CORONABURRIMIENTO
Tito Ortiz.-
Esto de no salir a la calle,
me está permitiendo descubrir cosas insospechadas. La parte superior del
armario del dormitorio, esa que nunca ves y a la que nunca alcanzas, con una
pequeña escalera, un paño y líquido limpiador, he comprobado que tenía pelusas
grises oscuras con vida propia, seguramente desde el siglo XIX, porque algunas
llevaban en la cabeza un bombín y en la mano un bastó de época. El aburrimiento
es tal, que las horas parecen no discurrir, y entonces me pongo activo. En
estas dos semanas he cambiado los muebles del salón cuatro veces, y ahora
cuando termine de escribir, creo que les voy a dar otra vuelta, porque no me
quedan como yo quiero. Los armarios, debidamente ordenados de madrugada, porque
las siestas son de infarto, me han proporcionado espacio para acoger el
vestuario de una drakuín en plenos carnavales. La limpieza de lámparas de todas
las habitaciones ha dejado al descubierto su color original y un brillo que no
sospechaba tenían. Otra cosa que me ha sorprendido ha sido vaciar y limpiar el
frigorífico. No se lo van a creer, pero entran más cosas que antes, y en la
parte del congelador, allá al fondo, ha aparecido una bolsa de croquetas de
hace siete años, que una vez pasadas por la sartén con el aceite hirviendo,
están de muerte. Mención aparte merece la, organización y limpieza del
trastero. Eso ha sido épico, porque desde hace dos años, lo abría y comenzaban
a caer trastos al suelo como agitados y convulsos. Pues cuando he llegado al
final del habitáculo, he visto que no había tirado mi vieja raqueta de tenis,
de aquellas de madera, de las de entonces, firmada por Manolo Orantes, el día
que vino a inaugurar Canal Sur en Granada, allá por noviembre de 1989. La he
sacado y colgado en el salón, encima de la televisión, ha quedado que es un
primor.
Y es que esto de estar
confinado tiene sus ventajas. El ahorro en gasolina es morrocotudo. Ayer fui a
llenar el depósito y el gasolinero, oculto tras los cristales, me ofreció un
guante para servirme el combustible. Le pregunté por qué no los tenía en los
servidores habituales junto a los surtidores, y me contó que la gente los cogía
a puñados y se los llevaba para casa. Hay gente “pató” ya lo dijo “El Guerra”,
pero es que, con esto de los guantes de estaciones de servicio, está ocurriendo
lo mismo en el Mercadona. Cuando fui a comprar la fruta, observé como una
señora de buen porte, cogía y se ponía uno para elegir los tomates, y cuando
terminó, lejos de quitárselo y echarlo a la papelera, se fue hacia el
recipiente, los cogió todos de un puñado y se los metió en el bolso cerrando la
cremallera a velocidad de vértigo. Es verdad que en estas situaciones es,
cuando se ve la talla moral de algunos especímenes humanos. Me voy a ordenar
mis estanterías de libros por orden alfabético, ya es la décima vez.
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