BACALAO FRITO
Benítez Rufo: ¡Que Hombre!
Tito Ortiz. -
Bajábamos del Albayzín a Granada, atravesábamos el paseo de Salón y de La Bomba hasta, recalar en una especie de plazoleta no reglada con la arquitectura, a la izquierda del inicio de la avenida de Cervantes, por entonces llamada por el vulgo, “La Quinta”, y allí nos sentaba mi padre en unas sillas de tijera, ante una mesa compañera, donde al rato aparecía el buen mesonero con un plato de manjar exquisito. El mejor bacalao frito de la urbe. Estábamos en “La Paguana”. De aquello no hace más que unos sesenta años. Granada presumía de tener algunos sitios donde, se podía comer el mejor bacalao frito de la provincia. Ya por entonces, contra “La Paguana”, competía en buena lid, “Casa Gregorio”, junto a los Escolapios, al otro lado del puente del Genil, que fue el primero en ofrecer las tajadas de este pescado, emborrizadas, y no solo fritas como en otros lugares. Más que soldaditos de pavía, el bueno de Gregorio, lo ofrecía eran unos gigantes de pavía, exquisitos al paladar, y para los que la gente hacía cola, asunto éste que entonces no sucedía con frecuencia, lo que habla de la calidad ofrecida a los clientes. Años más tarde, mi compañero del alma, compañero, José María Guadalupe y Guerrero, en los tiempos en que era máximo responsable de las relaciones externas de Puleva, me descubrió otro lugar donde las enormes tejadas de bacalao frito, con un emborrizado de finísimo paladar no le iban a la zaga. El “Guada” me llevaba a comer a “La Pulga”, en Santa Fe, esquina con la carretera de Fuente Vaqueros, y madre mía como estaba ese bacalao también.
MARINETTO
Sabido es, y conocido por el general de la ciudadanía, que mi “cuñao”, Antonio Cruz, es una de las cucharas más acreditadas de este reino. El expresidente de los socialistas granadinos, no solo se defiende con destreza en la cocina, sino que destaca por sus excelentes condiciones para catar guisos y caldos, con total solvencia, por eso aquel día de la transición política que dijo: vestiros que vamos a comer un buen bacalao frito, y nos llevó por sorpresa a degustarlo con resultado excelente, nadie opuso resistencia, todo lo contrario. Nos trasladó a “Marinetto”, en la carretera de Málaga, pero la sorpresa no era el buen bacalao servido, sino los comensales que allí nos esperaban. En aquel final de los años setenta, en plena gestación de la Carta Magna, y con la Brigada Político Social de Franco todavía actuando, el asunto era de enjundia y compromiso político, más que gastronómico. Los convocados, lo habían sido por sorpresa, sin tiempo a reaccionar y bajo secreto. En la alargada mesa – entre otros – estábamos, el mencionado y maestro de ceremonias, Antonio Cruz, por entonces militante del PCE desde hacía años en la clandestinidad. Jaime Ballesteros, Rafael Fernández-Píñar y Afán de Rivera, Pepe Guardia, que pasó la noche del 23 F, encerrado en un armario empotrado de mi casa, Portillo, Javier Terrientes, y otros que escapan a mi menguada memoria, y créanme que lo siento. Mientras dábamos cuenta del bacalao frito, en aquella reunión clandestina del PCE, que no se había celebrado en la capital, para evitar ser sorprendidos, lo importante no era el manjar noruego, sino la presencia de nuestro invitado.
BENÍTEZ RUFO
Con todas las precauciones del mundo y la mayor discreción, recién llegado desde Sevilla, presidía la mesa, José Benítez Rufo, quién horas antes había sido elegido por los camaradas, presidente del Partico Comunista de España en Andalucía, y venía a tomar un primer contacto con los compañeros granadinos, de riguroso incógnito. Oír en aquella mesa a Benítez Rufo, era como abrir una enciclopedia de la reciente y tenebrosa historia de España, aún no escrita. Nacido en Villarrubia de la Serena (Badajoz) en 1913, Benítez Rufo, había sido militante de la JSU y capitán del Ejército republicano durante la guerra civil. De aquellos que defendieron un gobierno legalmente instituido por las urnas, contra los golpistas de Franco. Salvó la vida de milagro, pero fue encarcelado entre 1946 y 1953, dedicándose a partir de entonces a organizar clandestinamente su partido en la región andaluza. La comida fue un hecho histórico y todo un éxito, porque todos volvimos a casa sanos y salvos, sin que nadie nos hubiera detenido, que en aquellos tiempos ya era bastante. La pena fue que solo unos meses más tarde, el día de todos los santos de 1979, Benítez Rufo, falleció de un infarto en su casa sevillana, sin llegar a saborear las mieles de una democracia a la que él había entregado toda su vida.
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