martes, 24 de marzo de 2020

CORONABURRIMIENTO


CORONABURRIMIENTO

Tito Ortiz.-

Esto de no salir a la calle, me está permitiendo descubrir cosas insospechadas. La parte superior del armario del dormitorio, esa que nunca ves y a la que nunca alcanzas, con una pequeña escalera, un paño y líquido limpiador, he comprobado que tenía pelusas grises oscuras con vida propia, seguramente desde el siglo XIX, porque algunas llevaban en la cabeza un bombín y en la mano un bastó de época. El aburrimiento es tal, que las horas parecen no discurrir, y entonces me pongo activo. En estas dos semanas he cambiado los muebles del salón cuatro veces, y ahora cuando termine de escribir, creo que les voy a dar otra vuelta, porque no me quedan como yo quiero. Los armarios, debidamente ordenados de madrugada, porque las siestas son de infarto, me han proporcionado espacio para acoger el vestuario de una drakuín en plenos carnavales. La limpieza de lámparas de todas las habitaciones ha dejado al descubierto su color original y un brillo que no sospechaba tenían. Otra cosa que me ha sorprendido ha sido vaciar y limpiar el frigorífico. No se lo van a creer, pero entran más cosas que antes, y en la parte del congelador, allá al fondo, ha aparecido una bolsa de croquetas de hace siete años, que una vez pasadas por la sartén con el aceite hirviendo, están de muerte. Mención aparte merece la, organización y limpieza del trastero. Eso ha sido épico, porque desde hace dos años, lo abría y comenzaban a caer trastos al suelo como agitados y convulsos. Pues cuando he llegado al final del habitáculo, he visto que no había tirado mi vieja raqueta de tenis, de aquellas de madera, de las de entonces, firmada por Manolo Orantes, el día que vino a inaugurar Canal Sur en Granada, allá por noviembre de 1989. La he sacado y colgado en el salón, encima de la televisión, ha quedado que es un primor.
Y es que esto de estar confinado tiene sus ventajas. El ahorro en gasolina es morrocotudo. Ayer fui a llenar el depósito y el gasolinero, oculto tras los cristales, me ofreció un guante para servirme el combustible. Le pregunté por qué no los tenía en los servidores habituales junto a los surtidores, y me contó que la gente los cogía a puñados y se los llevaba para casa. Hay gente “pató” ya lo dijo “El Guerra”, pero es que, con esto de los guantes de estaciones de servicio, está ocurriendo lo mismo en el Mercadona. Cuando fui a comprar la fruta, observé como una señora de buen porte, cogía y se ponía uno para elegir los tomates, y cuando terminó, lejos de quitárselo y echarlo a la papelera, se fue hacia el recipiente, los cogió todos de un puñado y se los metió en el bolso cerrando la cremallera a velocidad de vértigo. Es verdad que en estas situaciones es, cuando se ve la talla moral de algunos especímenes humanos. Me voy a ordenar mis estanterías de libros por orden alfabético, ya es la décima vez.

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