domingo, 20 de diciembre de 2015

ALBAYZÍN, BELÉN DE ESPAÑA

ALBAYZÍN, BELÉN DE ESPAÑA Tito Ortiz.- Dijo y mantuvo hasta el final de sus días, que el Albayzín era el Belén de España. Y para eso no hay más que irse a la placeta de Los Aljibes, y mirar al frente. Rafael Gómez Montero, compañero y maestro, llegó incluso a decir, que el niño Jesús, jugando al pilla pilla, aprendió a ver las cruces, cuando se topó con la Cruz de La Ráuda. El barrio castizo de Granada es un Belén en si mismo, pero también parte de el, la mejor tradición del belenista. Ahora, que vas al chino y por diez euros te llevas un belén entero, con sus pastores, sus reyes y todo, se valora en toda su dimensión lo que en los años cincuenta se tenía que hacer – sin posibles – para tener un belén en casa. Primero había que partir de, poder ocupar un lugar con el montaje. Muchas veces se sacrificaba el repostero, durante ese mes, una mesita de noche, el tablero de una cama plegable, incluso la máquina de coser, cuya cabeza motora se abatía, quedando oculta, a modo de mesita de ayuda. El cielo se confeccionaba comprando un pedazo de papel de envolver, de aquel color azul azafata, y las estrellas y la luna se pintaban con una tiza. Las casas unidas con pegamento y medio, eran de corcho o restos de maderas que habíamos cogido de la basura del carpintero, igual que el serrín. Las rocas, las cogíamos del vertedero de la estación del tren, donde se vaciaban las locomotoras. Aquellos restos del carbón daban mucho juego para caminos y veredas. El musgo, bajábamos al río Darro a por el. El agua del río se hacía con trozos de cristal, que pedíamos en Cristamol, en la calle, Álvaro de Bazán. Y las figuras, con barro y nuestras manos, lo que daba lugar a veces, dependiendo de la habilidad del vecino, a que el belén fuera una muestra voluntariosa del nacimiento del niño dios, y en otras, una auténtica galería de los horrores, de la que salías chillando por las calles. Pero todo estaba hecho en casa y por nosotros. La zambomba, se guardaba como oro en paño durante todo el año, con su carrizo de repuesto, procurando durante la ejecución de los villancicos, que el ejecutante fuera la persona adecuada de la familia, no sólo por el ritmo exigido, que debía coincidir con el tararear mentalmente aquello famoso de: paco, paco, paco, paco paco, sino que, debía saber cuando el pellejo estaba húmedo por el agua que chorreaba de sus manos, y para evitar su deterioro, dejar el instrumento cerca del calor para que volviera a ponerse terso, y restregarle un ajo, para mantener tersura y sonido afinado. La suela de la alpargata para golpear la boca de la cántara, era preferible que fuera de goma, antes que de esparto, por la calidad y contundencia de su bronco sonar. El sonajero, hecho con dos restos de tablas de cajas de pescado, y sus correspondientes trozos de latas de conservas, bien recortadas y apuntilladas con holgura, para el buen acompañamiento, a las que previamente se les habían hecho unos calados a modo de escalones, para que al rozar por las irregularidades, tintinearan las hojalatas. Se pintaban en los laterales dibujos a la anilina, con el fin de aportar cierta estética, a esas dos carrilladas de cocodrilo, que al frotarlas, invitaban al jolgorio. Sólo los dotados por la divinidad, poseían la habilidad de acompañar los villancicos de la vecindad, con una escoba restregada por la parte posterior de la puerta, cuyo sonido era muy superior a la zambomba y algo más estridente. La clásica botella vacía de Anís del Mono, rozada por la parte de sus cuadritos con una cuchara, era elemento imprescindible, y a veces peligroso para mantener la coherencia verbal en el canto, ya que es de todos bien sabido, que la botella suena mucho mejor vacía que llena, por lo que se insistía en acabar con su contenido cuanto antes, para que no desafinara en demasía el instrumento, con lo cual, la botella llegaba a sonar bien, no así la afinación de determinados cantores, gentes por lo general menesterosas y entregadas a la causa. Que vigilados de cerca por el vecino malo, eran víctimas propiciatorias, pues a los primeros síntomas de cambiar... a Belén Pastores, por... Desde Santurce a Bilbao, cuando más desgañitadamente cantaban, el malo malísimo le introducía en la boca un polvorón, con lo cual, del espurreo, al ahogo, solo se tardaba el tiempo que utiliza en persignarse un cura loco. Un belén albaycinero, nunca tuvo a un señor defecando, que por lo visto es costumbre muy graciosa, en otras partes de la piel de toro, donde por cierto, ahora tienen armado un buen belén. Lo escatológico nunca ha sido patrimonio de un barrio de artistas y de buen gusto. El que se derrochaba, en el belén viviente, que los Hermanos Obreros de María, organizaban en su sede de la calle, San Juan de Los Reyes, donde la presencia de animales, como el borriquillo, las ovejas, las gallinas y los pavos, dotaban la representación de una veracidad, extraordinaria, que no defraudaba a quienes asistían, año tras año al lugar, acudiendo a la llamada que los internos, ataviados de pastores, con sus instrumentos y rebaño, hacían por las calles de Granada, cantando villancicos y pidiendo limosna para el único belén viviente de mi niñez.

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