martes, 19 de noviembre de 2019

ILUSO

ILUSO

Tito Ortiz.-

Lo reconozco, soy fácil de ilusionar, es como si estuviera eternamente propenso a pensar que un mundo mejor es posible. Dicen – los que me conocen – que enseguida se nota cuando estoy pensando algo positivo para ésta ciudad y provincia, porque se me dibuja una sonrisa de bobalicón, y la mirada se me pierde en el horizonte, como si contemplara un espejismo en mitad del desierto. Con la belleza monumental y paisajística de Granada, si para bien de sus gentes y visitantes le añadiéramos un tren de cercanías, que con una frecuencia de minutos, enlazara la capital con los principales pueblos de la provincia, cabecera de comarcas por ejemplo, esto se parecería mucho a un paraíso en el que el crecimiento económico y turístico, haría adelgazar la abultada lista del paro que históricamente jalona los blasones provinciales granatensis. Soy consciente de  que soñar es gratis, pero hay cosas que además de dinamizar nuestra economía, se hacen imprescindibles para la explotación turística de la que tanto nos jactamos. Hablo del turismo de nieve y nuestra inigualable estación de esquí, envidia del mundo entero por su enclave privilegiado, y que lejos de ser una preocupación para el gobierno andaluz de los conservadores, solo la ven con los ojos lujuriosos de la expansión, hablando sin recato de ampliación de pistas con sus “construcciones anexas”, pero nada hablan de proyectar unos accesos en condiciones, para mejorar los que hace dos siglos ideó el Duque de san Pedro de Galatino y que, hace ya muchos años  se quedaron obsoletos. Pero hay algo más sangrante aún, y que un día nos puede dar un disgusto serio ante la comunidad internacional, sin que se pueda descartar el coste de vidas humanas. Estamos a punto de inaugurar una próxima temporada de esquí, y la estación carece –desde su fundación – de un Parque de Bomberos propio. Y los incendios se producen, afortunadamente hasta ahora, sin víctimas, solo daños materiales y de vez en cuando, pero puede que la suerte un día nos dé la espalda, y tengamos que lamentar una tragedia en Sierra Nevada, mientras suben los bomberos de la capital, por una carretera infernal y lógicamente nevada. Pero yo cierro los ojos, veo a las autoridades cortando la cinta de ese parque de bomberos a la entrada de Prado Llano, y sonrío como el niño Jesús de un portal de Belén. Llámame iluso, pero no pierdo la esperanza de que un buen día, los turistas que nos visitan, no sean asaltados  en los alrededores de las Catedral, por personas que les ofrecen un ramito de romero, les leen la “guenaventura” en la mano, o intentan limpiarle los zapatos, aunque el guiri vaya en sandalias o deportivas. Yo, como David Vincent… los he visto.
Y hablando de ver, lo que me gustaría que desapareciera de mi vista y del resto de la humanidad, es esa inadmisible cantidad de cables, ya sean de telefonía, electricidad, señal de televisión y las correspondientes antenas, que en barrios tan emblemáticos como el Sacromonte y el Albayzín, no solo afean la visión de un paisaje natural y artístico único en el mundo, sino que constituyen un peligro máximo para las criaturas humanas y los animalillos del cielo y la tierra. Me consta que hay más de un proyecto muy adecuado, para que estos cables desaparezcan de nuestra visión, y nos protejan de posibles accidentes, lo que no hay, de una vez por todas, es voluntad política para llevar a cabo estos proyectos, ni fuerza moral para obligar a las empresas, que cobran suministros, sin dar servicios. Yo… ahí lo dejo.

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