martes, 20 de diciembre de 2016

EL EMBOVEDADO

EL EMBOVEDADO Tito Ortiz.- Que hay vida después de la vida, es algo que ya nadie debe poner en duda: Aquí estoy yo, hace meses muerto, y sin embargo, atento a la actualidad como un curtido gacetillero. El no tener cuerpo, pero sí espíritu, o alma ó lo que ustedes quieran, me permite comunicarme con el mundo de los vivos, pero al mismo tiempo, el privilegio de entrar en conversación con cualquier muerto, pues donde me encuentro, no tengo más que desear entrar en contacto con el, y al instante, ya estamos de cháchara como si no hubiera un mañana. Bueno, para nosotros los maullados, la verdad es que no lo hay, pero es una forma de hablar. La otra tarde me encontré con mí admirado, Manuel López Vázquez, pintor de la calle del Carnero, junto a La Concha y El Manuel, y hablábamos de uno de sus referentes, el también paisano, José María López Mezquita, de su obra costumbrista y moderna, para su época. Recordamos aquella mañana de frío invierno, en el museo de Bellas Artes en Carlos V, cuando nos referíamos al genial pintor granadino, en compañía de Enrique Pareja, y Francisco González de La Oliva. Los cuatro analizamos con detenimiento, la aportación de López Mezquita, a la pintura nacional del momento, y en concreto, López Vázquez, me insistía en que echara un vistazo a un cuadro, pintado por José María, allá por 1904, que él había visto cuando estaba de aprendiz en el taller de Navas Parejo, y al que le había perdido la pista. Aquellas conversaciones nuestras, tenían lugar en el taller de restauración del museo alhambreño, mientras López Vázquez realizaba su trabajo, y Pareja, de La Oliva, y yo, lo admirábamos en su procedimiento y enjundia. Todavía no había ingresado, en la Real Academia de Bellas Artes Nuestra Señora de Las Angustias, tampoco Enrique Pareja había marchado a Sevilla, para dirigir el Bellas Artes hispalense. Ni de La Oliva, regentaba aún La Casa de Los Tiros. Yo era el crítico de arte de Patria, y Marino Antequera, el de Ideal. Franco estaba con una pierna aquí y otra allá – lo digo por la flebitis – y su yerno, el Marqués de Villaverde, intentaba lo imposible por obtener credibilidad como médico, asunto éste del que llegó desposeído a la tumba, con no pocas responsabilidades médicas a su espalda. Pero volvamos al arte. El maestro López Vázquez, me insistió una y otra vez en que tenía que conocer, “El Embovedado”. Un cuadro de pequeño formato de López Mézquita, en el que se apreciaba una imagen de Puerta Real, casi aérea, cuando todavía no habían llegado las vías del tranvía a rodear la fuente, y en ese lugar, aparecía un viejo quiosco de madera, que al inicio de la carrera de La Virgen, ofertaba agua de cebada a los viandantes. Al fondo, una de las torres de la Basílica coronada por Sierra Nevada, y una Acera del Darro, por la que circulan algunos coches de la época, - los del punto - con sus cocheros de mantas a los pies, tabaco de chasca entre los labios y su látigo en la mano. López Vázquez, me insistía para que no me equivocara cuando lo viera por primera vez: Acuérdate Tito, que éste cuadro lo firmó, José María López Mezquita, no abajo en una esquina, ni por detrás. La firma está bien visible, a media altura de la obra, en el margen izquierdo, aunque algo centrada. No siempre nuestro paisano firmó así sus obras. Esa es la clave. Dicho y hecho. Desde entonces me dediqué a buscar éste cuadro, aunque en vida no tuve éxito. Ha sido después de muerto, cuando he tenido que ir al museo de la Varonesa Thyssen en Málaga a verlo, y a descubrirlo rodeado de la mejor colección de pintura costumbrista de los siglos XIX y XX. Nuestro paisano reina allí, al abrigo de los mejores compañeros de su época. Honor y gloria a López Mezquita, y a Manuel López Vázquez, que me lo enseñó e inculcó. Gracias maestro.

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