DEL BITTER KAS A LA COCA COLA LIGTH
Tito Ortiz.-
Prometo por mi conciencia y honor, que no miento al afirmar si digo que, nunca antes había probado el Bitter Kas. Pero aquella tarde que me encontré con Melchor, viendo una exposición en el Centro Artístico, nos acercamos a la barra y al pedir la bebida, yo le pregunte de qué se trataba, y él me dijo que si no la había tomado antes, aquel era el momento de descubrirla. Así que el abotonado y entorchado camarero, puso sobre la vieja barra de mármol, otrora blanco y ahora marfileño, dos platos blancos de los que sostienen las tazas de desayuno, de esos que al rozar con el mostrador, suenan como campanas enloquecidas y fuera de sí. Sobre ellos, asentó dos vasos de tubo a los que introdujo sendos gajos de limón, y parsimonioso comenzó a verter un líquido espumeante de color rojizo, que daba a la bebida un aspecto de espumoso del viejo “Támesis”.
Estábamos charlando sobre el pintor amigo de los cuadros colgados, cuando Melchor se llevó el vaso a los labios, dio el primer sorbo y sin cambiar el gesto siguió comentándome. Yo hice lo propio, y cuando aquel brebaje llegó a mis entrañas, al instante quise morir, y no comencé a gritar aquello famoso de… ¡Confesión, Confesión! Porque estábamos en lugar público, y además éramos conocidos. Le pregunté que como tenía el valor de tomarse aquello sin parpadear, y me dijo: A la fuerza ahorcan. Tras pretextarme su afición obligada a éste tipo de bebidas, con el tiempo, en posteriores citas, vio normal que yo optara por el café con leche, y dependiendo de la hora, incluso por el tinto de la tierra. Al correr de los años, tampoco consiguió mi conversión a su Coca Cola Light, pero de lo que no se libró, fue de mi amistad, respeto y admiración, hasta aquel día que nos dimos el último abrazo en Recogidas, sin que ninguno de los dos sospecháramos que de verdad… iba a ser el último. En su honor y solo en su honor, he vuelto al Bitter Kas, así reviente.
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