AURORA ALBAYCINERA
Tito Ortiz.-
Me llamó mi amiga Olga para que viéramos juntos, la magna exposición de Zuloaga en el Hospital Real y, como no podía ser de otra forma, allá que nos encajamos hasta el primer psiquiátrico del mundo moderno, para admirar con pasión a dos Zuloagas en compañía de otros, creando entre lo gitano y lo flamenco, un universo aún por explorar antropológicamente, que se complementa cuando aparece la creatividad de los payos al servicio de lo flamenco y lo gitano. Imposible separar tan divergentes conceptos de la vida, costumbres y religión, que se aúnan difuminándose para dar paso a la creatividad artística, ya sea en el “jondismo”, que diría mí añorado Juan de Loxa, como en la música clásica, en la pintura o la escultura. En un mundo en el que todo se fusiona como una gran ósmosis artística y literaria, quedan abolidas las barreras de los prejuicios, para que los protagonistas, vengan de la etnia que vengan, canten al unísono al astro universal de la belleza.
En la misma puerta del Hospital Real, antes de entrar a la exposición, me encontré con mi amiga Aurora Carbonell, viuda de mi indispensable Enrique Morente, de cuya ausencia ya han pasado diez eternos años, y fue el mejor presagio para enfrentarme a la muestra. Dice Aurora que, cada día que pasa echa más, de menos a nuestro Enrique, sobre todo ahora que los niños ya están grandes, volando alto y lejos, y que la casa se le viene encima, por eso sale a pasear por las tardes, desde el Albayzín a Granada, para despejarse y con la mirada al suelo, hacerse a la idea de que va enganchada del brazo de nuestro Enrique, como aquel día en que esta madrileña, hija del guitarrista Montoyita, vestida de blanco le dio el sí quiero al cantaor de la Cuesta de san Gregorio. En esos enorme ojos negros de Aurora albaycinera, se vislumbra una tristeza infinita que el tiempo no cura, como los amores eternos.
OBRAS SON AMORES
Mirando el vaciado en barro que Agustín Morales Alguacil, le hizo a ”La Pepica” el año que estalló la cruenta guerra civil, uno puede adivinar las influencias que este tuvo en el gran escultor gitano, Luís Heredia, el de la calle Oidores, con estudio en el peso de la Harina, especializado en esos medios bustos de perfil. Un gitano, hijo de La Faraona, que comenzó siendo modelo para artistas, y terminó convirtiéndose en uno de ellos, con una proyección internacional, que aún hoy, no se le ha reconocido en Granada. Puesto que se trata de una exposición que, viene a cuento del Centenario del Concurso de Cante Jondo, destaca sobre manera el retrato que en plena República, Ignacio le hace a don Manuel de Falla, uno de los mejores que se le hayan hecho, al gaditano inmortal de La Antequeruela, y donde el artista plasma sobre manera, incluida la precisa pincelada, la diferencia cromática y estilística de la música clásica y el flamenco. Aquí el de Éibar, es adusto y exacto en color, luz y trazada, mientras que en el velatorio del churumbel, el dramatismo de la seguiriya mortuoria, descarga un zarpazo de trazo dramático, de pincelada desgarradora, con el color vivo de la dramaturgia lorquiana, buscando el desafío a la muerte encerrado en un cante por tonás, mientras la bailaora, no se contorsiona, sino que, se retuerce de dolor por la “duquelas” del alma. Sin duda éste es el cuadro de la exposición, o al menos en eso coincidimos mi amigo, Enrique Gámez, con quién compartí el itinerario expositivo, extasiándonos los dos, al ver la escritura manuscrita del propio Falla, o los magníficos carteles de Carazo.
60 AÑOS SON NADA
Cómo pasa el tiempo. Ya hace más de sesenta años que un grupo de amigos melómanos, se reunieron en un kiosco de prensa de la Acera del Casino, para fundar Juventudes Musicales en Granada, entre ellos, mi mentor Dámaso García Alonso, y mi admirado Jesús López Cobos, estudiante entonces de nuestra Universidad, que después sería un gran director de orquesta de reconocimiento mundial. Así lo deja patente la magnífica exposición que en la sala Zaida se clausuró ayer, y que ha hecho las delicias de todos los que hemos sido testigos de todo lo logrado por la asociación del Campillo Bajo, edificio Macia donde hizo historia. El Coro bajo la dirección de Julio Marabotto, el grupo de teatro fundado por un conocido mío, los conciertos en el salón de actos de Centro Artístico, con un carnet de socio que, también te daba derecho a la asistencia gratuita de los organizados por la Cátedra Manuel de Falla Enhorabuena a las comisarias que han hecho un magnífico trabajo, en el que he podido ver hasta el saxo recto de mi llorado Enrique Villar Yebra, con el que compartí tantos cubiletes de arroz en “Los Manueles”, y tantas tortillas francesas con un vaso de leche para cenar, en casa de mi amigo, Pepe “El Sota”.
PROYECTO HOMBRE FLAMENCO
No se llenaba así el teatro Isabel La Católica desde antes de la pandemia, pero esta vez lo ha conseguido Proyecto Hombre Granada, con su noveno festival flamenco. Mingorance, debe estar orgulloso de la respuesta de los granadinos, y de la del mundo flamenco que una vez más, desinteresadamente, ha puesto su arte a disposición de tan noble causa. Vi el espectáculo junto a la nieta de Manuel Celestino Cobos “Cobitos”, una eminencia para mí en lo jondo. Necesitaría otra página para relatar velada tan exquisita, pero queden todos representados en las actuaciones que sabiamente hilvanó mi admirado compañero de Ideal, Jorge Fernández Bustos, el señorío de Curro Albayzín y los reales fandangos de Pinilla.
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