UNA DE EQUILIBRIO
Tito Ortiz.-
Los que hicieron la mili con Franco – como yo – saben bien de lo que hablo. De un tiempo a esta parte, cosas que antes hacías con los ojos cerrados, ahora es muy difícil hacerlas con los ojos abiertos de par en par. Tengo yo muy observado, que en los años en los que “El Cebollas “, vendía medios cubalibres a diez pesetas al inicio de la cuesta de La Alhacaba, yo llegaba de madrugada con más de media en las agujas, y era capaz de entrar a oscuras en el dormitorio, y sin hacer ruido, quitarme los pantalones, colgarlos en el perchero, meterme en la cama y hasta roncar como un bendito, sin despertar a nadie. Cuando a la mañana siguiente me preguntaban qué a qué hora había llegado, yo siempre decía lo mismo: Pues… estaba terminando en la televisión, “El Alma se serena”, y todos tan conformes. Esto último tan romántico, solo lo recordarán los que tuvieron un Vanguard en blanco y negro, aún sin UHF, con un estabilizador bajo la mesa, que tardaba en calentarse, con una funda gris de franela que le hizo mi abuela, y que recitaba una poesía con música melancólica, al cerrar la emisión a las doce de la noche, de ahí para los más bisoños, lo de “El Alma se Serena”.
Pues bien, volviendo a lo de quitarse los pantalones, es de una tristeza supina y manifiesta, comprobar con pavor, que a determinadas edades y, no estoy mirando a nadie, es una cuestión muy peligrosa, a la par que inquietante. El asunto del equilibrio, de conservarlo y mantenerlo, no es cuestión baladí. Vaya por delante, que es muy fácil y triste, tener que sentarse en el filo de la cama para quitarse o ponerse los pantalones, una tarea mecánica y rutinaria que a lo largo de nuestra vida hemos hecho a diario y sin pensar, hasta ese momento en el que una mañana, de pie ante el armario, intentas como toda tu vida ponerte los pantalones, y héteme aquí válgame un santo de palo, que algo ocurre como de la nada. Se trata de un ligero balanceo, que te obliga, cuando estabas subiendo la pierna para meterla en el pernil del pantalón, a ponerla de nuevo en el suelo y recuperar la estabilidad para no dar con tus huesos en el pavimento. Ese día es el primero del final de tu vida, cuando algo que hacías de manera inconsciente a lo largo de tus años, requiere ahora toda tu atención y seguridad, obligándote incluso a sentarte en la cama, para no partirte la crisma. Ahí está el drama.
Sepan aquellos que no estén al corriente, que en mi página Web encontrarán un manual con todo lujo de detalles, ejemplos prácticos e ilustraciones, de cómo en llegando a esta edad, ponerse los pantalones sin que ello signifique el riesgo de terminar en el Hospital Alejandro Otero, planta de Traumatología. Y ténganme paciencia, porque en la actualidad, trabajo en otro consistente en aconsejar, como ponerse los calcetines sin clavarse las rodillas en el pecho, ni adoptar la postura del faquir, claro que éste próximo será solo para iniciados en el uso diario de la chichonera y el bastón.
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