martes, 11 de abril de 2017
SIN COMPLEJOS
SIN COMPLEJOS
Tito Ortiz.-
Por entonces en el Albayzín, decíamos: Prucesiones. Mi niño - angelico - sale en una prucesión, y eso fue lo que mi madre le dijo a los vecinos, el Martes Santo de 1960, cuando por primera vez, vestí el hábito blanco, de lienzo moreno con bocamangas rojas, de la Virgen de La Aurora. Lo había recogido en la Calderería Vieja, en el local de Antonio El Zapatero, nacido en Diezma, y que tras la guerra, se aposentó en el barrio para poner tapillas a los tacones, protectores metálicos en las suelas,como si todos fuéramos a bailar claqué, y medias suelas. Antonio, tenía un sobrino pintor de brocha gorda, mayordomo de la Aurora, que cedía el local de su tío para la recogida de los hábitos a pocas fechas de la semana santa. Más de tres días estuvo mi madre con varios pliegos de papel de estraza, y la plancha de carbón a toda mecha, quitándole las manchas de cera al hábito. Después vino el planchado, y una vez liso el capillo y el fajín, todo se colgó en una percha a la espera de la tarde del gran día: El Martes Santo. Me pusieron los zapatos de la primera comunión, estrené calcetines de perlé y guantes blancos a juego, y cuesta de san Gregorio arriba, me dispuse a realizar mi primera estación de penitencia. Días antes, había recibido el bautizo de todo auroro que se precie. Entrando a la Iglesia de San Miguel El bajo, cerca del altar mayor y a mano derecha, se abría un oscuro y lúgubre pasillo sin luz, en el que todos los novatos éramos presa de los veteranos. Se trataba de adentrarse en el túnel sin luz, alumbrado por un trozo de vela que te hacían portar en la mano, para ir a buscar un candelabro. El asunto era que cuando ya estabas como a la mitad del recorrido, una imagen de un Cristo atado a la columna que no era la titular, te cerraba el paso, y hasta la respiración, por la tosquedad de su acabado, situación de abandono, y el lugar que ocupaba en la negra gruta, solo apta para asustadizos como yo. Mis gritos de miedo retumban aún por el Carril de La Lona, y a partir de aquel día, he vivido la semana santa de mi tierra con pasión y con orgullo.
Los cofrades nacidos en la década de los cincuenta, tenemos el orgullo de haber presenciado la incomparable transformación a positivo de nuestra Semana Santa. Incluso algunos hemos puesto nuestro granito de arena para que ello sea posible. Nuestra actual semana santa, no tiene nada que envidiarle a ninguna otra del suelo patrio, y además, cuenta con la belleza de un paisaje histórico por el que discurre, que nadie posee. Lo que nos faltaba, después de la revolución costalera, era renovar el patrimonio de nuestros pasos y tronos, y eso ya está conseguido, teniendo en cuenta que nuestra imaginería, es de primer orden. Sólo nos queda una asignatura pendiente: Conseguir de nuestro ayuntamiento, la cesión de un edificio noble y céntrico, donde con la generosidad de todas las hermandades, incluídas las de gloria y sacramentales, poner en pie el Gran Museo de la Semana Santa de Granada, donde a lo largo de todo el año, los miles de turistas que nos visitan, tengan la oportunidad de admirar y valorar, la riqueza de nuestro patrimonio cofrade, a la altura del más exigente, pues no hay que olvidar, que nuestras hermandades y cofradías, cada una a nivel individual, posee ya una riqueza artística tal, digna de ser admirada. No dejemos que esos tesoros cofrades sigan escondidos en nuestras iglesias y casas de hermandad. Hagamos un Museo, como Dios manda.
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