lunes, 4 de enero de 2016

TENGO QUE LLAMARME POR TELÉFONO

TENGO QUE LLAMARME POR TELÉFONO Tito Ortiz.- Con el conque, de que no tengo tiempo, llevo siglos sin pararme un momento conmigo, sin saber cómo estoy y que necesito. Las prisas, siempre con bulla, de aquí para allá, atendiendo a los demás, dejándome a mí para el final, pero es que el final nunca llega, y empalmo un que hacer con otro, sin saber cómo me encuentro, que necesito, si seré feliz o no, vaya usted a saber. Y es que la vida del periodista es muy ajetreada, sobre todo si tenemos en cuenta que los horarios son inhumanos, incompatibles con una vida familiar, y no digamos ya, con una vida social. Recuerdo aquella vez que entrevisté a, Fernando Fernán Gómez, en el café Gijón de Madrid, en compañía de mí admirado, Manuel Alexander, e ingenuamente le pregunté: ¿Es usted feliz? Y al instante, Manuel ladeó la cabeza de un lado a otro y me miró con una sonrisa socarrona, como avisándome de la respuesta. Fernando, con aquella voz cavernaria, junto a la naturalidad del que pide otro cortado, me dijo: ¡No. No soy feliz, ni falta que me hace!. Y desde entonces, como si no hubiera un mañana, me he dedicado de tal forma a mi trabajo y a la familia, que soy incapaz de encontrarme para saber cómo estoy. Sé perfectamente cómo está el mundo que hay fuera de mí y todos los que me rodean, pero soy incapaz de argumentar un diagnóstico claro a cerca de mi persona. Llevo tanto tiempo sin hablar conmigo, sin dedicarme unas horas a mí, que me estoy volviendo un extraño para conmigo. En un año como 2015, en el que hemos batido todos los récords de campañas electorales, tragedias y avatares de todas clases, un periodista de provincias como yo, no ha tenido tiempo ni de afeitarse. Cuando la jornada comienza a las cinco de la mañana bajo la ducha, y termina escuchando en la cama el último informativo de la noche, no te quedan muchas ganas de pararte, y dedicarte un rato. La otra mañana, cuando bajaba desde el baño a desayunar a la cocina, por un instante, me paré ante el espejo del rellano de la escalera, e intenté decirme algo, pero como tocado por un resorte, giré rápidamente entré y metí la taza en el microondas. En cuarenta y dos años nunca he llegado tarde a trabajar. Y debo estar muy despierto porque por la circunvalación de Granada, a las seis de la mañana, te encuentras al panadero loco, que conduce la furgoneta como un fórmula uno. Al borracho o drogado que regresa de la discoteca, al que le importa un pimiento matarse él o matarte a ti. El autobús de la Rober, que excede en mucho la velocidad permitida, corriendo para su parada de inicio, como si lo persiguiera el diablo, mientras alguno de sus compañeros chatea aparcado en las rotondas. Necesito hablar conmigo. Alguien debería cogerme por los hombros y pararme ante mí, no puedo seguir sin atenderme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario