martes, 12 de febrero de 2019

RELATANDO

RELATANDO Tito Ortiz.- En los últimos tiempos, uno de los pocos políticos sensatos que le van quedando a, este país en declive llamado España, sigue dando lecciones de sensatez para quién las quiera aprender. Se trata de Alfonso Guerra, persona y personaje imprescindible para entender la transición a la democracia y, la llegada del socialismo al gobierno, que por su visión ecuménica de la política hispana y, sus vastos conocimientos del comportamiento humano, suele dar siempre en el clavo con el diagnóstico de la lamentable situación por la que atravesamos en todos los sentidos. Guerra tuvo la desgracia en su momento de, tener dos hermanos impresentables, que lo obligaron a pasar a un segundo plano de la política, por decencia y honradez personales, privándonos así la historia, de un personaje - que sin duda - hubiera dado mucho más de sí en beneficio de la nación, ensombreciendo la figura de Felipe González, encargado de descafeinar al socialismo de cuyo descenso es el máximo responsable. Alfonso Guerra es un animal político, con raza y conocimientos suficientes, para sonrojar a ésta clase política emergente, que tanto se preocupa por afianzar su futuro en los partidos y las instituciones, importándole tres pitos el pueblo que los vota, ilusionados por qué algo cambie, y lo único que cambia es la vivienda habitual de sus señorías, generalmente, para mejor, mucho mejor. El ex vicepresidente socialista, tiene una visión tan diáfana del problema catalán, que a poco que se le escuchara, sorprendería por su naturalidad y coherencia, cercanas al espíritu del Derecho Romano en primer año de carrera, pero los independentista no quieren ni oír hablar de él, seguramente porque los puede poner de un plumazo fuera de la ley, y de otro, si el anterior fuese pequeño, fuera de España. Y los constitucionalistas, no tienen formación suficiente para enfrentarse a un problema tan grande, de tal guisa, que lo único que saben hacer es dar mamporros, o aplicar el 155, que se me antoja como la marca de un aceite de Ricino, no apto para paladares finos. El mismo gobierno central que consiente el choteo de, Carles Puigdemont, en su exilio pagado por todos, escolta incluida, es el que ahora se baja los pantalones y acepta la figura de un relator y de observadores internacionales, dejando al país a la altura del betún, como si de una república dictatorial y bananera se tratara. La dignidad de toda una nación, no puede estar en manos de cuatro nacionalistas analfabetos, en su mayoría hijos de charnegos, deslumbrados por las palabras de charlatanes de una historia mal contada intencionadamente, para inclinar la balanza a su favor. Hoy, día de Santa Eulalia de Barcelona, virgen y mártir, es el mejor momento para reivindicar la sensatez y cordura de una clase política ayuna de formación y soluciones dialogadas para tiempos difíciles, en los que los falsos profetas, mitineros de tres al cuarto, sin oficio ni beneficio, se acercan a la vida pública para hacer de un servicio a la sociedad, un trabajo vitalicio de por vida, que les asegure, sin haber tenido profesión reconocida, la pensión más alta, junto a las prebendas más exquisitas. Por todo ello, digo y proclamo, que no admito más figura de relator, que aquella que en el atardecer del domingo de ramos, con el sol a media altura y la Alhambra por testigo, baja por la Carrera del Dauro a Granada, tras Jesús de La Sentencia. Ese lector tallado por Benito Barbero, que hace de puente entre Pilatos y el vulgo, intentando explicar lo inexplicable. Seguramente él es, el primer relator de la historia y aunque han pasado casi dos mil años, de nada sirvió su figura, ni su trabajo.

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