martes, 20 de octubre de 2015

HABLANDO DE GRANADA

HABLANDO DE GRANADA Tito Ortiz.- Cuando dos granadinos de esos que lo son hasta los tuétanos, más que la calle La Colcha, se sientan o pasean hablando de Granada, - a parte de que nadie que sea de fuera los entiende, porque manejan las claves de Ilíberis - se entabla una complicidad, que deja ver a las claras, el conocimiento que ambos poseen sobre la ciudad de sus entretelas, las ganas de cambiarla, pero sobre todo, el deseo de conservarla. Esto es lo que suele ocurrir cuando me encuentro con mi amigo, el profesor titular de la Universidad de Granada, Francisco Sánchez-Montes González. Como dos “greñúos” de pro, solemos charlar de nuestro barrio, y parte muy importante de el, es La Alhambra. El recinto nazarí lo hemos desmenuzado en innumerables ocasiones, y hemos caído incluso en detalles, que sólo quién ha nacido bajo sus muros, y ha visto regir su vida por los toques de la campana de La Vela, paladea en todo su sabor, el sonido solemne de su badajo, y consiguiente ordenanza de obligado cumplimiento. Otros tiempos hubo en que la comunicación con los ciudadanos, se hizo a través de ella, de tal guisa, que la vida cotidiana de la población no se entendía sin el concurso de su sonido omnipresente. El profesor Sánchez-Montes, habla con pasión de aquella primera campana, que en la Granada recristianizada de finales del siglo XV, sustituyó la voz del almuédano. De cómo los reyes católicos, nada más conquistar la ciudad, al tiempo que desplegaron sus estandartes en la Torre de La Vela, lo primero que hicieron fue colocar una campana, y a partir de entonces, los toques de queda, ánimas, modorra, arrebato o riego, dirigieron el existir de una población obediente al sonido del bronce, desde lo más alto de la Colina Roja, que también estaba atenta, al color de las banderas y pendones ondeantes, el fuego de las salvas de ordenanza, las luminarias, bengalas nocturnas y voces. Sostiene mi amigo Francisco, que La Torre de La Vela en unión posterior con la Catedral, avisaban a los granadinos de los grandes hechos: La Catedral tocaba cada media hora durante un día, por la muerte de un monarca, mientras que la campana de La Vela lo hacía durante nueve días, acompañándose de disparos de artillería desde La Alhambra. Toques históricos fueron por ejemplo, los que se dieron con motivo de la Batalla de Lepanto, o los de arrebato en tiempos de moriscos, para que los cristianos, sobre todo de La Vega, buscaran urgente refugio en el interior de la medina. En 1640, Francisco Sánchez-Montes dice que, la campana repica para armar a las milicias puesto que un correo de Motril, advierte que en el horizonte de la mar, se han avistado algunas velas y no se saben si son enemigas. Antes, en el siglo XVI, la campana se yergue como instrumento imprescindible, que casi ha llegado a nuestros días, para ordenar el riego de La Vega. Los agricultores regulan con su sonido, los jates y cambios en los portillones de riego, no sólo de la capital y su Vega, sino, de los históricos pueblos de Cájar, La Zubia, Ogíjares, Armilla, Las Gabias, Santa Fe, y otros del cinturón fértil de la Granada conquistada, llegando su sonido incluso, desde La Alhambra hasta Alfacar. Existe un conjuro para ahuyentar los nublados, puesto que la superstición mantiene, que las nubes tormentosas están repletas de diablos, por lo que sí se hace tañer la campana, cuyos ecos están completos de ángeles, se espanta la maldad de las lluvias bravas o el pedrisco. Pero la campana, pese a su apariencia de robustez, también ha sufrido roturas históricas. Francisco Sánchez-Montes me cuenta que desde 1569 hasta 1773, por ejemplo, la campana conoció cinco maestros fundidores: Juan Vélez, Juan de Zoroya, Ramón Fontán, González de Sota y José Lorenzo Corona. En 1569, en plena rebelión de los moriscos, Juan Vélez, por orden de Luís Hurtado de Mendoza, funde por primera vez la campana aumentando su peso de 21 a 23 arrobas. Destaca también en su historial de vida ajetreada, la rotura que sufrió en 1624, en la que los campaneros de la Catedral se pronunciaron sobre el tamaño de su lengua, y se investigó el posible mal trato del instrumento, por parte de los soldados de La Alhambra, y en 1740, se ordenó armonizar sus toques con las fortalezas de la costa. Es tal la importancia de ésta campana, que a mediados del siglo XIX es insertada en el escudo de la ciudad por orden de la reina Isabel II, y no fue poco el desasosiego que causó a los labradores, cuando en 1881, la caída de un rayo sobre el instrumento, los dejó huérfanos del tañido que regía sus vidas y destinos. El profesor, Sánchez-Montes y yo, sólo en noches de Luna clara, acompañados de la muy acreditada rondalla, “Los Eternos Granatensis”, desde la azotea de La Real Chancillería, justo al toque de ánimas, solemos entonar con absoluta solvencia aquello famoso de... Quiero vivir en Granada, solamente por oír...

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