RESCATADAS
DEL OLVIDO
Tito
Ortiz.-
De María Manrique de Lara se
recuerda que se apresuró a enviar sus joyas y ajuar a Isabel la Católica, de
quien había sido dama de cámara, después del incendio ocurrido en 1491 al
prenderse con una vela la tienda de la reina en el campamento de Santa Fe
durante el asedio de Granada, lo que indirectamente haría de ella una de las
mecenas del posterior descubrimiento de América, si se acepta como cierto que,
la reina vendió sus joyas para financiar el proyecto de Colón. Siendo cierta la
donación, esta no es más que una anécdota en la vida de una mujer poderosa e
inteligente, culta y amante del arte, sagaz administradora del patrimonio
familiar, introductora en Granada del Renacimiento italiano y a quien se debe
el patronazgo para la construcción del monasterio de San Jerónimo.
Esta mujer, para mí, ha sido
siempre digna de admiración, a pesar de lo trabajoso que resulta para los
investigadores, sacar su vida a relucir, oculta durante siglos, tras la sombra
de su marido, Gonzalo Fernández de Córdoba. Pero gracias al excelente trabajo
realizado por la profesora, Encarnación López, en el que no solo habla de ella,
sino de otras que merecieron mejor trato por los historiadores, podemos conocer
más y mejor, la importancia de su vida y obra, de capital importancia, si
tenemos en cuenta la época en la que vivió.
LA AUTORA
Encarna Hernández López,
investigadora de la Universidad de Granada, acaba de publicar en la editorial
de la UGR 'Rescatadas del olvido', un libro de casi cuatrocientas páginas,
escrito con un estilo muy divertido, que reivindica la figura de las promotoras
de arquitectura en la Granada moderna. Concretamente en el periodo comprendido
entre la Conquista y mediados del siglo XVII.
La figura de María Manrique,
duquesa de Sessa y de Terranova, entre otros títulos, ha sido opacada – como ya
hemos dicho- por la prestigiosa imagen de su marido, Gonzalo Fernández de Córdoba,
conocido como el Gran Capitán. María, era hija de Fadrique Manrique, hijo
bastardo de Enrique II de Castilla, y de Beatriz de Figueroa, dama de la
nobleza castellana. El padre buscó un matrimonio acorde para su hija y lo
encontró en Gonzalo Fernández de Córdoba, que acababa de enviudar de su primera
mujer. La boda se celebró el 14 de febrero de 1489. “Jamás se vio casamiento
más proporcionado pues eran tan iguales las virtudes y prendas de los
desposados que, no se puede determinar quién participaba en grado más heroico”,
escribió a propósito del enlace el cronista contemporáneo, Pero Pérez de Ayala.
En los primeros años del siglo
XVI Gonzalo Fernández de Córdoba hacía la guerra en Italia. Cuando es nombrado
virrey de Nápoles reclama junto a él a su familia, la duquesa y sus hijas. El
viaje de María coincide con la marcha de Fernando el Católico y su esposa
Germana de Foix a Nápoles en 1506. En junio de 1507 la pareja real y el Gran
Capitán vuelven a Castilla, María permanece en Italia, aquejada de algún
achaque de salud y resolviendo los asuntos que el marido había dejado
pendientes. María permanece en Italia hasta la primavera de 1509.
REGRESO A GRANADA
Instalados en Loja, la pareja
establece allí una corte humanista al estilo de lo que habían conocido en
Italia. El Gran Capitán crea una escuela de gramática, donde enseña a los
pajes. Allí reciben a diplomáticos, embajadores y artistas que acuden buscando
consejo de los duques de Sessa y Terranova. El 2 de diciembre de 1515 muere
Gonzalo Fernández. En su testamento, ordena que se digan 50.000 misas por su
alma, encomienda a su mujer aplicar los bienes según le había indicado y pide
ser sepultado en el lugar que designe su esposa en el monasterio de San
Jerónimo, y un año más tarde, María establece su propia estrategia para
construir en el monasterio un panteón a la altura de los que había conocido en
Roma. En 1523 consigue una Real Cédula para establecer el enterramiento de su
marido y el suyo propio en la capilla mayor de San Jerónimo.
El monasterio, era realmente
una fundación de los Reyes Católicos en Santa Fe, que después de la toma de la
ciudad se había trasladado a Granada. Las obras se habían iniciado en 1504
siguiendo los cánones góticos. En 1520 se pone al frente el arquitecto Jacobo
Florentino. En 1525 se establece el patronato que financiará el proyecto.
Cuando muere Florentino se llama a Diego de Siloé, hijo de Gil de Siloé, que
llegaba de Burgos, donde, entre otras obras, había realizado la Escalera Dorada
de su catedral. Diego empezará a trabajar en San Jerónimo en 1526. Las obras se
extendieron durante el siglo XVI, ya de acuerdo a los cánones renacentistas. El
retablo de su capilla mayor es exponente del manierismo andaluz. Será la
primera iglesia dedicada a la Inmaculada Concepción.
Cuando la duquesa muere el 10
de junio de 1527, deja un notable legado artístico indicador de su mecenazgo,
no solo en Granada, también en Íllora, Loja, Órgiva o Écija, incluso en
Nápoles, donde fundó una capellanía en Santa María la Nova, que había mandado
hacer su marido. Los visitantes que acuden a San Jerónimo se asombran de la
riqueza de su iglesia y centran su mirada en la escultura de Gonzalo Fernández
de Córdoba, el gran héroe militar. Pocos se paran a pensar que mientras el
hombre guerreaba a mayor gloria personal y de los Reyes Católicos, su mujer,
María Manrique, administraba su patrimonio, ejercía la representación de su
marido, introducía el estilo renacentista e impulsaba el mecenazgo de grandes
obras.
Encarna, muchas gracias por
rescatarla.
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