sábado, 20 de septiembre de 2025

 


EN ARRESTO DOMICILIARIO

 

Tito Ortiz.-

 

Sin prisa, pero sin pausa, de una manera cada vez más preocupante, saltan casi a diario a los medios de comunicación, las noticias de las deficiencias que están ocurriendo en las residencias de ancianos. Ya no hablo de lo ocurrido durante la pandemia de infausto recuerdo, sino, de lo que está pasando hoy en día.

Es cierto que no se puede generalizar porque, por experiencia muy cercana, doy fe de que hay residencias que funcionan a las mil maravillas, donde los ancianos son tratados con cariño, sin carencias y con una atención gastronómica personalizada, que ni en los mejores restaurantes, además de una atención sanitaria adecuada y permanente, con fisioterapeuta, podólogo e incluso peluquería. Pero no es menos cierto que hay residencias en las que los ancianos reciben una escasa atención en todos los sentidos.

Hay centros que se anuncian con médico las 24 horas, y resulta que, por la noche, solo hay una enfermera diplomada para decenas de ancianos, y si ocurre algo grave pues llaman al 112 y santas pascuas. Otros donde la comida es muy mejorable, como el aseo diario de las personas, terapias ocupacionales o actividades para que la residencia no se convierta en un lugar donde los ancianos están aparcados. Existen residencias estatales cuya explotación sale a concurso y en realidad están regidas por empresas privadas. Unas funcionan adecuadamente, pero, otras, tienen carencias de personal, falta de mantenimiento en las instalaciones, o el trato recibido por los internos es muy mejorable.

A mi juicio, faltan inspecciones de la administración competente, que hagan un seguimiento frecuente y adecuado, para ver si se cumplen todas las condiciones exigidas en los pliegos de concesión, y más celeridad en la resolución de los problemas que se presentan. No es admisible que uno de los casos recientes denunciados, en un centro de titularidad estatal, pero con la explotación cedida al ayuntamiento, el ascensor esté averiado desde hace meses y se echen unos a otros la responsabilidad de arreglarlo, mientras que los ancianos en sillas de ruedas tienen que subir a planta, gracias a la buena voluntad de los bomberos, que los auxilian. Los ancianos no pueden estar en arresto domiciliario.

INFORMACIÓN CONVOCADA

Comencé en esta profesión de periodista a principios de los años setenta del siglo pasado y, por entonces, que alguna entidad, pública o privada nos convocara a una rueda de prensa, era una raya en el agua. Los periodistas teníamos que buscar la noticia, echándonos a la calle desde la mañana, para llegar a media tarde a la redacción con los deberes hechos, buscar una mesa libre en la redacción y, en la vieja “Lexicon 80” de Olivetti, darle forma al reportaje o la entrevista, mientras conversábamos con los compañeros la actualidad del día, en una jornada que se prolongaba hasta la madrugada, en la que en el Diario Patria, hacíamos un receso para tomar un tentempié en lo que dimos en llamar, un ágape de la redacción de cierre, que tenía su final en la calle Gran Capitán, en un cenáculo llamado “Oxford 2”, donde esperábamos que se incorporaran los compañeros de Ideal, para celebrar el sanedrín de la información granadina.  

Hoy los periodistas tienen poco roce entre ellos, incluso los del mismo medio. Las nuevas tecnologías te permiten trabajar en cualquier sitio, sin tener que pisar la redacción de tu medio, de tal guisa que, hay quien realiza su trabajo desde casa. Pero lo más preocupante es la esclavitud de la información convocada, que te impide llevar la iniciativa en lo más interesante, porque tienes que asistir a todas las ruedas de prensa que se convocan, sin ton ni son, hasta el punto de que en una misma hora coinciden dos o tres, y tienes que elegir a donde vas en busca de la noticia que tú no has buscado, sino que te han convocado a ella, y rápidamente a casa para mandarla a tú medio. No sé si exagero al decir que, hoy día, hay periodistas que parecen trabajar en arresto domiciliario, sin poder tomarle el pulso a la calle y, lo que es peor, ni a los compañeros.

Y DEL TABACO… NI HABLAMOS

Pertenezco a una generación en la que eso de fumar era cosa de hombres machos, y casi estaba mal visto que algunas mujeres lo hicieran. Para declarar tú hombría tenías que fumar el tabaco negro más fuerte que hubiera, Celtas, Peninsulares, Caldo de Gallina o Habanos. Si te veían fumar tabaco rubio, eso es que eras un blandengue. Yo, que nunca me fumé un cigarrillo y me decidí por fumar en pipa desde el principio, eso, además, era considerado como de alta distinción social, o sea, la releche.

Fumar mata, está claro, y no solo mata al que echa el humo por la boca, sino, al que lo inhala por cercanía, a mí no hay que convencerme de eso, pero permítanseme algunas consideraciones o contradicciones: El estado está a punto de prohibir fumar en terrazas, parques y otras zonas, me parece bien, pero en algún lugar tendremos que fumar los que padecemos esta adicción que, es una enfermedad como otra cualquiera, con un nivel de adicción como la copa de un pino. Si dejar de fumar fuera sencillo, yo lo hubiera conseguido en las tres o cuatro veces que lo he intentado, pero aquí me tienen, escribiendo este artículo con la pipa en los labios.

Pero lo que ya es la repera es que, el mismo Estado que nos prohíbe fumar, nos vende en los estancos la droga que nos mata, pagando los impuestos más altos, con subidas consecutivas cada dos meses, de las que sacan pingües beneficios. Digo yo que, ya que pagamos el porcentaje más alto por fumar, lo menos que merecemos estos enfermos, es que el Estado nos indique isletas urbanas, u otros lugares donde poder matarnos sin implicar a nadie, porque esto de ser fumador, nos está costando la vida y la cuenta bancaria. Nos han condenado a fumar en arresto domiciliario.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario