ANTONIO LÓPEZ EN LA ALHAMBRA
Tito Ortiz.-
Pese a ser una tarde gris y plomiza, Antonio López, el pintor del siglo XXI, le puso el color a la Alhambra. Un acierto más del Patronato alhambreño, que además de conservar el monumento y abrirlo al mundo cada mañana, no cesa en su actividad cultural, dándonos oportunidad a sus adeptos, de asistir a sesiones como la celebrada en Carlos V, donde el pintor más reconocido entre siglos, vino a hablarnos de Sorolla, el genio valenciano enamorado de esta tierra, que inmortalizó la Alhambra y Sierra Nevada, en una docena de cuadros poco conocidos por el gran público, convertidos en el testimonio fiel de la atracción que Granada, causó en la primera veintena del siglo pasado en el valenciano inmortal.
El genio de Tomelloso que, ha plasmado para la historia las arterias principales de Madrid, no vino a contarnos su vida, sino la de Joaquín Sorolla, el artista de la luz y el color, que triunfó en Europa antes que en España, cuyo reconocimiento se acrecienta conforme pasan los años por su obra legada a la humanidad. López desmenuzó la técnica y el color de su paleta infinita, sin olvidar que Sorolla, también dejó para la historia una serie de retratos como los de, Cajal, Galdós, Machado, su paisano Vicente Blasco Ibáñez, o políticos como Emilio Castelar, el rey Alfonso XIII, el presidente William Howard Taft, la tiple Isabel Brú, además de una buena colección de retratos de su familia y algunos autorretratos. Nos habló del alma de Sorolla en cada una de sus pinceladas, y de la habilidad que solo tienen los elegidos, para plasmar la luz y el color de un paisaje en tan solo unos minutos, aprovechando incluso, la escasa pintura de un pincel empapado en aguarrás.
GRANADA
Confesó Antonio López, como quedó fascinado por Granada, la Alhambra y su paisaje, allá por 1953, cuando vino por primera vez a nuestra tierra, para llevarla desde entonces prendida en su retina. La Alhambra le cautivó, pero también La Catedral y la historia de los grandes maestros de la pintura y las artes de nuestra tierra. Tuvo elogios muy significativos para la obra de, Fray Juan Sánchez Cotán, Nacido en Orgaz, Toledo, pero que en la Cartuja granadina, con voto de silencio, produjo una obra pictórica extraordinaria, alabando el manchego especialmente, el famoso bodegón de Los Cardos. Una obra cuya composición es tan natural como bella, en una ventana claustral, que fue más veces punto de referencia de Cotán ya que otra de sus obras más sublimes, es el famoso bodegón de La Col, que pende de una cuerda en el mismo lugar, y que hoy se conserva en la Galería de Arte Moderno de San Diego en California.
Cerrando el círculo de la pintura de esta época, López nos habló del extremeño, Francisco de Zurbarán, que probablemente se iniciara en el arte pictórico en la escuela de Juan de Roelas, en su ciudad natal, antes de ingresar, en 1614, en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva, en Sevilla, donde Alonso Cano lo conoció en 1616. Fue allí donde trabó relación con Francisco Pacheco – suegro y maestro de Velázquez- y sus alumnos, además de tener cierto influjo procedente de Sánchez Cotán, como puede observarse en la Naturaleza muerta que pintó Zurbarán hacia 1633. Influencias, estilos, artistas diversos que jalonan la pintura del siglo de oro español, y que guardan relación con los genios granadinos de la época. Antonio López, no solo es un artista universal, sino que conserva en su memoria una enciclopedia extraordinaria del conocimiento de la pintura, la escultura y la arquitectura de España, que pocos historiadores del arte demuestran, y así lo dejó oír cuando nos habló del Monasterio de El Escorial.
VELÁZQUEZ
Pero si de alguien se siente deudor el artista manchego, y no regatea en elogios para su obra y maestría, es para Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, el sevillano inmortal que puso a España en el mapa mundial de la pintura, con su obra imperecedera. De Velázquez, Antonio López nos contó cómo le había influido en su carrera, y como al día de hoy, sigue siendo un punto de partida para toda creación plástica que se precie. Fue en 1611 cuando en el taller de Pacheco, pintor vinculado a los ambientes eclesiásticos e intelectuales de Sevilla, Velázquez adquirió su primera formación técnica y sus ideas estéticas. El contrato de aprendizaje fijaba las habituales condiciones de servidumbre: el joven aprendiz, instalado en la casa del maestro, debía servirle «en la dicha vuestra casa y en todo lo demás que le dixéredes e mandáredes que le sea onesto e pusible de hazer». Mandatos que solían incluir moler los colores, calentar las colas, decantar los barnices, tensar los lienzos y armar bastidores entre otras obligaciones. El maestro, a cambio, se obligaba a dar al aprendiz comida, casa y cama, a vestirle y calzarle, y a enseñarle el «arte bien e cumplidamente según como vos lo sabéis sin le encubrir dél cosa alguna». En ese ambiente se forja el más grande de los nuestros, que sigue siendo referente para todo aquel artista que quiera decir algo con su pintura, y del que Antonio López se considera admirador perpetuo e irredento.
Tras la sesión, charlar con el maestro durante breves minutos ante la aglomeración del público deseoso de saludarle y fotografiarse con él, fue un lujo que me permitió, Rocío Díaz, Directora General del Patronato de la Alhambra, a la que nunca agradeceré bastante, haberme invitado para presenciar esta intervención de mí ídolo en mi Granada. Gracias Rocío.
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