LA
RUTA
Tito
Ortiz.-
Soy de los que aún piensan
que, la historia culinaria de Granada está por escribir. Es cierto que existen
algunas publicaciones, pero aquí cada cual ha hecho de su capa un sayo y, se ha
limitado a recoger su parcela, a veces sustentada tan solo en la tradición oral
o familiar, sin añadirle mayor rigor histórico a la cosa del condumio.
Sepan aquellos que no estén al
corriente que, por estas tierras pasaron, Íberos, fenicios, romanos, entre
otros muchos, que dejaron aquí su testamento gastronómico, del que emanan todas
las riquezas que hoy somos capaces de poner en un plato. Aquellos que nos
dejaron la costumbre de hacer buenos salazones en Sexitania, no son los que nos
legaron la pastela, como tampoco son los que, aderezaban el cordero en una lata
con hierbas, en las tierras de Bastetania. Nuestra riqueza culinaria es tal, y
abarca tanta variedad, que necesitaríamos una buena enciclopedia para
compendiar lo que la provincia de Granada significa en el arte de la
gastronomía, su historia y futuro.
Y no digo yo que no se haya
hecho ya algo, pero lo que nosotros somos capaces de poner encima de los
manteles es tan grande, tan extenso y tan rico que, sin que tengamos que
salirnos de nuestra provincia, podemos ofrecer al comensal más exigente, la
variedad gastronómica jamás encontrada en otras tierras, porque seguramente no
fueron pobladas – como nosotros – por tantas culturas distintas que nos dejaron
en herencia, la riqueza de su cocina. Con la ventaja además de, tener el mar
cerca y poder disfrutar de sus frutos a diario, como sucede con nuestra vega o,
con la inigualable ganadería de nuestro entorno que rinde homenaje perpetuo al
cordero, o a las vacas que pastan en nuestros campos altos, dotando un sabor a
sus carnes, que tan solo se puede degustar en nuestro entorno.
A MESA Y MANTEL
El asunto de mantener las
tradiciones culinarias, ha estado siempre en las manos de nuestras madres en la
cocina familiar, pero el éxito de la difusión de su conocimiento y propagación
a los cuatro vientos, siempre ha ido ligado al nombre de algunos
establecimientos, que sacaron aquellas recetas de las cocinas familiares, para
llevarlas a los restaurantes y hacer de ellas su buque insignia, dando a
conocer la cocina tradicional a los visitantes, manteniendo con ello la llama
viva prolongada en la historia de, unas recetas que de no ser así, se hubieran
perdido para siempre.
Cuando en mis tiempos mozos
queríamos comernos una tortilla Sacromonte, tal y como se hacía en la Abadía
para sus estudiantes, nos subíamos al merendero “La Mosca”, cercano a las siete
cuestas, y allí, el bueno de Miguel y su esposa, nos hacían aquel manjar
exquisito, que todavía no se encontraba en la carta de muchos restaurantes de
la ciudad. Para degustar unos buenos callos, había que ir a “Los Pinetes”, lo
mismo que la mejor croqueta estaba en “Los Manueles” de la calle Zaragoza. La
mejor ensaladilla rusa en las bodegas “San Luís” junto a las taquillas del
fútbol, el choto en ajillo de “Las Perdices” o las migas de pan en casa de “La
Trini” en los alamillos. Quedando así patente que, si querías comer algo
autóctono de la tierra, tenías que ir a esos establecimientos, más que
acreditados, por su fidelidad a nuestras tradiciones gastronómicas, escogiendo
los mejores productos, para complacer al comensal más exigente, ofreciéndole
solo cosas de aquí, siguiendo la tradición milenaria de las culturas que nos
han precedido, y que han enriquecido con su saber y aportación, una cocina
variada y suculenta, capaz de competir con todas las modas que nos vienen de
fuera, y a las que siempre sobrevivimos.
1976
Uno de esos establecimientos
que, desde el primer día se comprometió con nuestra historia gastronómica y, la
ensalzó al más alto nivel de exigencia culinaria, es sin duda “La Ruta del
Veleta”. Fue el día de los enamorados de 1976 cuando los hermanos, Miguel y
José Pedraza, cumplen su sueño de infancia y abren su propio restaurante. En lo
que, en principio, era un humilde mesón, se pone en práctica todo lo aprendido
en sus años de trabajo fuera de Granada apostando por la máxima calidad del
producto, cocina y servicio. El secreto fue lo más sencillo, poner a
disposición de los comensales, productos de cercanía, elaborándolos con el
primor de nuestras madres y presentándolos como exigían los nuevos aires.
Eran tiempos de transición
política, de cierta inestabilidad social, de muchos deseos de progresar y mucho
temor a una posible involución por parte de aquellos que no querían perder sus
privilegios de cuarenta años en el poder, pero cuando lo que se ofrece sobre el
mantel tiene la calidad suficiente, es fácil poner de acuerdo a todos, y
podemos asegurar que existe un antes y un después en la restauración granadina,
desde hace cuarenta y ocho años en que los hermanos Pedraza, decidieron poner
en el mapa gastronómico nacional a Granada, atrayendo a ilustres personalidades
de todos los ámbitos, para mostrarles sencillamente, lo que se guisaba en
nuestras casas, elevado al mantel y servilleta de buen algodón, “maridado”- como
gustan en decir los modernos- por caldos de la tierra, en justa competición con
los de otros lugares. No fue un reto fácil, pero con una carta en la que se
combinaban platos de la cocina tradicional granadina con platos de vanguardia y,
un esmerado servicio de sala, consiguieron poco a poco hacerse un hueco en el
corazón de los comensales. Cuarenta y ocho años después, los Pedraza son un
ejemplo a seguir, apostando por lo nuestro en tiempos difíciles.
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