martes, 29 de diciembre de 2015
¡DOCTOR! ¿QUÉ ME PASA?
¡DOCTOR!, ¿QUÉ ME PASA?
Tito Ortiz.-
Antes, doblaba mi espalda hacia delante, y me ataba los cordones de los zapatos con la elasticidad de un junco. Ahora, me compro solo mocasines, porque si me agacho a atarme los zapatos, me pongo rojo como una bombilla incandescente, la respiración se me corta y el ahogo me invade hasta el punto de darme un perrengue. Antes, me cortaba las uñas de los pies, flexionando mis extremidades, con la ductilidad de un florete de competición, en las manos del mejor tirador de esgrima. Ahora, para hacer lo mismo, me tengo que contorsionar, jugándome la integridad de una o varias articulaciones, descansando entre dedo y dedo, y respirando profundamente antes de abordar la extremidad con el cortaúñas en la mano. Antes, me ponía los calcetines manteniéndome en perfecto equilibrio sobre una pierna, con la misma elegancia de una garza real, o un flamenco en, Fuente de Piedra. Ahora, si no me siento en la cama, soy incapaz de enfundar los pinreles, en tan necesario complemento, y le encuentro total justificación a aquella calzadora, que había en el dormitorio de mis padres cuando yo nací, y que deseché como un estorbo inútil en la alcoba de mi niñez, sin pensar que ahora, me sería de gran utilidad, cuando no, imprescindible. Antes, bajo la ducha, me pasaba la esponja por toda la espalda, disfrutando de la maleabilidad de mis brazos que me lo permitían. Ahora, he tenido que comprar en el chino, una esponja de esas que llevan pegado en su extremo, un mango de medio metro para poder alcanzar la misma zona. Si yo sigo siendo el mismo, y la espalda es mi espalda, ¿Qué me pasa Doctor?.
Antes bromeaba con mi mujer, la cogía en brazos como cuando los novios llegan por primera vez a casa, y recorría con ella en peso los pasillos de mi piso, silbando la macha nupcial. Si se me ocurriera hacer eso mismo ahora, sería ella la que me silbaría a mí la marcha, pero la fúnebre de Federico Chopín. Yo que antes fui el terror de Leroy Merlin, que taladro en mano les colgaba a las vecinas las barras de las cortinas, los cuadros del salón, los apliques de las paredes y hasta los muebles de la cocina. Ahora, no soy ni la sombra de lo que fui. Escucho el ruido de un berbiquí eléctrico, y el pelo se me eriza, la espalda se me encorva, la musculatura en general se me espasma, las piernas se me arquean, como no queriendo sostenerme, me aparece un sudor frío, comienza el tembleque, y termino la crisis echando espuma por la boca, como poseído por el mal de la temblaera, que diría Curro Albayzín. Yo que coloqué la antena de la televisión en mi tejado, ahora si se me ocurre subirme a una banqueta de solo dos peldaños, mi sentido del equilibrio me obsequia con un barquinazo, al que yo añado un remate de cabeza a la ventana, o pared más próxima, cuán pasajero del Titanic, en el momento álgido de partirse en dos, solo que yo, estoy en dique seco. ¡Con lo que yo he sido! Que saltaba a la comba enseñando a mis hermanas menores, que corría como un gamo jugando al pañuelo. Y ahora, si alargo la pierna un poco más para subir dos escalones a la vez, porque soy observado por concurrencia femenina, siento como se me abren las ingles, se me despegan las carnes, se me distienden los tendones, y luego, para volver el cuerpo a mi ser, me toca una semana de antiinflamatorios, y dos de masajes con el Tío del Bigote, que voy echando un pestazo por la calle, que hasta los perros se vuelven y me ladran. Antes, repetía plato de cocido con coles y toda su “pringá”, le añadía un picuillo, dos cebollas en vinagre, tres alcaparras, y de postre unas gachas con torreznos y miel negra. Ahora, no puedo pasar de un caldito ligero, un pescadito a la plancha, y una pieza de fruta. Yo, que antes de entrar a buffet libre, los camareros se apresuraban a cerrar la puerta poniendo el cartel de completo. ¿Cómo he podido llegar a esto?. Antes, subía andando desde el Albayzín al Llano de La Perdiz, allí le daba cuarenta o noventa vueltas al Reloj del Sol, y regresaba a mí casa por Jesús del Valle. Ahora, ando de aquí a la esquina, y me duelen los pies, piso una colilla y se me clava en la planta como si fuera un adoquín puntiagudo, piso un chicle, de esos que alfombran la entrada al museo del Parque de las Ciencias, y me quedo agarrado al piso, como un manso en la Monumental de México. No soy ni la sombra de lo que fui. Antes, subía hasta el cuarto piso sin ascensor donde vivía, con doce bolsas del Mercadona colgadas en cada brazo. Ahora, cuando me levanto del sofá para darle unos euros de propina al repartidor que me la trae a casa, las rodillas me crujen como queriéndose partir, suenan con un crepitar sospechoso, y cuando consigo erguirme del todo, el muchacho ya se ha ido, por que la furgoneta estorba en la calle. Antes no orinaba en todo el día. Ahora vivo en el retrete. Antes, salía en bicicleta y me recorría la provincia y sus paisajes. Ahora, sentado en el sofá veo la vuelta por la televisión, y cuando termina la etapa, necesito oxígeno y masajista para recuperarme del esfuerzo. ¡Doctor!, ¿Qué me pasa?.
