GRANADA EN SEPIA
Tito Ortiz.-
No sé los meses que llevo sin ver el color azul del cielo de Granada. Si algo ha distinguido históricamente a nuestra ciudad, ha sido el color azul de su cielo, que sin ser un celeste al uso, o azul intenso, ha proporcionado a nuestro firmamento, una personalidad propia, difícil de captar por pintores muy versados en la materia. Un día, mientras Marino Antequera pintaba del natural en los jardines del Generalife, viendo que una y otra vez pasaba el pincel por el cielo de su cuadro, y disconforme con el resultado, no dejaba de mezclar una y otra vez en la paleta, con matices cromáticos imperceptibles para mí, le pregunté por su insistencia, y me dijo que, el color azul del cielo de Granada, era de las cosas más difíciles de conseguir en un cuadro, debido a la gran variedad de tonalidades, y la variación de estas en cuestión de pocos minutos, de tal forma, que tu empezabas a pintar el cielo a las once de la mañana, y cuando a los diez minutos lo habías conseguido, el cielo ya tenía otro azul que no era el que habías plasmado. La frustración era tan grande, que me dijo cuatro o cinco nombres de pintores muy reconocidos, que le habían confesado su incapacidad para acercarse al auténtico azul de nuestro cielo, conformándose con lo conseguido después de intentarlo durante horas, y que incluso alguno, había tomado la determinación de pintar el mismo paisaje por la noche, convirtiendo la obra en un nocturno, soslayando así la dificultad de reproducir en el lienzo, el auténtico azul del cielo granadino.
Yo hasta entonces pensaba que el azul del cielo, era igual en Granada que en Albacete, y fue con aquella experiencia cuando aprendí que el cielo tiene vida propia, y por lo tanto, su color azul depende de tantas cosas, coordenadas, latitud y luz solar del momento, que aunque lo pintes todos los días a la misma hora en el mismo lugar, el cielo es caprichoso y te pone a prueba ofreciéndote un abanico tan grande de tonalidades diferentes, que puede crearte una frustración de por vida. En una conversación con Soriano Quirós hace muchísimos años, me confesó que él se había liberado chuscamente de tal prueba, cuando le concedieron la plaza de profesor en Bilbao, y el cielo era gris todos los días gracias a los altos hornos y el resto de la industria metalúrgica, pero que también conocía a compañeros que habían sufrido mucho con este asunto.
POLVO EN SUSPENSIÓN
Desde hace meses, los pintores que gozan de hacer su trabajo al natural – que cada vez son menos- lo tienen mucho más fácil en Granada. La nube de polvo en suspensión con que nos obsequia África, unida a la grisácea de la contaminación atmosférica, han hecho desaparecer de nuestro cielo, ese color azul tan único que, ha sido piedra de toque a lo largo de tantos años para algunos pintores. El cielo de Granada muestra una tonalidad sepia, propia de una foto antigua, al estilo de la película, “Los Otros”, o de una postal con “Chorrojumo” recostando su hombro sobre la Puerta del Vino, esperando a los turistas para ser inmortalizado con “el catite”. Antes de este regalo africano, si te subías a Los Alixares y mirabas a Granada, ya se apreciaba una montera producto de la combustión automovilística y de las calefacciones, entre otras emisiones, que incluso obligaban a algunas personas a llevar mascarilla, mucho antes de la pandemia, ante la sorpresa de gente como yo que, por edad, hemos conocido un tiempo en que eso de las alergias era una cosa rara, muy minoritaria, y casi todas eran al huevo o a los frutos secos. Ahora el catálogo de alergias es tan extenso, que descubrimos con sorpresa como existen personas alérgicas al papel de los libros, a la colonia o determinados jabones, por ejemplo.
RIESGO REAL
El asunto es tan grave que, lo de no ver durante meses el azul auténtico del cielo de Granada, es una nimiedad, si lo comparamos con el riesgo para la salud que esto comporta. Ya no se trata del enfado que coges cuando, a las pocas horas de lavar el coche, las cuatro gotas que caen te lo vuelven a dejar embarrado con un aspecto deplorable. Ni tener que repetir la colada, porque ha llovido cuando la tenías recién tendida. El tema es que todo eso que hay en el cielo impidiéndonos ver su color azul, lo estamos respirando, metiéndolo en nuestros pulmones, y haciendo que nuestro organismo, dependiendo de las patologías asociadas que tengas, genere una respuesta de tal calibre, que puedes terminar en una cama de hospital con mascarilla de oxígeno, o lo que es peor, darle sentido a éste mes de los difuntos.
Existen estadísticas que lo atestiguan. Esto de la contaminación atmosférica, no es una cuestión de ecologistas malhumorados, que quieren un planeta limpio, mientras los demás echamos un cante a Cartagena. O nos tomamos en serio lo que estamos haciendo con el aire que respiramos, o comenzaremos a engrosar una triste estadística – que ya existe – de muertos por contaminación. Así de claro. El asunto es tan grave y perentorio, que lo de reclamar aquí y ahora, que vuelva el azul del cielo a Granada, ese que fue materia de prueba para muchos pintores, me parece una frivolidad. Debo solicitar, y solicito a quién corresponda que, se pongan cuanto antes los espartos, para que las criaturas humanas respiremos un aire descontaminado, que nos haga albergar, si acaso, una esperanza de vida razonable. Y a quién dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
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