viernes, 8 de mayo de 2015
UN MARCHENERO DE PRÓ
UN MARCHENERO DE PRO
Tito Ortiz.-
Nos estábamos tomando un vino costa en la barra del Bar Provincias, acompañado de unas alcaparras en vinagre, cuando le confesé mi admiración por Pepe Marchena. En ese momento, Enrique Morente, me puso la mano en el hombro, y dijo: coge el vaso y vamos a sentarnos, que eso requiere una conversación. A partir de ahí, el de la Cuesta de San Gregorio, comenzó a desgranar su sapiencia a cerca de la trayectoria humana y artística de, José Tejada Martín, conocido en sus comienzos como, “El Niño de Marchena”. Yo que casi lo había dicho con la boca chica, pensando que le podía molestar, pero todo lo contrario. Enrique, tenía toda la enciclopedia del cante en la cabeza, con el historial de cada uno de sus intérpretes, y de Marchena, lo sabía todo, lo cantaba todo, y se recreaba en anécdotas que pocos conocíamos. De Pepe Marchena me contó, que su aportación al flamenco había sido tan importante, que había puesto de acuerdo a insignes artistas, incluso aquellos que no conocían el flamenco. Porque, que Carmen Amaya dijera, que era una pena que no fuera gitano, eso era un piropo como para perder el sentido. Lo mismo que Concha Piquer, o Andrés Segovia elogiaron su arte. Pero conseguir que don Manuel de Falla dijera, que Pepe Marchena atesoraba en su voz, la pureza cristalina de un manantial serrano, o que Greta Garbo afirmara que el fuego de la raza española, crepitaba en la hoguera de su cante, era ya un reconocimiento de extraordinarias dimensiones, que fue jalonado por el mismísimo, Charles Chaplin, que sostuvo a cerca del marchenero, que lo envidiaba porque al oírlo, las mujeres se emocionaban, mientras que con él, solo se reían. Y todo éste rosario de historia del flamenco, fue salpimentado por Morente, con inicios, acabás o, medios cantes de Marchena, entre los que no faltaron fandangos, de los que algún tozudo todavía mantiene que se trata de un cante menor. Unas malagueñas de quejío hondo, o una colombiana que no hay “dortores”. Ese Morente Marchenero, cantándome al oído por la calle Oficios, camino de “El Faquilla”, queda sólo para mí, y las estrellas que iban alumbrando nuestros pasos en dirección al Realejo.
Morente, ha sido de los pocos cantaores – tal vez el único - con los que he podido hablar de flamenco y música, sin tener que cambiar de registro mental para hacerme entender. El pentagrama melódico de Enrique, abarcaba todas las corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas, y sobre todo, todas las musas, que un genio necesita para atraer la atención tanto de una mente cerrada, como de otra cultivada. El diálogo sencillo y directo del sumo pontífice del flamenco, era de una clarividencia, que se hacía entender con la sutileza embriagadora de un Gustav Mahaler, en el Adagietto de su quinta sinfónía. Para que te gustara Morente, no necesitabas saber de flamenco, esa era la grandeza de la genialidad creadora morentiana. Tu vas al arte, por Morente, si además de eso, té quedas en el flamenco... ole tú.
Había muchos morentes, en Morente. La historia oficial dice que aprendió de, “El de La Matrona”, y “Aurelio Sellés”, pero no es menos cierto que a pesar de estar muertos, también aprendió de Chacón, de La Niña de Los Peines y hasta del mismísimo Juanito Valderrama, del que sin sonrojarse, se mostraba admirador y discípulo, al menos, así lo sostuvo ante mí. De Valderrama admiraba Enrique, su amplio conocimiento de todos los cantes, su garganta de privilegio para bordarlos, y su magisterio involuntario, repudiado por grupúsculos de talibanes flamencos, que nunca le perdonaron que sabiendo más que ellos, y ganándoles la partida en el pulso creativo, abarcara la actuación en el cine, y la interpretación de la copla, algo a lo que ellos no podían aspirar, ni viviendo cien vidas. Enrique Morente, valoraba la aportación de Valderrama al arte gitano andaluz, como una de las imprescindibles para comprender el verdadero significado de lo hondo. Al contar la historia del flamenco, sin menospreciar a nadie, Enrique mantenía que para que ésta estuviera completa, había que contar con Marchena y Valderrama, incluso con la Niña de La Puebla, a la que respetaba y admiraba con auténtica devoción. Abierto a todos los estilos flamencos y sobre todo, a todas las músicas, Morente era un creador, que se dejaba impregnar por todos aquello que pudiera enriquecer su creatividad, ya fuera un coro de voces búlgaras, El gran Sabicas, o los rokeros, Lagartija Nick. Un creador como él, sin límites en el arte, podía permitirse el lujo de abrir el abanico de su flamenco, hasta salpicar con su aire, otras artes con aroma en primera persona. El Chanel número cinco del flamenco, es lo que tiene.
Que un artista de cualquier rama, reconozca sus influencias, sus gustos, sus referentes y devociones, lejos de empequeñecerlo, lo hace más grande, a los ojos de quienes los admiran. A Enrique Morente, le escuché en repetidas ocasiones, los elogios más cariñosos y sapientes, que Camarón haya podido recibir de persona alguna. Del que podría considerarse su máximo competidor, Morente no dudó nunca en admirarlo y reconocerle su genialidad interpretativa, lo que deja entrever, la grandeza de alma y la categoría humana y artística del albaicinero, con respecto al de la Isla de san Fernando. Tuve la gran suerte de presentarlos a los dos en varias ocasiones, incluso en aquel mano a mano de la peña Frasquito Yerbagüena, que llovió y hubo de suspenderse, para celebrarlo una semana más tarde bajo techado, en los jardines Neptuno. Los que tuvimos la suerte de compartir camerinos con ellos, sabemos de su admiración mutua y de la cordialidad que reinaba en sus encuentros. Los gitanos que vinieron, hasta de Francia para ver a Camarón, se rompieron la camisa, cuando Morente abrió la noche por tangos. Es de esas noches, que no se te borran de la memoria ni a martillazos, fue un lujo estar allí, junto a ellos y ver como el público no los dejaba bajarse del escenario. Esa educación exquisita de Morente ejerciendo como anfitrión, y ese decir flamenco con mando en plaza, cautivó a unos y otros, porque al final, por muchas vueltas que le demos, la verdad no tiene más que un camino, y cuando un genio domina su arte, con el, domina a las masas. Enrique Morente, ha sido lo mejor que entre dos siglos, le ha pasado a Granada, y su quejio, eterno e inapagable.
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