domingo, 20 de diciembre de 2015
ALBAYZÍN, BELÉN DE ESPAÑA
ALBAYZÍN, BELÉN DE ESPAÑA
Tito Ortiz.-
Dijo y mantuvo hasta el final de sus días, que el Albayzín era el Belén de España. Y para eso no hay más que irse a la placeta de Los Aljibes, y mirar al frente. Rafael Gómez Montero, compañero y maestro, llegó incluso a decir, que el niño Jesús, jugando al pilla pilla, aprendió a ver las cruces, cuando se topó con la Cruz de La Ráuda. El barrio castizo de Granada es un Belén en si mismo, pero también parte de el, la mejor tradición del belenista. Ahora, que vas al chino y por diez euros te llevas un belén entero, con sus pastores, sus reyes y todo, se valora en toda su dimensión lo que en los años cincuenta se tenía que hacer – sin posibles – para tener un belén en casa. Primero había que partir de, poder ocupar un lugar con el montaje. Muchas veces se sacrificaba el repostero, durante ese mes, una mesita de noche, el tablero de una cama plegable, incluso la máquina de coser, cuya cabeza motora se abatía, quedando oculta, a modo de mesita de ayuda. El cielo se confeccionaba comprando un pedazo de papel de envolver, de aquel color azul azafata, y las estrellas y la luna se pintaban con una tiza. Las casas unidas con pegamento y medio, eran de corcho o restos de maderas que habíamos cogido de la basura del carpintero, igual que el serrín. Las rocas, las cogíamos del vertedero de la estación del tren, donde se vaciaban las locomotoras. Aquellos restos del carbón daban mucho juego para caminos y veredas. El musgo, bajábamos al río Darro a por el. El agua del río se hacía con trozos de cristal, que pedíamos en Cristamol, en la calle, Álvaro de Bazán. Y las figuras, con barro y nuestras manos, lo que daba lugar a veces, dependiendo de la habilidad del vecino, a que el belén fuera una muestra voluntariosa del nacimiento del niño dios, y en otras, una auténtica galería de los horrores, de la que salías chillando por las calles. Pero todo estaba hecho en casa y por nosotros.
