lunes, 12 de octubre de 2015

AQUELLA DÉCADA DE LOS SETENTA

AQUELLA DÉCADA DE LOS SETENTA Tito Ortiz.- Vivía todavía aquel general bajito de El Ferrol, cuando Paco Guerrero apareció una vez más por Granada. Traía el linarense criado en la tierra de la malafollá, un magnetófono portátil de carrete abierto, última generación de los adquiridos por Radio Nacional de España, en cuya central de los madriles, él dirigía y presentaba un espacio en Radio Dos Clásica. Aquel era uno de los primeros artefactos que grababan en estéreo, con una calidad extraordinaria, que surgía gracias a unos micrófonos, Sennheiser, que nos dejaban alucinados por su calidad. Cuando los primeros rayos de sol ya atravesaban las vidrieras de la Catedral de Granada, José Antonio Lacárcel, Orfer, y yo, ayudábamos a Guerrero a colocar estratégicamente los micrófonos, en el órgano catedralicio de la Epístola, dirigidos hacia el del Evangelio. Se trataba de grabar en toda su intensidad, un concierto sólo para nosotros cuatro, del gran Juan Alfonso García, que aparte composiciones suyas, incluía joyas como la Tocata y Fuga de Juan Sebastián Bach, y algún que otro canon popularísimo, como el de Pachelbel. Mientras nosotros asistíamos embelesados a la grabación íntima de un gran concierto, el pintor Iván Piñerúa, tiraba de pincel, inmortalizando los tubos de esos dos órganos que entiban la crujía de la seo. Varias mañanas empleó Guerrero en tan vital empresa, dado que las grabaciones había que hacerlas a puerta cerrada, sorteando los actos religiosos de obligado cumplimiento en el templo. Recuerdo con especial satisfacción el cambio de los instrumentos de grabación de un órgano a otro, ya que Juan Alfonso, tuvo la deferencia de interpretar en los dos, dejando así para la posteridad en el archivo de Radio Clásica, un concierto irrepetible, en dos instrumentos que también lo son: Los órganos de la Catedral de Granada. Los comentarios entre Guerrero, reputado compositor de éxito ya por entonces, y de su maestro, en aquellos momentos al teclado, Juan Alfonso García, forman parte de mi enciclopedia mental de recuerdos, en la que he ido grabando indeleblemente, lo que de verdad merece la pena recordar de dos genios de la música. El Guerrero de “Anemos-A”, coqueteaba con el premio Arpa de Oro, conseguido sin paliativos ante un jurado férreo que no se lo puso nada fácil. Muchos años antes, había tenido lugar mí primer contacto con García, Juan Alfonso, la voz que me estremecía tras el camarín de la Inmaculada Concepción, mientras su maestro don Valentín Ruiz Aznar, interpretaba en el armonio del monasterio de las monjas franciscanas. Yo, revestido de paje de la Inmaculada, despertaba al mundo de la música culta, de la mano de dos músicos que han marcado mi vida y mis creencias musicales. Lacárcel y Orfer, se encargaron de que no abandonara nunca, la senda correcta. Sería muy injusto, que quienes conocimos a Juan Alfonso García y su obra, permitiéramos que pasara a la historia sólo, como el organista de la catedral. Que también, pero espero que generaciones venideras de estudiosos, sepan aflorar la dimensión extraordinaria de un compositor ortodoxo, que supo ser contemporáneo en su lenguaje musical, sin tener que recurrir a martirizar a los oyentes, ni a tomarles el pelo, que haberlos haylos, pues no he conocido un mundo en el que proliferen más, los canta mañanas, que en el colectivo de los mal llamados, compositores contemporáneos. Bueno, en pintura está Miró, pero de esa chanza escribiremos otro día. A lo que iba. La obra musical de Juan Alfonso García, es absolutamente imprescindible para conocer y comprender, la composición musical española del siglo XX, y a poco que escarbemos, le veremos discípulos amados y hasta imitadores, pero es que el legado musical de Juan Alfonso, es muy propicio a éstas circunstancias. De absolutamente impecable se puede tildar, el tratamiento que el de Los Santos de Maimona, da a las voces, por ejemplo. Con su muerte, no solo la Catedral de Granada, queda huérfana de aquellas manos y pies, que hicieron sonar como nadie los nada fáciles órganos catedralicios, sino que la literatura de Antonio Enrique, prescinde sin quererlo, de una influencia musical audible y palpable en su, “Armónica Montaña”, en la que maese Juan Alfonso, aporta la matemática musical a una novela cuyo decenio de gestación, dio al mundo, la versión exacta de una arquitectura descrita por el genio Antonio Enrique, con la banda sonora celestial de Juan Alfonso García, cuya muerte guarde Dios muchos años, pues su música seguirá viva eternamente. Mientras, Soto de Rojas, deambulando por la albaycinera casa de, Los Mascarones, ya ha tenido la oportunidad de felicitar al músico, por ponerle música a su letra. Con tu adiós, la música religiosa de nuestros días, ha cerrado definitivamente el facistol de nuestras vidas. Tu Paraíso Cerrado, ya se ha abierto pata ti. Cualquier día de éstos, nos encontramos en la calle, Oficios... amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario