domingo, 10 de abril de 2022

LA BURRIQUILLA

 LA BURRIQUILLA


Tito Ortiz.-


En domingo de ramos, el que no estrena, ni tiene pies ni tiene manos. Y así, con esta sentencia tan disgregante nos educaron a los niños de mí época. El primer día de la semana santa había que vestirse con la ropa de los domingos, y además, estrenar algo, aunque solo fueran unos calcetines, porque eso significaba que seguías formando parte de la sociedad. Lo contrario sería preocupante. Era un día comandado por la misa de doce, en la que se aprovechaba para bendecir las palmas, incluso hacer una pequeña procesión por el interior del templo. Las palmas se bendecían, no solo porque, después formarían parte de la procesión de la burriquilla, sino porque de esa manera, ya estaban listas para colgarlas. En el balcón de mi casa albayzinera siempre hubo una palmera colgada en diagonal, atada a los barrotes con un lazo blanco, que con el paso de los meses se iba oscureciendo, hasta mostrarse casi negro, el domingo de ramos, cuando tocaba tirar la del año anterior y colgar la nueva recién bendecida. Mi abuela Juana, atea y republicana mantuvo hasta el final de sus días que, una palmera bendecida en la misa de doce del domingo en el que comenzaba la semana santa, no debía faltar en ninguna casa decente y de gente de fiar, colgada del balcón principal con su lazo blanco.

SAN ANDRÉS

Del Albayzín bajábamos a la calle de Elvira, hasta la iglesia de San Andrés, donde era costumbre bendecir las palmas que por la tarde los chiquillos sacaban en procesión, y algunos llegábamos con el encargo de alguna vecina para rogar al párroco que nos diera aunque fuera una rama de palmera para lucirla en el balcón de casa. La palmera, su tamaño, su ramaje y labor artesanal, servían a la vista de todos para baremar el poder adquisitivo de quienes vivían de puertas para adentro de aquel balcón. Palmera colgada, pequeña y sin rizos o filigranas, familia del montón. Ni fu ni fa. Palmera que pendía de un balcón reluciente, atada con lazo blanco de seda, con rizos y filigranas en su enramado, familia de posibles, burgueses, cristianos viejos, y tal vez, incluso nobles. La palmera en el balcón era un baremo exacto de la economía familiar pregonada a los cuatro vientos, para general conocimiento del barrio y sus contornos. Por eso era tan importante ir hasta la iglesia de san Andrés, y hacerse con una tras la celebración de la Eucaristía. Yo contaba con enchufe porque tuve la suerte de hacer la primera comunión en esa joya mudéjar, cuando cursaba mis estudios en la escuela nacional del cenete, bajo la regla de don Afrodísio Hernández, maestro y guía turístico de la Alhambra, padre de mi admirado José Luís Hernández Gómez, excelente árbitro de fútbol y mejor médico, con el que tanto he viajado.

A LA USANZA HEBREA

Era entonces de natural la costumbre de que, los chiquillos que de mayores queríamos salir en las procesiones, lo hiciéramos por primera vez en la borriquilla, revestidos a la usanza hebrea, portando nuestra flamante palmera bendecida muy de mañana. Faltaban muchos años para que se incorporara al cortejo Nuestra Señora de La Paz, así que la hermandad se echaba a la calle, casi como cuando fue concebida por aquel párroco valiente en 1917. Un solo paso con Jesús, de Eduardo Espinosa Cuadros, realizado en su taller cercano a la catedral del Realejo, que sin embargo se diferenciaba de otras iconografías similares, en que éste se hacía acompañar de un pollino, de Francisco Muñoz Sánchez, discípulo del gran maestro, Navas Parejo, incorporado en 1948. Lo de añadir las palmas a lo representado en el trono, vino después. Y algo que se perdió en el camino de los tiempos fue aquella representación viviente de las tres Marías, (Magdalena, Salomé y Cleofás), que desfilaban tras el paso y que siempre corría a cargo de tres niñas del barrio, elegidas por su fervorosa piedad, y sobre todo, por su seriedad a lo largo de todo el recorrido. Tres Marías con la mirada al suelo, que tenían la enorme responsabilidad de personificar en la procesión, a tres mujeres importantísimas en la vida de Jesús, que estudiaron su figura y la divulgaron al nivel de los propios apóstoles, pero que una parte importante e intransigente de la iglesia instituida, ha querido ningunear de por vida, haciéndole al unísono, un flaco favor al mundo de las especulaciones. Aquellas figuras vivientes no debieron desaparecer nunca del cortejo encargado de abrir la semana santa en Granada.

VIRGEN DE LA PAZ

Hasta 1974 no se incorporó la segunda titular de la hermandad, bajo la advocación de Nuestra Señora de La Paz, festividad que se había celebrado a nivel mundial dos años antes. Y es a partir de ese momento cuando toma especial relevancia en este caso, la colaboración de mi inolvidable Joaquín Melgar, que en colaboración con su mujer, y posteriormente con su hijo, se dedican en cuerpo y alma a aderezar esta nueva imagen, la primera incursión granadina del hispalense, Dubé de Luque. Recuerdo con que primor, bordaba la familia Melgar aquella primera toca en hilo dorado para su virgen de La Paz, y como me invitaron a su casa, aquel día que me encontré una imagen de vestir en el recibidor, transformado en capilla de culto permanente. Mis conversaciones cofrades con Joaquín Melgar en la calle Alhóndiga, mientras yo degustaba un petisú de chocolate, y el reponía -manteniendo la conversación- excelentes bandejas de la mejor pastelería granatensis. La semana santa y los dulces siempre se han llevado bien conmigo… y con mis amigos.

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