en sus reboticas, mantienen el dogma de servicio a la sociedad, cuán juramento hipocrático. Tal vez las reboticas no cuenten ya con el comandante de puesto, el alcalde, el cura y el boticario, para chequear la actualidad del país ante un café vespertino, pero están esperando a sus vecinos, para informarles del banco de medicamentos, el sistema Sigre, para no almacenar en casa, dosificar y aconsejar como tomar sus medicamentos, cuidar su piel, sus ojos y su correcta y equilibrada alimentación. Al pasar de los años, los boticarios han tenido que reciclarse - como todos nosotros – y han pasado de recomendar algo para abrir las ganas de comer, a aconsejar sobre dietas sanas que eviten la obesidad, por mor de los desequilibrios gastronómicos vigentes, en la sociedad de las prisas y los estresses, que nos ha tocado vivir. Desde las sales de fruta, a la dieta mediterránea, su farmacéutico le dirá los pasos a seguir, sin necesidad de convertirse en un kamikaze ante la ingesta de una comida, que debe ser saludable y apetitosa. Por cierto: Lea las instrucciones de éste artículo, y, consulte a su farmacéutico.
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