La zambomba, se guardaba como oro en paño durante todo el año, con su carrizo de repuesto, procurando durante la ejecución de los villancicos, que el ejecutante fuera la persona adecuada de la familia, no sólo por el ritmo exigido, que debía coincidir con el tararear mentalmente aquello famoso de: paco, paco, paco, paco paco, sino que, debía saber cuando el pellejo estaba húmedo por el agua que chorreaba de sus manos, y para evitar su deterioro, dejar el instrumento cerca del calor para que volviera a ponerse terso, y restregarle un ajo, para mantener tersura y sonido afinado. La suela de la alpargata para golpear la boca de la cántara, era preferible que fuera de goma, antes que de esparto, por la calidad y contundencia de su bronco sonar. El sonajero, hecho con dos restos de tablas de cajas de pescado, y sus correspondientes trozos de latas de conservas, bien recortadas y apuntilladas con holgura, para el buen acompañamiento, a las que previamente se les habían hecho unos calados a modo de escalones, para que al rozar por las irregularidades, tintinearan las hojalatas. Se pintaban en los laterales dibujos a la anilina, con el fin de aportar cierta estética, a esas dos carrilladas de cocodrilo, que al frotarlas, invitaban al jolgorio. Sólo los dotados por la divinidad, poseían la habilidad de acompañar los villancicos de la vecindad, con una escoba restregada por la parte posterior de la puerta, cuyo sonido era muy superior a la zambomba y algo más estridente. La clásica botella vacía de Anís del Mono, rozada por la parte de sus cuadritos con una cuchara, era elemento imprescindible, y a veces peligroso para mantener la coherencia verbal en el canto, ya que es de todos bien sabido, que la botella suena mucho mejor vacía que llena, por lo que se insistía en acabar con su contenido cuanto antes, para que no desafinara en demasía el instrumento, con lo cual, la botella llegaba a sonar bien, no así la afinación de determinados cantores, gentes por lo general menesterosas y entregadas a la causa. Que vigilados de cerca por el vecino malo, eran víctimas propiciatorias, pues a los primeros síntomas de cambiar... a Belén Pastores, por... Desde Santurce a Bilbao, cuando más desgañitadamente cantaban, el malo malísimo le introducía en la boca un polvorón, con lo cual, del espurreo, al ahogo, solo se tardaba el tiempo que utiliza en persignarse un cura loco. Un belén albaycinero, nunca tuvo a un señor defecando, que por lo visto es costumbre muy graciosa, en otras partes de la piel de toro, donde por cierto, ahora tienen armado un buen belén. Lo escatológico nunca ha sido patrimonio de un barrio de artistas y de buen gusto. El que se derrochaba, en el belén viviente, que los Hermanos Obreros de María, organizaban en su sede de la calle, San Juan de Los Reyes, donde la presencia de animales, como el borriquillo, las ovejas, las gallinas y los pavos, dotaban la representación de una veracidad, extraordinaria, que no defraudaba a quienes asistían, año tras año al lugar, acudiendo a la llamada que los internos, ataviados de pastores, con sus instrumentos y rebaño, hacían por las calles de Granada, cantando villancicos y pidiendo limosna para el único belén viviente de mi niñez.
domingo, 13 de diciembre de 2015
OJO A VER A QUIÉN CONTRATAMOS
¡0J0!, A VER A QUIÉN CONTRATAMOS
Tito Ortiz.-
La situación política y social de éste mí país, es tan desalentadora, que a medida que avanza la campaña, me va embargando un estado bucólico, previo a la depresión a la que me abocan las circunstancias, de empeñarme en ver todos los informativos, y no contento con tal sacrificio, verme los debates – y lo que es peor – las tertulias donde “sesudos” opinadores, nos hablan del futuro que tenemos. Es tal el desaliento, que llevo encerrado en mi cuarto dos días, escuchándome la discografía completa de, Héctor Roberto Chabero Aramburu, que dicho así, no le sonará a nadie. Pero si les digo que se trata del verdadero nombre de, Ataulpha Yupanki, al menos los de mi quinta sabrán a quién me refiero. Un argentino, que en la televisión en blanco y negro del Paseo de La Habana, tocaba la guitarra con la siniestra, y no engrasaba los ejes de su carreta, porque le gustaba que rechinaran. Un tipo indígena, con traje y corbatas negros, de presencia impoluta y dichos en sus letras, que sólo un régimen ayuno de formación, permitía que cantara, como si solo se tratara de algo exótico, que nos venía de tierras