LA COSA VA ASÍ
Tito Ortiz.-
Tengo a mi editor al borde del suicidio, esperando que culmine la trilogía que comencé con, “En Olor a Granada”, “Dice la Radio”, y… todavía no tengo título para el broche. Bueno, ni título ni he escrito una letra. Yo escribo de memoria, pero me gusta alimentar el asunto con algún personaje, sobre el que cargar la ironía, el sarcasmo, y sobre todo la realidad del momento. Dado que cierro la trilogía hablando de lo ocurrido en Granada desde que el PSOE llega al poder, hasta nuestros días, llevo un par de meses por la calle, a la caza y captura de esas criaturas humanas que, condimenten la salsa de la narración.
Tanto mis paseos por el centro como, mis recorridos en el metro, me están surtiendo de una serie de personajes que, dando una imagen de la actualidad granatensis, conforman un poliedro multicolor de lo más variopinto y atractivo. En esta Granada globalizada, multiétnica y plurireligiosa, los infantes rumanos, africanos y asiáticos, se agolpan a la entrada del colegio, entremezclados con mis nietos. Una imagen que se repite desde hace años, cada mañana, y que los de aquí, hemos asumido con total naturalidad, dando síntomas de una madurez social, que para mis tiempos de niño la hubiera querido yo. En el centro de salud, la foto es de mayor contraste. Mientras que dos mujeres árabes, esperan a ser recibidas por su médico y, no paran de hablar a una velocidad de vértigo, en ese idioma endiablado que nosotros teníamos hace más de cinco siglos, los nativos, callamos y, otros guardan silencio con la mirada clavada en una pantalla y unos micro cascos en los oídos. Dos mundos tan cercanos y tan distantes.
En el metro, dos “granaínas” del Zaidín comentan como ha subido la cesta de la compra durante la pandemia, lo ajustados sueldos de sus maridos, y el trajín que se llevan para poder cuidar a los nietos mientras los padres trabajan. En ese instante, al fondo del vagón, un africano de piel negra,- que luego me confiesa que es de Costa de Marfil- da tales voces hablando, que no necesitaría el móvil para que el que está al otro lado – esté donde esté – lo escuchara alto y claro. En el vagón siguiente, un chico que por su indumentaria pertenece a una tribu urbana, de nombre indescifrable, lleva en los cascos una música, que yo diría que es la que utiliza la CIA en los interrogatorios, a tal volumen, que al pasar por el nuevo Los Cármenes, la gente se creía que el festival de rock del Zaidín, ya había empezado.
Que quieren que les diga, yo le estoy poniendo voluntad, sobre todo porque ya son muchos años los que mi editor espera la prometida culminación de mi trilogía, y no me perdonaría que se autolesionara por mi negativa a sentarme ante el teclado. Yo les confieso que lo intento, pero cuando pulso la primera tecla, recuerdo lo que es ahora Granada, y empiezo a llorar y a llorar hasta que el ordenador pega un chispazo, y mis hijos me acuestan y me arropan incapaces de consolarme.
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