domingo, 28 de enero de 2024

ERMITA DEL SANTO SEPULCRO

 


ERMITA DEL SANTO SEPULCRO

 

Tito Ortiz.-

 

De siempre he mantenido que, la larga y ancha sombra de la Alhambra, mantiene ocultos otros monumentos granadinos que, por si solos, en cualquier otra ciudad harían de ella una gran urbe monumental y artística de primer orden. Por no hacer la lista muy larga, hablo por ejemplo de, La Cartuja, San Jerónimo, La Catedral, La Abadía del Sacromonte, o La Capilla Real. Admitiendo que somos conocidos en todo el mundo por lo que tenemos en la Colina Roja, que es un auténtico tesoro, no deberíamos perder de vista los restantes y, sobre todo, aquellos que más necesitan de nuestra ayuda para su conservación.

Hablo de un lugar idílico, las piedras sobre las que se asienta desde 1633, la Ermita del Santo Sepulcro sacromontana, a pocos metros ya de la última subida a La Abadía. Lugar de encanto y embrujo, se me antoja necesitado de una manita que, lo resucite de su estado de conservación y lo coloque en el lugar que le corresponde por su importancia histórica.

ASÍ SURGIÓ

Su origen está en 1633, cuando los terciarios franciscanos erigieron un Vía Crucis entre la Cuesta del Chapiz y la ermita, que se construirá posteriormente en 1636. En 1644 se pidió permiso al arzobispo para formalizar el Vía Crucis y durante toda esta época se construyeron las cruces que jalonaban las estaciones. Fue la cofradía de la Orden Tercera de San Francisco que tenía su sede en el convento de San Francisco Casa Grande (Hoy sede del MADOC) será la pionera en desarrollarse como una corporación de vía sacrainiciando esta práctica devocional, según el cronista Francisco Henríquez de Jorquera, en 1633, con un recorrido que partía de las casas del Chapiz y que continuaba por “la calle de la Amargura” que les conducía hasta el cerro de Valparaiso, donde se encontraba la abadía del Sacromonte (fundada en 1610), que desde 1595 se había convertido en un importante centro de peregrinación, impulsado por el “descubrimiento” de los restos de San Cecilio, primer obispo de la ciudad, y de otros santos mártires. Un desatado fervor popular pobló el camino de cruces pétreas y de madera ofrendadas por particulares, instituciones y corporaciones gremiales o profesionales (ganapanes o palanquines de la plaza de Bibarrambla, hortelanos, mercaderes del hierro, a las que se fueron sumando oratorios y capillas que finalizaban en la ermita del Santo Sepulcro.

JUAN RUIZ JIMÉNEZ

 

 

Henríquez de Jorquera nos da buena cuenta de este recorrido (c. 1640) y describe con precisión algunas de sus cruces más significativas:

“Tenga el primer lugar en cuanto cruces el Sacro Monte Ilipulitano y la Sacra Vía de los Terceros de la gran casa de nuestro seráfico San Francisco, que comienzan desde las principales casas del Chapiz y acaba en el monte Calvario y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que están fundados al principio y subida de la cuesta del dicho Sacro Monte Ilipulitano, obra de grande admiración e igual costa hecha por la devoción y limosna de los hermanos terceros que frecuentaban esta vía sacra todos los viernes del año por la noche. Son muchas cruces de piedra repartidas a corta distancia donde se meditan los pasos de la pasión”.

El académico granadino, Juan Ruiz Jiménez, en un trabajo extraordinario y preciosista, detalla los entresijos de este vía crucis de una manera brillante y, la importancia de la ermita del Santo Sepulcro, sumergiéndonos en aquel siglo XVII.

Los hermanos cofrades y la gente que se sumaba al vía crucis comenzarían el recorrido previo desde su sede en el convento de San Francisco Casa Grande (lugar en el que guardarían los enseres que portaban en la procesión) para dirigirse a la iglesia de San Pedro y San Pablo, donde tras un acto de arrepentimiento y el rezo de la primeras oraciones continuaban el itinerario por las tres estaciones previas que realizaban antes de llegar a las casas del Chapiz, donde había, según Van der Hammen, “una imagen de Nuestra Señora”, y que, como he apuntado, era donde daba comienzo la vía dolorosa. El vía crucis constaba de catorce estaciones, en cada una de las cuales se obtenían treinta indulgencias plenarias y se sacaban dos ánimas del purgatorio si se cumplía con unos ciertos requisitos. Van der Hammen precisa los pasajes de meditación y oraciones que se realizaban en cada una de las estaciones, así como la distancia que separaba cada una de ellas.