hispanas y ultramar. Mientras le daba la vuelta a uno de los “lompley”, he puesto la radio para no perder puntada, y he tenido el desatino de escuchar a candidatos a próceres libertadores de la patria, que argumentan con vehemencia que si los voto bajarán los impuestos, y que todo volverá a ser como antes. Pero a mí ya no me engañan. Ya nada va a volver a ser como antes. Porque de ésta campaña se deduce, que si la empecé con el bueno de Ataulpha, voy ya derrotero abajo con Víctor Jara, Mercedes Sosa, y hasta Facundo Cabral, me susurra al oído como si yo fuera su caballo. Y con los caballos hay que tener mucho cuidado. No hay más que acordarse del gran, Jorge Cafrune, que le dio por cantar las verdades del barquero, y la mano invisible de los de siempre, lo mandó al otro barrio, atropellándolo en una carretera, cuando iba a lomos de su caballo y por su izquierda, como manda la seguridad vial. Pero es que en esto de la política no hay seguridad, ni vial, y si no que se lo pregunten a la oposición venezolana, que ya sin tapujos es tiroteada y muerta en plena calle, sin que a Maduro le quite nadie el chándal y se lo cambie por un mono rosa fuxia de Guantánamo, que es lo que se merece, él y algún asesor recalcitrante del partido del capitán Poldark. Maduro, con respecto a su guía, Hugo Cháves, ha copiado aquello que nos ocurrió a nosotros hace cuarenta años, cuando descubrimos que los franquistas eran mucho peor que el mismísimo Franco. ¿Cuántos cadáveres más de gente honrada hacen falta, para que el petróleo de Venezuela no calle más bocas internacionales, mientras va regalando mortajas a su pueblo?. Confome me voy calentando, ya no me sirve ni el consuelo de poner el disco de, José Larralde, o el de Alfredo Zitarrosa, me tiro a la estantería como un poseso y coloco sobre la goma negra del tocadiscos, para que comience a girar el de, Jarcha. Grito ¡libertad sin ira!, rejuvenezco cuarenta años, y lloro desconsoladamente, al descubrirme cantando canciones o himnos, que nunca pensé que volvería a tener que cantar otra vez. Yo hice una transición para algo, no para esto a lo que hemos llegado. ¿Cómo es posible que nos hayan hecho retroceder a la casilla de salida?. Como si de un juego macabro de la Oca se tratara. Quito el disco de Los Chalchaleros, y pongo el de Paco Ibáñez, que con su optimismo proverbial, me hunde más en la miseria. Me acerco a la tele y veo, un asalto a la valla de Ceuta, otro a la de Melilla, y a los turcos, abriendo el grifo de las fronteras hacia Europa, dependiendo de la “mordida” que Bruselas les suelta. Y éstos, cuya lengua Alá confunda, son los que quieren ser ciudadanos europeos de pleno derecho. Pues el día que ellos entren, yo saldré, lo juro ante Dios y ante los hombres. Sigue la campaña, todos hablan del derecho a la educación pública, a la salud, a los medicamentos gratis, al estado del bienestar, a un puesto de trabajo y una vivienda. Palabras, que hartas de no ser cumplidas han perdido todo su significado, convirtiéndose en papel mojado, dichas por charlatanes de feria, que cada cuatro años se ponen a nuestro servicio durante quince días, para que los contratemos, y una vez en plantilla para toda una legislatura, se olvidan de lo que prometieron, del por qué los votamos y hasta de su propio credo. No he conocido en mi vida a mejor amnésico, que un político en activo. Como se puede tener tanta cara y, seguir saliendo a la calle sin sonrojarse. Los Pujol, son de éste mundo, y los Bárcenas, y aquellos y éstos. Y entre las huestes del coleta, hay quienes defraudaron a hacienda, y quienes cobraban de la universidad, por hacer no se sabe bien qué. ¿Y éstos son los que vienen a redimirnos?. Los que proponen un referéndum en Sevilla, para saber si tiene que haber semana santa, y otro en Cádiz para los carnavales. País de necios dios. Debemos tener mucho cuidado con los que contrataremos el día 20 para que nos resuelvan los problemas, no vaya a ser que no los resuelvan, y además resuelvan su vida como viene siendo habitual. ¡No con mi voto!.
Dicen los viejos que hacemos lo que nos da la gana. Y no es posible que así pueda haber. Gobierno que gobierne nada. Dicen los viejos que no se nos dé rienda suelta, que todos aquí llevamos la violencia a flor de piel. Pero yo sólo he visto gente muy obediente
hasta en la cama. Gente que tan sólo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz. Ponga el lector el estribillo... si se acuerda.
