MÍ PRIMERA COMUNIÓN
Tito Ortiz.-
Estamos en el mes de las
comuniones, como queda patente cada domingo a las puertas de las iglesias,
donde niños y niñas arropados por una legión de familiares, toman la sagrada
forma por primera vez y, me asombra lo que veo tan distinto a los años en que
yo la tomé. Ahora la primera comunión se ha convertido en una fiesta social a
la altura de una boda, y en ocasiones, hasta algo más. Lo primero que me llama
la atención es, ver a señoras con largos vestidos de fiesta, como si de fin de
año se tratara, algo que el protocolo dice que no es correcto, pero parece que
la cosa se impone.
También llama mí atención el
número de comensales a la mesa, en restaurantes que confiesan tener las
reservas desde el año anterior, con un menú de, Coktail de entrada, tres
platos, postres, bebidas de todas clases, tarta protocolaria, y después, baile
con barra libre, algo que en mis tiempos era del todo impensable, por muy
adinerada que fuera la familia del que ha recibido la Eucaristía por vez
primera. Por eso me pregunto si esto de hacer la primera comunión también se
nos habrá ido un poco de las manos.
Conste que no lo censuro, solo
que en comparación con lo que pasaba en mis tiempos, se me antoja una
exageración. Pero bien lo sabe Dios que, si esto es lo que hay que hacer en la
actualidad, no seré yo quien le ponga pegas. Que cada cual haga de su capa un
sayo, que está en todo su derecho.
EN AYUNAS
Yo vine al mundo a principios
de los cincuenta y, fui bautizado en Santa Ana, donde mis padres habían
contraído matrimonio un año antes. Así que allí fui bautizado en una ceremonia
íntima, a la que mi madre no asistió, por estar convaleciente aún del parto
como buena primeriza y, porque en aquellos tiempos, era de natural la costumbre
que, el bautizo se celebrara con la presencia del padre, los padrinos y un
número reducido de familiares, que no invitados, como también ocurre ahora.
Allí también fui confirmado por el padre Nicolás, después de asistir a varias
sesiones preparatorias a tal efecto, en cuyo acto litúrgico me sorprendió que
me dijera: Y para que te acuerdes del Papa de Roma…Toma, dándome una especie de
caricia en la mejilla.
Mi preparación para tomar la
primera comunión fue durante todo un curso, primero en el colegio y después en
la propia iglesia, que en esta ocasión fue la de San Andrés, en la calle de
Elvira, que era la que correspondía a mí colegio del Zenete. El día anterior
fui confesado y además prometí bajo pecado mortal, no ingerir alimento alguno
durante toda la noche y hasta después de comulgar. Yo era un niño de apariencia
enclenque, blanquecino, que todavía tomaba cucharadas diarias de Calcio 20, así
que el sacrificio fue grande, pero lo cumplí, a pesar de que algunos de mis
compañeros, cayeran redondos al suelo durante la misa, debido al ayuno impuesto
por la iglesia, pero las órdenes entonces eran esas y yo las cumplí a rajatabla.
Finalizada la ceremonia, mis
padres se apresuraron todo lo que pudieron por, llevarme a la plaza de
Bibarrambla, y en compañía de mi abuela Juana y mi hermano Falo, nos tomamos un
chocolate con churros, antes de que a mí me diera un bitango, merced al ayuno
forzoso desde el día anterior, y ahí finalizaron todos los fastos concernientes
a mi primara comunión, que no discernían mucho de los de mis compañeros de la
época.
FOTO DE ESTUDIO
Acto seguido y siguiendo la
costumbre de entonces, nos dirigimos a la calle Ancha de La Virgen a, “Foto
Hergo”, donde mi tío Ñoño había apalabrado con el dueño una sesión de fotos
para la posteridad. Allí durante un buen rato, junto a un pedestal de escayola,
me hicieron varias instantáneas de las que días después se eligió la que más me
favorecía, dado mi estado famélico.
Como yo me había resistido a
vestir para la ocasión de marinerito, como era lo habitual, me compraron el
traje en “Almacenes Los Muñecos”. Un esmoquin blanco con pajarita a juego, un
misal de comunión con las pastas de nácar y un centenar de recordatorios para
las propinillas, junto a un rosario y cruz a juego, eran todos los
complementos.
Del estudio fotográfico
tuvimos que salir corriendo, bueno eso hubiera querido yo, mejor a toda la
prisa que yo me podía dar, porque los zapatos de comunión me estaban matando, y
yo tenía la sensación de que llevaba los pies metidos en dos copas de coñac. El
asunto fue que mi tía Sensi que trabajaba en una fabrica de calzado que había
en el Cañaveral, se empeñó en regalármelos, así que un buen día se presentó en
casa con unos cartones para tomarme las medidas. Descalzo me dibujó los pies a
modo de plantillas, pero faltaban algunos meses para la comunión. Se conoce que
en ese tiempo mis pies crecieron, sin tener oportunidad de probármelos antes,
puesto que me los llevó el mismo día cuando me estaban vistiendo. Ya para
ponérmelos, tuvieron que usar un calzador y mucha fuerza, pero conforme fueron
pasando las horas, ellos iban notando que yo andaba raro, pero me decían… ¡No
te preocupes que eso es hasta que los domes! La única forma de domarlos fue
tirándolos a la basura en cuanto llegamos a casa, mientras mí abuela me daba
unas friegas de alcohol en los pies, para recuperar la circulación, mientras
sonaba Juanito Valderrama en los discos dedicados.
En fin, yo no digo que lo mío
sea lo normal, pero que en el término medio está la virtud… Estoy seguro.