miércoles, 19 de abril de 2017

GARRAFÓN Y PAYASADAS

GARRAFÓN Y PAYASADAS Tito Ortiz.- Sé de lo que hablo. Soy uno de los que tuvieron que salir huyendo de Mojácar, gracias a las despedidas de soltero. Durante años disfruté de un apartamento frente a la playa del Cantal, pero tuve que tomar las de Villa Diego, ante el peligro inminente de perder el juicio por falta de descanso. Cuando yo descubrí Mojácar, aquello era el paraíso, comparado con la ruidosa y abarrotada Almuñécar. No lo dudé. Cogí los bártulos y me trasladé con los míos. Pero a los pocos años, el descanso desapareció de nuestras vidas, y el estrés por falta de sueño le fue ganando terreno al idílico lugar. Empresarios sin escrúpulos y jóvenes desvergonzados por el alcohol y las drogas, convirtieron las playas de Mojácar en un infierno para los mortales. Los responsables de tal desatino eligieron, entre un turismo de sol y playa familiar, y el de las despedidas de soltero de toda España, optando por la segunda opción. Músicas para ensordecer, perfectamente audibles desde las costas de África, dieron paso a una muchedumbre de hombres y mujeres disfrazados o desnudos, ebrios o drogados, que a cualquier hora del día y de la noche, preferiblemente desde la madrugada hasta el mediodía, se dedicaron a molestar al prójimo, impidiendo sobre todo el descanso de niños, mayores y ancianos. Sé que las despedidas de soltero son, un suculento negocio para determinados empresarios, a los que poco les importa el respeto a los demás, sino su propio beneficio. Porque eso sí, a los únicos que beneficia es a ellos, ni siquiera a los que se divierten molestando a los demás, porque esos, con digerir lo que llevan en el estómago y en las venas, ya tienen bastante. En el pecado llevan la penitencia. Los que permiten que en su local se celebre una despedida de soltero, les imponen número de copas, calidad de las mismas y un horario. Luego a partir de eso, echan a decenas de incontrolados a la calle, y estos la toman como si fuera la pocilga de su casa, sin respetar a nada ni a nadie. No en vano, ya he observado que algunos juiciosos hosteleros, han colocado carteles a las puertas de sus negocios, en los que se lee que, no se sirven bebidas a despedidas de soltero. Se han dado cuenta ya de que, a quienes les dejan los dineros es a los locales donde comienza la fiesta, después, una vez en la calle, los “simpas” y las agresiones, es lo que recogen los que se atreven a servirles, además de vomitonas y excrementos con orines. Desde hace algún tiempo, compruebo con horror, que si salgo a pasear con mi nieto de tres años de la mano, él me va anunciando antes de que yo los vea, a unos tipos raros que vocean y se tambalean – el otro día por la Plaza del Carmen – disfrazados de esperpénticas maneras. Un treintañero, vestido solo con un enorme pañal y chupete a juego, iba soportado por otros dos, entre risotadas y carcajadas, como de estar fuera de sí. ¡Yayo, mira, con pañal, como yo! A lo que le respondí con una sonrisa, sin atreverme a explicarle lo que estábamos viendo. Como a las dos horas, y cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo, sentados a las puertas de “La Chicotá”, vimos pasar una procesión de beodos, todos con la misma camiseta, en la que se leía y vaticinaba, la muerte de otro que iba delante, vestido de Pipi Calzaslargas, con peluca amarilla de enormes trenzas. A la pregunta de mí nieto, le respondí que era una chica, la señorita Langstrumpf, que iba corriendo buscando a su caballo, “Pequeño Tío” y a su mono, el señor, Nilsson. Lo dicho, el que avisa, no es traidor, y a buenos entendedores, pocas palabras bastan.

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