RETORNO

Terminado el recorrido en la ermita del Santo Sepulcro, ya en el Sacromonte, subían hasta la colegiata, donde continuaban con distintos rezos durante la visita a los hornos en los que habían recibido martirio San Cecilio y sus compañeros y a la iglesia de la abadía. En esta última, tenía lugar una plática que estaba a cargo de uno de los canónigos de esta institución y las disciplinas de los cofrades, ajenas a la exposición pública característica de las procesiones de disciplinantes de otras cofradías penitenciales. Durante el regreso a la ciudad, “se viene diciendo la corona de Nuestra Señora para que, así como a la ida se hizo conmemoración de la sagrada pasión de Christo, señor nuestro, a la venida se haga de los gozos de su purísima madre”. A lo largo del camino se iban recitando otras oraciones marianas correspondientes a los siete misterios gozosos y se obtenían nuevas indulgencias. Llegados a las casas del Chapiz, postrados ante la imagen de la Virgen, decían una última oración con la que concluía el vía crucis. Finalmente, volvían a pasar por la iglesia de San Pedro: “donde con la bendición del cura o de otro sacerdote se van a sus casas, casi a la media noche y esto es todo el año, -los viernes y el miércoles de ceniza- aunque llueva”.

 

 

domingo, 21 de enero de 2024

 


CALLE DEL CARNERO

 

Tito Ortiz.-

 

Más que de abrigo, el maestro López Vázquez era de chaleco de lana bajo la chaqueta, camisa y corbata, para este tiempo. Tenía buena planta, buen pelo ondulado y, solía vestir bien, incluso, para trabajar en su estudio, situado en el domicilio familiar. Un carmen granadino situado en la estrecha calle del Carnero, frente a la Alhambra, polarizada en sus extremos por la Casa Ágreda y el convento de La Concepción. Por su lateral diestro, el Carmen lindaba con una casa vecinal entonces, otrora de la alta nobleza, en la que, al parecer, de algunos vecinos, sucedían sucesos paranormales por hechos turbios de un pasado de leyenda, Pero lo cierto es que, en la vivienda del pintor y académico, lo único paranormal que ocurría, era la visita esporádica del cronista, que contaba con licencia para no tener que anunciarse con la debida antelación.

Nada más llegar, Trini, la amable esposa, disponía de un tentempié y viandas, dependiendo de la hora del día, para que los dos pudiéramos charlar amigablemente, ya fuera en el estudio o en el jardín. La conversación podía ir desde la última exposición que habíamos visto, el cuadro que estaba restaurando, el que estaba pintando, o sobre su época de formación, en la que tuvo la oportunidad de conocer y aprender de excelentes maestros que marcaron su futuro como restaurador o pintor.

ASÍ EMPEZÓ TODO

Manuel López Vázquez me hablaba con nostalgia y agradecimiento, de cómo entró en el taller del maestro Navas Parejo –no sin buenas recomendaciones- haciendo el meritoriaje habitual de aquellos años, o sea, barrer y hacer los recados. Él había nacido en la primavera de 1920, y tuvo la oportunidad de entrar también en el taller del pintor y restaurador, Rafael Latorre, donde aprendió las técnicas y oficios de pintor y restaurador. En el estudio del maestro se fraguó no solo su vocación artística, sino también sus desvelos por la ciudad y su patrimonio. Y tuvo además la oportunidad de escuchar y admirar a grandes personajes de la época relacionados con el mundo del arte, como Fernando de los Ríos, Manuel Gómez Moreno, Emilio Orozco Díaz, Natalio Rivas o José María López Mezquita. Y escuchando a tan ilustres personajes, fue forjando su trabajo y su pasión por Granada y el patrimonio monumental y artístico de la ciudad que lo vio nacer. Durante toda su vida fue un gran escuchante, empapándose de todo lo que pudiera enriquecer su formación y el producto de su trabajo, centrado primero en la restauración, hasta que, pasados los años, comenzó su trayectoria como pintor. En la Escuela de Artes y Oficios, con Joaquín Capulino, estudió y practicó el dibujo, obteniendo los títulos de pintor y restaurador. Durante el comienzo de su carrera, se dedica al análisis de la pintura de los maestros "primitivos flamencos" del siglo xv como, Van der Weyden, Bouts y Memling y reproduce las tablas existentes en la Capilla Real de Granada y la tabla de la Virgen de la Rosa, de Gerard Daviden,  en la Abadía del Sacro Monte. No en vano, su discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de Las Angustias de Granada, versa sobre la confección de la tabla flamenca, desde su ensamblaje y construcción, hasta la última pincelada. Antes, había estudiado el Barroco, especialmente la escuela granadina de pintura de Alonso Cano, de la mano del profesor Orozco Díaz. Concurrió a varias exposiciones colectivas y se presentó individualmente en la Casa de América de Granada en 1957, iniciando así su etapa como autor.

LA TERTULIA ENRIQUECE

Jamás rechazó una conversación con enjundia, como las que mantuvimos en el Museo de Bellas Artes alhambreño, junto a Enrique Pareja y  Francisco González de La Oliva, en presencia de Juan Ortiz Fernández, que siempre dejó testimonio gráfico para la posteridad, que debería ir desempolvando y, exponerlo en sala adecuada para general conocimiento de la parroquia, De la misma manera, su presencia era habitual al medio día de los viernes, en  La Trastienda de Fernando Miranda, o en las tardes del inolvidables Café Suizo, asunto este que saco a colación, consciente de que, ya hay alguna generación granatensis a la que, hay que explicarle que era aquello del, Café Suizo, sobre todo si en la puerta había un letrero en el que rezaba: “Café Granada”, pero lo cierto es que, aún perdura en la memoria de muchos, aquel salón de  estética y costumbres, a la belle époque, que en la Granada de los años sesenta y setenta, marcó el latir de una ciudad provinciana, con el travestismo de acoger por las mañanas a tratantes de ganado, maestros de obras, corredores y rentistas, mientras que por la tarde se convertía en un ateneo donde cultivar las bellas artes en todo su esplendor. Lugar obligado de cita para todo aquel que tuviera una mínima inquietud cultural o artística, al traspasar su puerta giratoria, te atrevías a entrar en un mundo, donde se exigía un mínimo de inteligencia y un mucho de audacia creativa. Tardes y noches en los que, saboreando un blanco y negro, se pergeñaba un nuevo estreno de teatro, un concierto, la edición de un poemario o la irrupción de una novela en mayor o menor medida, comprometida con la España de entonces, aunque en el Suizo, la clandestinidad fue siempre muy sutil y a veces hasta consentida.

Fue el gran maestro y académico, Manuel López Vázquez, quién en un alarde de gestación primorosa, dejó para la posteridad pintada una obra en la que, se reconstruye una tarde cualquiera con muchos de los que allí éramos habituales, en amena charla cafetera, sobre mesas de mármol blanco y jarras de agua transparente.

domingo, 14 de enero de 2024

 


RESCATADAS DEL OLVIDO

 

Tito Ortiz.-

 

De María Manrique de Lara se recuerda que se apresuró a enviar sus joyas y ajuar a Isabel la Católica, de quien había sido dama de cámara, después del incendio ocurrido en 1491 al prenderse con una vela la tienda de la reina en el campamento de Santa Fe durante el asedio de Granada, lo que indirectamente haría de ella una de las mecenas del posterior descubrimiento de América, si se acepta como cierto que, la reina vendió sus joyas para financiar el proyecto de Colón. Siendo cierta la donación, esta no es más que una anécdota en la vida de una mujer poderosa e inteligente, culta y amante del arte, sagaz administradora del patrimonio familiar, introductora en Granada del Renacimiento italiano y a quien se debe el patronazgo para la construcción del monasterio de San Jerónimo.

Esta mujer, para mí, ha sido siempre digna de admiración, a pesar de lo trabajoso que resulta para los investigadores, sacar su vida a relucir, oculta durante siglos, tras la sombra de su marido, Gonzalo Fernández de Córdoba. Pero gracias al excelente trabajo realizado por la profesora, Encarnación López, en el que no solo habla de ella, sino de otras que merecieron mejor trato por los historiadores, podemos conocer más y mejor, la importancia de su vida y obra, de capital importancia, si tenemos en cuenta la época en la que vivió.

LA AUTORA

Encarna Hernández López, investigadora de la Universidad de Granada, acaba de publicar en la editorial de la UGR 'Rescatadas del olvido', un libro de casi cuatrocientas páginas, escrito con un estilo muy divertido, que reivindica la figura de las promotoras de arquitectura en la Granada moderna. Concretamente en el periodo comprendido entre la Conquista y mediados del siglo XVII.

La figura de María Manrique, duquesa de Sessa y de Terranova, entre otros títulos, ha sido opacada – como ya hemos dicho- por la prestigiosa imagen de su marido, Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán. María, era hija de Fadrique Manrique, hijo bastardo de Enrique II de Castilla, y de Beatriz de Figueroa, dama de la nobleza castellana. El padre buscó un matrimonio acorde para su hija y lo encontró en Gonzalo Fernández de Córdoba, que acababa de enviudar de su primera mujer. La boda se celebró el 14 de febrero de 1489. “Jamás se vio casamiento más proporcionado pues eran tan iguales las virtudes y prendas de los desposados que, no se puede determinar quién participaba en grado más heroico”, escribió a propósito del enlace el cronista contemporáneo, Pero Pérez de Ayala.

En los primeros años del siglo XVI Gonzalo Fernández de Córdoba hacía la guerra en Italia. Cuando es nombrado virrey de Nápoles reclama junto a él a su familia, la duquesa y sus hijas. El viaje de María coincide con la marcha de Fernando el Católico y su esposa Germana de Foix a Nápoles en 1506. En junio de 1507 la pareja real y el Gran Capitán vuelven a Castilla, María permanece en Italia, aquejada de algún achaque de salud y resolviendo los asuntos que el marido había dejado pendientes. María permanece en Italia hasta la primavera de 1509.

REGRESO A GRANADA

Instalados en Loja, la pareja establece allí una corte humanista al estilo de lo que habían conocido en Italia. El Gran Capitán crea una escuela de gramática, donde enseña a los pajes. Allí reciben a diplomáticos, embajadores y artistas que acuden buscando consejo de los duques de Sessa y Terranova. El 2 de diciembre de 1515 muere Gonzalo Fernández. En su testamento, ordena que se digan 50.000 misas por su alma, encomienda a su mujer aplicar los bienes según le había indicado y pide ser sepultado en el lugar que designe su esposa en el monasterio de San Jerónimo, y un año más tarde, María establece su propia estrategia para construir en el monasterio un panteón a la altura de los que había conocido en Roma. En 1523 consigue una Real Cédula para establecer el enterramiento de su marido y el suyo propio en la capilla mayor de San Jerónimo.

 

El monasterio, era realmente una fundación de los Reyes Católicos en Santa Fe, que después de la toma de la ciudad se había trasladado a Granada. Las obras se habían iniciado en 1504 siguiendo los cánones góticos. En 1520 se pone al frente el arquitecto Jacobo Florentino. En 1525 se establece el patronato que financiará el proyecto. Cuando muere Florentino se llama a Diego de Siloé, hijo de Gil de Siloé, que llegaba de Burgos, donde, entre otras obras, había realizado la Escalera Dorada de su catedral. Diego empezará a trabajar en San Jerónimo en 1526. Las obras se extendieron durante el siglo XVI, ya de acuerdo a los cánones renacentistas. El retablo de su capilla mayor es exponente del manierismo andaluz. Será la primera iglesia dedicada a la Inmaculada Concepción.

 

Cuando la duquesa muere el 10 de junio de 1527, deja un notable legado artístico indicador de su mecenazgo, no solo en Granada, también en Íllora, Loja, Órgiva o Écija, incluso en Nápoles, donde fundó una capellanía en Santa María la Nova, que había mandado hacer su marido. Los visitantes que acuden a San Jerónimo se asombran de la riqueza de su iglesia y centran su mirada en la escultura de Gonzalo Fernández de Córdoba, el gran héroe militar. Pocos se paran a pensar que mientras el hombre guerreaba a mayor gloria personal y de los Reyes Católicos, su mujer, María Manrique, administraba su patrimonio, ejercía la representación de su marido, introducía el estilo renacentista e impulsaba el mecenazgo de grandes obras.

Encarna, muchas gracias por rescatarla.

 

 

domingo, 7 de enero de 2024

 


CARMEN DEL ALBA

 

Tito Ortiz.-

 

Granada es tan dada a olvidar a sus gentes, en cuanto ya no pasean por sus calles que, de vez en cuando, no resisto la tentación de devolverlos a la actualidad, sobre todo, pensando en los jóvenes que no tuvieron la suerte de conocerlos y gozar de su amistad y sapiencia. Son hombres y mujeres que han formado parte de nuestro paisaje y paisanaje, dejando huella testifical de su presencia en la tierra, a la que quisieron y admiraron, dejándole en herencia su testimonio cultural, de vida ejemplar al servicio de sus contemporáneos. Hay gente que pasa sin hacer ruido por esta ciudad, y curiosamente, es la más importante y trascendente, para apreciar en toda su dimensión, la calidad humana, artística o científica, que derraman por sus calles.

