La semana santa de Granada, de mentidero en mentidero
Tito Ortiz.-
Vestí el hábito de lienzo moreno, con el fajín y las bocamangas de seda roja de La Aurora, en la semana santa de 1960, y el oro viejo de Las Penas, dos años más tarde, cuando aún salía sin palio. Quisieron los dioses que, mi incorporación cofrade a la semana de pasión, coincidiera con un declive total que la llevaría al borde de la desaparición, hasta la fundación en 1977 de La Concha y El Manué. Las pocas hermandades que se atrevían a salir a, no hacer la estación de penitencia ante una Catedral cerrada y a oscuras, lo hacían de aquella manera tan suigéneris. Los hábitos por debajo de las rodillas, con zapatillas de deporte o zapatos marrones – en alguna ocasión vi también a compañeros de fila con botas katiuscas - sin guantes, con los ojos del capillo por la frente al llevar el cartón más corto, con manchas de cera en la túnica de las últimas diez semanas santas, y, además, a los que portaban insignias, en lugar de pagar, había que pagarles. Recuerdo a célebres personajes como el llamado popularmente por todos, “Churrete”, que cada día de la semana portaba un estandarte en distinta hermandad, a cambio de un sueldo que a veces rayaba era escaso, sobre todo si ese día llevaba en sus manos el descomunal estandarte con la Cruz de San Andrés, de La Virgen de Los Dolores, o el idéntico del Rescate.
PROFESIONALES
Todavía no habían venido los costaleros de Utrera a enseñarnos eso de sacar pasos, y, por lo tanto, la semana santa estaba en manos de unas cuadrillas profesionales de asalariados, que cuando les venía en ganas, echaban el paso a tierra, y no lo levantaban si nos se les ofrecían unos duros más, una garrafa de arroba de vino más o, unos cartones de tabaco más. Mis ojos de adolescente cofrade presenciaron más de una de estas espantadas. Unas veces en la Cuesta de San Gregorio, al regreso de La Aurora, cuando el bueno y grande de Tamayo, les aseguraba que ya no le quedaba ni una peseta más para ofrecerles, después de haber triplicado el sueldo pactado por sacar el paso. Por eso no es de extrañar que muchos tronos se portaran aún con ruedas bajo los faldones. De aquellos artilugios mecánicos que tuve el honor de manejar alguna vez, recuerdo con especial cariño el de La Cañilla y el del Huerto, que me enseñó a manejar mi admirado José Carranza, “Wily”, junto con mis hermanos, Jesús y Falo. Eran años en los que la iluminación eléctrica era habitual en muchos pasos, como el de La Amargura, alimentado con grandes baterías de camión bajo la mesa, cuyo ácido cayó sobre los hombros de algún costalero en la primera” levantá”, al no tener los tapones puestos, ya que se habían estado cargando hasta la hora de salida. Los Costaleros Nazarenos de Paco Carrasco, consiguieron de don Antonio Maciá, que la instalación fuera desmontada para el año siguiente, y el respiradero fuera iluminado con cera.
CASA HERMANDAD
Las casas de hermandad no existían, Tan solo, en el patio de las Comendadoras de Santiago, en el rincón por el que se accedía al mecanismo de tocar la campana, llamado “El Campanario”, en dos metros cuadrados y a desnivel, algunos privilegiados cofrades se reunían la semana antes del Domingo de Ramos, para ir montando los pasos y preparando los enseres del cortejo, dando pie a que en tan insigne lugar, pudieran almacenarse un par de cajas de quintos de cerveza, porque en todos los trabajos se fuma. Y así hasta que se fue corriendo la voz, y “El Campanario” se convirtió en visita obligada de toda la Granada cofrade en vísperas, y de aquesta manera, en la primera casa de Hermandad, sin proponérselo. Los tres lustros que van de 1960 a 1975, son para la semana santa de Granada, dignos de olvido, por su decadencia y falta de respaldo oficial. El primero el de la iglesia instituida, que no permitía cumplir los estatutos, al mantener la Catedral cerrada no permitiendo el paso de las hermandades a su interior para hacer la estación de penitencia, lo que entre otras cosas dio pie, a que mi admirado, José Luís Pérez- Serrabona, mandara hacer un modélico martillo de madera, con el que cada noche del Miércoles Santo, la cancela de la puerta principal catedralicia, era golpeada a modo de solicitud para su apertura. Tuvo que venir Cañizares a Granada, para abrir las puertas de la Catedral.
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