jueves, 3 de diciembre de 2015
BARBERÍA
BARBERÍA
Tito Ortiz.-
Cuando yo nací, no existían las peluquerías de caballeros, sólo las barberías. Unos establecimientos que lucían a ambos lados de la fachada, unas franjas blancas, azules y rojas, que ya de lejos hacían visible el tipo de local del que se trataba y, los servicios que en el se prestaban. Ya no eran los famosos barberos cirujanos del siglo XIII, que lo mismo te cortaban el pelo, la barba, sacaban una muela, hacían sangrías, trepanaciones, o te blanqueaban los dientes con agua fuerte, así como suena y a las bravas. Los barberos que yo conocí eran gentes amables, dicharacheros, con unos sillones abatibles a prueba de bombas. Con un periódico local y otro deportivo, revistas atrasadas, tebeos, la radio encendida en una repisa con tapete de croché, y una sillita pequeña, para implementar el sillón y que los niños quedáramos a la altura del espejo y no por debajo. Solían tener colgado un almanaque, con una señorita en bañador de muy buen ver. El bañador, digo, y ponían a punto sus navajas deslizándolas por un artilugio con mango de madera, compuesto por una doble banda de cuero. Hubo un tiempo en que también tuvimos barbero de cabecera. A mi casa iba a pelarnos, el Guardia Civil barbero oficial del cuartel de Las Palmas, el amigo Pepe, que cuando acababa su turno, cogía todos sus bártulos en una cartera de buen material de recias hebillas, y visitaba casa por casa a los conocidos para sacarse un sobre sueldo. Por un módico precio, te pelaba, o afeitaba en su caso, sin necesidad de salir de casa ni tener que esperar la vez. Lo único que había que hacer era sacar una silla al rellano de la escalera, y quitar una de las sábanas de la cama, que él te rodeaba por el cuello ajustándola con un nudo, y al instante comenzaba a sonar el repiqueteo a lo claqué, de aquella vieja tijera, que cortaba con precisión todo el pelo que sobresalía de aquel peine de hueso amarillento. El barbero te cortaba los pelillos de las fosas nasales, los de las orejas, incluso aquellos muy largos de las cejas, siempre que el cliente diera su consentimiento, porque había algunos que esto último lo consideraban una mariconada. El hombre y el oso...
Barberos de toda la vida, que dependiendo del cliente, eran del Madrid o del BarÇa, de Curro Romero o de Paula, de Falange o contaban chistes de Franco a sottovoche, todo con tal de que estuvieras a gusto, satisfecho con la conversación y con el servicio. Con los polvos de talco para el cogote, insuflados con el dosificador de goma manual, con la brocha para la barba untada en la barra de jabón, con el cepillo que retira de la cara los molestos pelillos cortados y con la conversación más machista de la historia, porque para eso las barberías eran terreno vetado a las mujeres. Yo he visto interrumpir un afeitado con navaja recién afilada, para salir a la puerta y piropear a una morena que pasaba, de esas de rompe y rasga. Ese era mi barrio del Albayzín, apasionado en los derbis futbolísticos contra Haza Grande, y en el requiebro, con el sempiterno respeto al cabo Colomera y al Guardia Segundo, Quintero. Con sus barberos en la placeta del Salvador, o en la de San Miguel El Bajo. Que más da. Barberos que cuando todavía no se cortaba el pelo a navaja, te lo cortaban con la llama de una vela, pero el profesional de postín era el que mejor manejaba la tijera, el que mejor masajeaba con Floy, la loción del gángster estadounidense, el que más brillantina te ponía para salir de allí con el pelo pegado y reluciente, como recién lamido por una vaca. Luego los tiempos empezaron a cambiar, y la revolución de las barberías comenzó con la llegada del Abrótano Macho, con la colonia, Barón Dandy – la única que tiene el honor de oler a sudor – el librito de papel Bambú del bueno, los tirantes de broche que no necesitan botones en los pantalones, y la nueva hornada de barberos, que comenzaron haciendo cursos de moda en el sindicato vertical, pasaron a llamarse peluqueros, y últimamente, estilistas. Si a uno de éstos se te ocurre decirle que te afeite, te mirará de arriba abajo con desprecio absoluto, y girando la cara a otro lado te dirá que él... él es un artista, y se sentirá ofendido de por vida. Yo no reivindico la figura del barbero sacamuelas, porque para eso ya tengo a mi buen amigo el doctor Cutando, que trata mis dientes de maravilla, pero no me parece normal, que cada vez sea más difícil encontrar un barbero que afeite a sus clientes, menos mal que mi amigo Isidro, sigue junto al mercado de san Agustín, sabiendo de éstos menesteres, cada día más demandados por criaturas sensatas, porque como te deja un afeitado a navaja en la barbería, no te dejas tu en casa la cara, ni que te afeites con el cuchillo que lo hacia el gran jefe, Toro Sentado. ¿Para cuando un módulo de Formación Profesional? En el que se forme a jóvenes en el noble arte del afeitado y del recorte de la barba, que incluso pudieran ir a domicilio ofreciendo buena técnica y mejor charla. Hombres y mujeres jóvenes, que en sus establecimientos, ofrezcan a sus clientes la delicia de un buen afeitado con apurado porcelanesco, lo mismo que les hacen a las damas la depilación de piernas e ingles, y ningún/a profesional se da por ofendido/a por esto, es más, lo entienden como algo propio de su trabajo. Es esa línea, yo intentaría hacerme también las axilas, el entrecejo y hasta la coronilla, porque yo en realidad lo que siempre he querido ser es... camarlengo.
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