UN FUNCIONARIO EJEMPLAR

Manuel Benítez Carrasco, llamaba «Lazarillo» a su bastón, pero Pepe Fernández Castro, lo definía como su bastón, y punto. Era el lapezeño poco dado a la fantasía, a no ser que se encontrara sobre su mesa de trabajo y ante el desafío de la cuartilla en blanco. Pese a ser un hombre que disfrutaba con la conversación multitemática, Pepe era económico en los grafismos de su expresión sincera. Tocado de gorra de invierno o verano según la estación, horadaba a diario el Zacatín, en ese paseo obligatorio desde su casa de Pedro Antonio de Alarcón, hasta su carmen albayzinero Del Alba, a los pies de San Nicolás, haciendo gala de una prudencia humana que rayaba en lo imposible, pero gracias a la cual, posiblemente lo contaba y lo escribía, porque de otra forma era del todo inimaginable, que el joven republicano que ejerció como taquígrafo de Fernando de los Ríos en su discursos por las plazas de toros, muriera de viejo, habiendo sido funcionario del Gobierno Civil franquista.

GARCÍA LORCA

Sin duda la prudencia fue inventada por Pepe Fernández Castro, y haciendo gala de ella, se llevó a la tumba todos los horrores de la guerra y la posterior persecución depuradora de los años cuarenta. En una conversación privada con la ciudad al fondo desde el jardín de entrada a su carmen Del Alba, lo único que pude arrancarle al viejo escritor, poeta, y, sobre todo, amigo, es que él tenía información mejor o complementaria de lo que había ocurrido con García Lorca, a la que había anunciado que publicaría en un libro explosivo tras su jubilación de 'Patria', nuestro común amigo Eduardo Molina Fajardo. Pero lo cierto es que, nada más expirar en su domicilio de la calle Goya, un amigo de la familia accedió a los documentos de Molina Fajardo, y nada trascendió de aquellos secretos sobre el destino de Federico. De lo que pudiera saber Fernández Castro sobre el asunto lorquiano, tampoco trascendió nada a su muerte, con lo que la maldición sobre el verdadero destino final del poeta de Fuente Vaqueros, está claro que sigue ejerciendo su influencia y, mucho me temo que siga así por los siglos de los siglos, ya que, por razones de edad, los testigos directos de aquel crimen, se nos han ido muriendo.

LITERAURA Y COMPROMISO

Y esa regia prudencia fue la que seguramente le hizo volcarse en la creación literaria, aunque en alguna novela se le escaparan como grandes salpicones de cruel realidad bélica, de una España enfrentada y fratricida, con ajustes de cuentas intestinos y pueblerinos, que él suavizó con licencia literaria para que no fueran reconocidos. 'De un verano a otro', hay que releerlo con detenimiento varias veces para reconocer hechos y personajes reales. Tal vez para escapar de los horrores vividos y conocidos de la guerra, Pepe no publicó hasta la década de los cincuenta su primera obra trascendente, 'La sonrisa de los ciegos', pero dejó mucho de sí mismo en su 'Balada de amor prohibido', y abordó el tema biográfico con soltura, en sus obras dedicadas a Alejandro Otero y Juan José Santa Cruz. Dos más que como tantos otros, injustificadamente, lo último que vieron en su vida, fueron las tapias del cementerio, o los fríos cipreses de una cuneta al filo de un barranco.

 

Jamás lo escuché hablar mal de nadie, y mira que lo intenté. Pero Pepe era un habilidoso de la oratoria, y en su peculiar magisterio, sin que lo notaras, en lo que tu creías que iba a ser una contestación a tu maledicencia, te dejaba posado al otro lado de la parábola, sin que pudieras apreciar la traslación del lenguaje. Catedrático del driblin oratorio, Fernández Castro, no defraudó nunca a sus amigos, -y lo que ya es una exageración-, tampoco a sus enemigos. De nuestras conversaciones en su carmen, me queda el recuerdo imperecedero, de un amigo leal, que ejerció su magisterio de vida y obra sobre mí, inculcándome unos valores que, a veces hoy, cuesta trabajo encontrarlos, cuando la ética y la deontología, parecen cosas raras que se han esfumado, de las más alta instancias de la sociedad española. Hoy en día, cuesta una vida encontrar referentes de honestidad, cuyos valores se irradien en una sociedad que cada vez está más ayuna de ellos. Donde todo vale y, con el mayor descaro del mundo, el que ayer decía blanco, hoy dice negro y se queda tan pancho, sin atisbo de sonrojo en sus mejillas. Hemos entrado en una peligrosa era de frivolidad en el comportamiento humano, de tal manera y magnitud, que cuando pienso la sociedad que les voy a dejar a mis nietos, me corren escalofríos. Ya lo dijo Carlos Cano: “Cada vez que dicen “Patria”, pienso en el pueblo y me echo a temblar”.