EN ARRESTO DOMICILIARIO
Tito Ortiz.-
Sin prisa, pero sin pausa, de
una manera cada vez más preocupante, saltan casi a diario a los medios de
comunicación, las noticias de las deficiencias que están ocurriendo en las
residencias de ancianos. Ya no hablo de lo ocurrido durante la pandemia de
infausto recuerdo, sino, de lo que está pasando hoy en día.
Es cierto que no se puede
generalizar porque, por experiencia muy cercana, doy fe de que hay residencias
que funcionan a las mil maravillas, donde los ancianos son tratados con cariño,
sin carencias y con una atención gastronómica personalizada, que ni en los
mejores restaurantes, además de una atención sanitaria adecuada y permanente,
con fisioterapeuta, podólogo e incluso peluquería. Pero no es menos cierto que
hay residencias en las que los ancianos reciben una escasa atención en todos
los sentidos.
Hay centros que se anuncian
con médico las 24 horas, y resulta que, por la noche, solo hay una enfermera
diplomada para decenas de ancianos, y si ocurre algo grave pues llaman al 112 y
santas pascuas. Otros donde la comida es muy mejorable, como el aseo diario de
las personas, terapias ocupacionales o actividades para que la residencia no se
convierta en un lugar donde los ancianos están aparcados. Existen residencias
estatales cuya explotación sale a concurso y en realidad están regidas por
empresas privadas. Unas funcionan adecuadamente, pero, otras, tienen carencias
de personal, falta de mantenimiento en las instalaciones, o el trato recibido
por los internos es muy mejorable.
A mi juicio, faltan
inspecciones de la administración competente, que hagan un seguimiento
frecuente y adecuado, para ver si se cumplen todas las condiciones exigidas en
los pliegos de concesión, y más celeridad en la resolución de los problemas que
se presentan. No es admisible que uno de los casos recientes denunciados, en un
centro de titularidad estatal, pero con la explotación cedida al ayuntamiento,
el ascensor esté averiado desde hace meses y se echen unos a otros la
responsabilidad de arreglarlo, mientras que los ancianos en sillas de ruedas
tienen que subir a planta, gracias a la buena voluntad de los bomberos, que los
auxilian. Los ancianos no pueden estar en arresto domiciliario.
INFORMACIÓN CONVOCADA
Comencé en esta profesión de
periodista a principios de los años setenta del siglo pasado y, por entonces,
que alguna entidad, pública o privada nos convocara a una rueda de prensa, era
una raya en el agua. Los periodistas teníamos que buscar la noticia, echándonos
a la calle desde la mañana, para llegar a media tarde a la redacción con los
deberes hechos, buscar una mesa libre en la redacción y, en la vieja “Lexicon
80” de Olivetti, darle forma al reportaje o la entrevista, mientras
conversábamos con los compañeros la actualidad del día, en una jornada que se
prolongaba hasta la madrugada, en la que en el Diario Patria, hacíamos un
receso para tomar un tentempié en lo que dimos en llamar, un ágape de la
redacción de cierre, que tenía su final en la calle Gran Capitán, en un
cenáculo llamado “Oxford 2”, donde esperábamos que se incorporaran los
compañeros de Ideal, para celebrar el sanedrín de la información granadina.
Hoy los periodistas tienen
poco roce entre ellos, incluso los del mismo medio. Las nuevas tecnologías te
permiten trabajar en cualquier sitio, sin tener que pisar la redacción de tu
medio, de tal guisa que, hay quien realiza su trabajo desde casa. Pero lo más
preocupante es la esclavitud de la información convocada, que te impide llevar
la iniciativa en lo más interesante, porque tienes que asistir a todas las
ruedas de prensa que se convocan, sin ton ni son, hasta el punto de que en una
misma hora coinciden dos o tres, y tienes que elegir a donde vas en busca de la
noticia que tú no has buscado, sino que te han convocado a ella, y rápidamente
a casa para mandarla a tú medio. No sé si exagero al decir que, hoy día, hay
periodistas que parecen trabajar en arresto domiciliario, sin poder tomarle el
pulso a la calle y, lo que es peor, ni a los compañeros.
Y DEL TABACO… NI HABLAMOS
Pertenezco a una generación en
la que eso de fumar era cosa de hombres machos, y casi estaba mal visto que
algunas mujeres lo hicieran. Para declarar tú hombría tenías que fumar el
tabaco negro más fuerte que hubiera, Celtas, Peninsulares, Caldo de Gallina o
Habanos. Si te veían fumar tabaco rubio, eso es que eras un blandengue. Yo, que
nunca me fumé un cigarrillo y me decidí por fumar en pipa desde el principio,
eso, además, era considerado como de alta distinción social, o sea, la releche.
Fumar mata, está claro, y no
solo mata al que echa el humo por la boca, sino, al que lo inhala por cercanía,
a mí no hay que convencerme de eso, pero permítanseme algunas consideraciones o
contradicciones: El estado está a punto de prohibir fumar en terrazas, parques
y otras zonas, me parece bien, pero en algún lugar tendremos que fumar los que
padecemos esta adicción que, es una enfermedad como otra cualquiera, con un
nivel de adicción como la copa de un pino. Si dejar de fumar fuera sencillo, yo
lo hubiera conseguido en las tres o cuatro veces que lo he intentado, pero aquí
me tienen, escribiendo este artículo con la pipa en los labios.
Pero lo que ya es la repera es
que, el mismo Estado que nos prohíbe fumar, nos vende en los estancos la droga
que nos mata, pagando los impuestos más altos, con subidas consecutivas cada
dos meses, de las que sacan pingües beneficios. Digo yo que, ya que pagamos el
porcentaje más alto por fumar, lo menos que merecemos estos enfermos, es que el
Estado nos indique isletas urbanas, u otros lugares donde poder matarnos sin
implicar a nadie, porque esto de ser fumador, nos está costando la vida y la
cuenta bancaria. Nos han condenado a fumar en arresto domiciliario.
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