domingo, 13 de julio de 2025

 


EN LOS JARDINES DE LA ALHAMBRA

 

Tito Ortiz.-

 

En el Palacio de Carlos V y hasta el próximo septiembre, el Patronato de la Alhambra y Generalife organiza la primera exposición monográfica dedicada al pintor catalán Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861 – Aranjuez, 1931) en la Alhambra, donde este artista desarrolló buena parte de su producción. Aquí estableció estrechos lazos con la intelectualidad granadina de las primeras décadas del siglo XX, a través de Antonio Barrios “El Polinario”, en cuya taberna de la calle Real, -que fue transitada por intelectuales granadinos y visitantes-, tenían lugar intercambios artísticos de toda índole.

Es verdad que casi la totalidad de la muestra está dedicada a los jardines y paisajes, pero permítaseme destacar un retrato de mujer casi a tamaño natural y, el protagonizado por nuestro legendario “Chorrojumo”, ambos de factura impecable, antes de adentrarme un poco en la historia de este catalán, deslumbrado por la belleza de Granada.

Escritor, pintor e ideólogo del movimiento modernista catalán, popular figura de la vida bohemia que fue el alma de las fiestas modernistas de Sitges. Muy pronto quedó huérfano de padre; hizo los primeros estudios en su ciudad natal. Desde su adolescencia trabajó en el negocio familiar de hilados, bajo la férula de su abuelo, que siempre se opuso a la vocación de Santiago Rusiñol por el dibujo y la pintura. El joven dibujaba a escondidas: copiaba ilustraciones de libros y en sus correrías por el barrio portuario sacaba apuntes de los barbudos marineros de la época. Bien cumplidos los veinte años y muerto ya el abuelo, pudo satisfacer plenamente sus ansias de formación artística; asistió con gran aprovechamiento a las clases de Tomás Moragas y frecuentó el Centro de Acuarelistas, del cual fue uno de los fundadores.

DE PARÍS A GRANADA

En 1887 se fue a París y se instaló en Montmartre con otros artistas catalanes: allí fueron sus maestros Puvis de Chavannes y Eugène Carrière. Por aquel entonces conoció al pintor Ignacio Zuloaga, - otro enamorado de Granada- quien despertó su admiración por el Greco en una época en que el genial cretense estaba completamente olvidado. Con Zuloaga visitó Italia, sobre todo Florencia, donde pasó cuatro meses. De vez en cuando hacía escapadas a Barcelona y a otras capitales de la península; en Granada pintó su primer jardín, punto de partida de su predilección por este tema pictórico. Tres veces expuso en París, en el Salón de los Independientes, en la Nacional y más tarde en las Galerías Bring, donde presentó una colección de jardines españoles que mereció grandes elogios, según cuentan sus biógrafos, Tomás Fernández y Elena Tamaro, quienes aseguran que: “No fue un pintor genial -una vez encontrada la fórmula de sus "jardines", la explotó sin interrupción hasta su muerte- ni un gran escritor; su formación cultural fue sumaria y todo lo aprendió de la vida, para lo cual poseyó grandes dotes de observador y asímilador, pero nunca experimentó disyuntivas estéticas o estilísticas, ni mostró inquietud por abrir nuevos horizontes literarios. Con todo fue siempre artista, tanto si manejaba el pincel como la pluma, y supo servir honrada y puntualmente las aficiones y los gustos de su público”.

LA EXPOSICIÓN

 

Figura sobresaliente del arte español de finales del siglo XIX e inicios del XX, Santiago Rusiñol mantuvo un gran idilio con una ciudad, Granada, y un paisaje, principalmente el de los jardines de la Alhambra y el Generalife, que se erigió en el protagonista de algunas de sus composiciones más emblemáticas. Desde el primer viaje, que realizó en 1887, se fueron sucediendo, de forma intermitente e intensificándose a partir del año 1895, unos encuentros que contribuyeron a convertir la práctica pictórica en una experiencia poética en la que la imagen era un pretexto para hacer visible la emoción sensible.

En este sentido, bien podría decirse que con su propuesta Rusiñol inició un camino de no retorno en el arte español y se erigió en el precursor de una tendencia que ejerció un fuerte efecto de imantación sobre otros pintores que como él también sintieron la necesidad de adaptar su lenguaje pictórico, acomodarlo, al paso del tiempo, al devenir de un paisaje que con su transformación cíclica alertaba sobre la ensoñación de una modernidad que contemplaba la naturaleza con mirada condescendiente, ya que la consideraba una adherencia sentimental que había que eliminar.

La muestra permite intuir algunas de las fuentes que alimentaron el imaginario de Rusiñol y que van desde la pintura impresionista, la influencia de la estampa, la cultura visual japonesa, la estética simbolista o el uso de la fotografía. Todas estas referencias fueron asimiladas y confluyeron en un diálogo fluido y enriquecedor que el autor mantuvo con el entorno natural. Esta dinámica creativa cristalizó en una propuesta visual muy original, en las que las cosas más triviales e insignificantes, las flores, las plantas, la vegetación se erigieron en las grandes protagonistas de una obra que ayudó a resignificar la imagen de la Alhambra y por extensión la de toda una ciudad, según afirman los comisarios de la muestra, Francesc Quiles y Mercedes Palau-Rives, a los que hay que felicitar por su trabajo espléndido.

Con lo colgado en Carlos V, Granada recupera una visión única y complementaria de sus jardines y entorno, que comenzó con los viajeros románticos de hace siglos, cuya belleza monumental captó la atención de tantos artistas que la han inmortalizado en su obra y, de entre ellos, no podemos olvidar a Santiago Rusiñol. En cierto modo, el jardín se convirtió en el refugio del nostálgico, Rusiñol transformó estos espacios, algunos de ellos idealizados o embellecidos por su paleta cromática, en la única certidumbre que alentó su propósito de vivir en comunión con la belleza.

 

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